Qué podemos aprender de los desastres naturales para la salida de la pandemia

Los desastres naturales tienen características distintas a las pandemias. Los desastres causan muertes, desplazados, y destrucción del capital físico. Sin embargo, a diferencia de una pandemia, sus efectos son acotados en el tiempo, y localizados en las áreas afectadas. La evidencia en la literatura muestra que los desastres naturales afectan el crecimiento en el corto plazo. Pero ¿qué tan rápido se recuperan los países? Los resultados son sorprendentes y nos enseñan la importancia del tejido social a la hora de enfrentar la pandemia.

Hemos estudiado los impactos económicos de los desastres naturales. Cuando un país sufre un desastre de gran magnitud, definido como uno de tal gravedad que se puede incluir en el 1% más alto de todos los desastres naturales del mundo, medidos en términos de muertes por millón de personas, el resultado no es sólo un crecimiento más lento en el corto plazo, sino un crecimiento menor durante los diez años siguientes. En promedio, el PIB per cápita de un país afectado disminuye a un nivel de 10% por debajo del que tenía cuando ocurrió el desastre, y al cabo de 10 años queda 28 puntos porcentuales por debajo de donde hubiera quedado sin el desastre (el PIB real contra fáctico, medido a través de una metodología de control sintético, hubiera sido 18% más elevado sin mediar la catástrofe. Por lo tanto, el diferencial entre el PIB observado y el PIB contra fáctico diez años después del desastre asciende a 28 puntos porcentuales del PIB.).

Sin embargo, lo sorprendente es que estos resultados están determinados por eventos que fueron seguidos por una revolución política en contextos de gran agitación social post desastre natural. Estos son los casos de la revolución islámica iraní, y la revolución sandinista nicaragüense, ambas en 1979. Otros eventos que no fueron seguidos por crisis sociales y políticas similares registraron impactos que se disiparon rápidamente.

La cohesión social es esencial para prevenir más crisis

Estos resultados destacan la importancia de mantener la cohesión social durante la respuesta a la emergencia, evitando que las crisis humanitarias y económicas se conviertan en crisis sociales que desestabilicen gobiernos y dificulten aún más la recuperación.  En este punto hay una coincidencia con la evidencia que surge de las crisis financieras y de los conflictos armados. Un análisis empírico de crisis financieras muestra que en los países con instituciones políticas democráticas más fuertes y donde se preservan los controles y el equilibrio entre poderes durante la crisis, la recuperación fue más rápida. Esto ocurre porque las crisis generadas por eventos como crisis financieras, desastres naturales, o pandemias, son en esencia, períodos en que se toman decisiones importantes que afectan el futuro, y esas decisiones se toman en un contexto institucional determinado. Si esas decisiones serán instrumentales para el crecimiento a largo plazo o no, dependerá del tipo de instituciones políticas que prevalecen en el momento de una crisis, y del tipo de soluciones que ofrece esta estructura institucional.

Indicadores de desarrollo e instituciones sólidas para una mayor resiliencia

Algo que está claro es que los desastres naturales golpean más duramente a los países pobres que a los ricos. El índice de muertes causadas por desastres en países pobres es alrededor de cinco veces mayor que el de países ricos. Esto hace pensar que las políticas de desarrollo, que mejoran los ingresos, el alfabetismo y la apertura al resto del mundo, no sólo permiten que la gente mejore su situación material, sino que también producen un beneficio secundario adicional: tales políticas deberían, con el tiempo, hacer que los países sean más resilientes a crisis como los desastres naturales, o las pandemias. Contar con instituciones públicas sólidas también contribuye a acotar los efectos negativos de las crisis. Por ejemplo, las instituciones políticas que obligan a los funcionarios a rendir cuentas de sus actos, también promueven la inversión en preparación, lo cual redunda en mayor resiliencia. Las políticas que contrarrestan la concentración excesiva de riqueza, tales como una tributación progresiva y la educación universal, también pueden marcar la diferencia: una desigualdad extrema parece hacer más vulnerables a los países a crisis como la ocasionada por la pandemia, quizá porque la desigualdad está vinculada con niveles más bajos de gasto para proteger a las poblaciones vulnerables. Dado que la pandemia del COVID-19 empeorará la situación de desigualdad en la región, el círculo vicioso empeorará en el futuro, lo cual pone de relieve la necesidad de prestar más atención a las políticas que reducen la desigualdad. En definitiva, la creación de resiliencia en los países requiere construir economías más fuertes y equitativas que estén mejor preparadas para enfrentarse a los desafíos de los desastres naturales y, también, las pandemias.

Nota publicada originalmente en Ideas que Cuentan, el blog del Departamento de Investigación del BID.