El dilema

La tensión entre contener la epidemia y reactivar la economía ha sido el principal dilema público de los últimos meses. En un extremo se hallan quienes adhieren al modelo sueco: nada de medidas drásticas como cuarentenas, basta con medidas preventivas —voluntarias, por cierto—, permitiendo que el virus se propague y mueran los que tengan que morir, para así llegar lo más rápido posible a la inmunidad de rebaño. En el centro de la versión criolla de esta estrategia palpita la creencia de que tanto y más importante que evitar muertes por covid-19 es evitar que haya gente que muera de hambre. En el extremo opuesto están quienes quieren cuarentenas indefinidas en todo el país, con ayudas sin tope mientras estas duren.

“Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. Y ¿usted qué hace?”, dice la famosa cita de John Maynard Keynes. Y los hechos han cambiado y debieran llevar a que los admiradores de la estrategia sueca revisen sus opiniones. Anders Tegnell, arquitecto de esta estrategia, concedió el martes de esta semana que Suecia debió haber considerado medidas más restrictivas para evitar el alto número de muertos que han tenido (4.639 hasta el viernes). Si hubiese sabido lo que sé hoy, dijo, habría elegido una estrategia “a mitad de camino entre lo que hizo Suecia y el resto del mundo”. Un cambio de opinión mayor si se considera que durante semanas Tegnell criticó duramente las estrategias de contención adoptadas en el resto de Europa.

Un segundo hecho que debiera llevar a cambiar de opinión a quienes promueven la inmunidad de rebaño, es el resultado de una serie de estudios recientes que muestran que el número de contagiados en la población en general es mucho menor del que se requiere para que esta estrategia sea siquiera una opción. Por ejemplo, luego de analizar 63 mil test realizados a una muestra aleatoria de españoles, uno de estos estudios concluye que solo el 5% ha desarrollado anticuerpos contra el coronavirus. Aun en Madrid, epicentro del brote, dicho porcentaje llega tan solo al 11,3%. Otros estudios confirman los bajos niveles de contagios.

Con esos porcentajes, si es que no quisiéramos colapsar la capacidad hospitalaria, una estrategia de inmunidad de rebaño tomaría entre cinco y diez años en concretarse, un tiempo mucho mayor al estimado para el advenimiento de una vacuna. En otras palabras, el potencial de salvar vidas de las medidas restrictivas se incrementa respecto de la otra estrategia. Dichos hallazgos son un importante contrapunto a una serie de estudios publicados en abril, que encontraban porcentajes muy altos de contagios en ciertas comunidades (el más citado fue para el condado de Santa Clara, en California). Tales conclusiones fueron promovidas con irresponsable entusiasmo por medios convencidos de que la inmunidad de rebaño era la mejor estrategia, a pesar de que las críticas expertas indicaron desde un principio que tenían problemas metodológicos serios que invalidaban sus conclusiones.

Llevando esta discusión a Chile, a los elementos anteriores cabe añadir que, desde hace casi una semana, tenemos un sistema hospitalario en una situación insostenible. Son muchos los hospitales donde las unidades de cuidados intensivos están sobrepasadas, viéndose obligadas a atender pacientes en otras dependencias y con médicos no especializados. La capacidad de atender urgencias no covid-19 está muy mermada y son muchos los pacientes crónicos que no están recibiendo la atención que necesitan. Dicha estrechez redundará en muchas muertes que pudieron evitarse si el número de contagios se hubiese mantenido bajo control. Podemos tener una larga discusión sobre la combinación justa de riesgos sanitarios con la necesidad de reactivar la economía cuando el brote esté controlado. Mientras tal cosa no suceda, debemos dedicar todas nuestras energías a reducir drásticamente las cifras de contagios.

No somos un país desarrollado, pero tampoco somos un país que deba aceptar una “nueva normalidad” que consista en tener hospitales sobrepasados por meses y un doloroso número de muertes perfectamente evitables. Es el momento de apelar a toda la solidaridad que tiene Chile para enfrentar la crisis humanitaria que estamos viviendo. El Gobierno debe reconocer que se equivocó con las cajas de alimentos, que el proceso de distribución es demasiado lento, y buscar métodos alternativos para llegar rápido con ingresos a los hogares vulnerables y de clase media que lo están pasando mal.

También son preocupantes las altas cifras de movilidad en el Gran Santiago, detectadas por varios estudios recientes. Como era de esperar, estas indican que las comunas de altos ingresos obedecen más las cuarentenas que aquellas de bajos ingresos, pero incluso en el caso de comunas del sector oriente, la movilidad alcanza, en promedio, un muy alto 40% de su valor a principios de marzo. Si la ayuda económica llega de manera urgente y eficiente a los barrios más vulnerables, los habitantes de todas las comunas podrán salir mucho menos de lo que están saliendo.

En un desarrollo alentador, en días recientes el Gobierno ha comenzado a priorizar el establecimiento de un sistema de trazabilidad de contagios que funcione, otro elemento clave para contener la epidemia, en el que la incorporación del sistema de atención primaria puede ser fundamental. Finalmente, todo lo anterior debe complementarse con una campaña comunicacional potente y creativa, con rostros conocidos y confiables, focalizados en audiencias específicas, en los medios pertinentes para cada una de ellas. Existen varias iniciativas que nacieron de la sociedad civil en curso y esperamos que vean la luz prontamente.

Con un promedio diario de 4.500 nuevos casos detectados la última semana, el más alto en lo que va de la epidemia y cinco veces la cifra de hace tan solo un mes, la tarea que nos espera es titánica. Lo urgente y lo importante es controlar el brote epidémico que estamos viviendo lo más rápido posible. Solo entonces, cuando volvamos a tener un sistema hospitalario que pueda atender debidamente las necesidades ciudadanas, podremos entrar a la discusión acerca de cuáles serán las prioridades en el muy lento regreso a la normalidad.