Chile y sus lecciones para Argentina

En colaboración con Iván Stambulsky (Universidad de Buenos Aires)

Entre los comienzos del capitalismo y la actualidad, muchas sociedades lograron reducir sus tasas de pobreza de forma sostenida y persistente (ver acá). Una de esas experiencias, interesante por su proximidad temporal y geográfica, es la de Chile. Entre 1990 y 2017, Chile redujo su tasa de pobreza desde el 38% hasta el 8%, a pesar de haber cambiado en 2013 la metodología de medición de forma tal que más ciudadanos eran clasificados como pobres.

Fuente: Ministerio de Desarrollo Social de Chile

 

¿Cómo se explica este fenómeno? En términos generales, los cambios en la tasa de pobreza pueden descomponerse en tres fuentes: el “efecto crecimiento”, causado por cambios en el valor real de los ingresos; el “efecto distribución”, impulsado por cambios en la distribución del ingreso que inducen cambios en los recursos que poseen los hogares más pobres; y el “efecto línea de pobreza”, que se produce ante cambios en el valor real de la línea de pobreza, ocurridos por cambios en los precios relativos de la economía (ver acá).

En el caso particular de Chile, el principal determinante de la baja en la pobreza fue el cambio en el ingreso per cápita familiar, que creció al 3.2% anual entre 1990 y 2013 y al 4.2% entre 2006 y 2015. La comparación con Argentina es elocuente: mientras que en 1990 el ingreso chileno era un 35% más bajo que el argentino, hoy es un 15% más alto.

Fuente: Maddison Project 2018 database.

 

¿Cuáles fueron los principios sobre los que se asentó la política económica chilena durante este periodo de prosperidad rampante? Fundamentalmente tres: estabilidad macroeconómica, utilización extendida del sistema de precios para la asignación de recursos e integración al mundo. Tres principios que fueron frecuentemente ignorados de este lado de la cordillera durante el mismo periodo.

Cuentas públicas sanas

Las cuentas públicas sanas son una pieza fundamental de cualquier economía estable. La consolidación fiscal chilena -que empezó durante el gobierno de Pinochet- perduró y se profundizó durante los distintos gobiernos democráticos, lo cual le permitió a Chile reducir su deuda publica sustancialmente. Con esto, su economía se volvió más resiliente. Mientras que en 1990 la deuda neta del gobierno llegaba al 24% del PBI, para 2008 el gobierno había alcanzado la peculiar posición de ser acreedor neto por 22 puntos del producto.

Fuente: Banco Central de Chile

 

El compromiso de la democracia con la sostenibilidad fiscal llegó a tal punto que en el año 2001 el gobierno de Ricardo Lagos implementó una regla fiscal con el fin de automatizar la prudencia en el gasto público. La racionalidad de la regla es sencilla. Sin regla, cuando el precio del cobre es excepcionalmente alto (y por lo tanto también lo son los recursos públicos) el gobierno tiene incentivos a aumentar fuertemente el gasto fiscal, tras el cual sobreviene una importante apreciación real de la moneda. Ante esta situación, la economía queda muy expuesta a una caída en el precio del cobre, frente a la que se necesitaría una fuerte depreciación real y una contracción fiscal en tiempos ya de por sí recesivos. Para evitar esta situación viene al auxilio la regla fiscal: en momentos en que el precio del cobre es excepcionalmente alto, el gobierno lleva adelante una política de superávit fiscal que genera dos efectos virtuosos. En primer lugar, la regla contiene la expansión en la absorción doméstica, lo cual a su vez modera la apreciación real de la moneda. En segundo lugar, genera un colchón fiscal para los momentos malos. De esta manera, cuando el precio del cobre cae, la depreciación necesaria para restaurar el equilibrio macroeconómico no es tan grande y adicionalmente el gobierno puede ejecutar una política fiscal más expansiva para suavizar los efectos del shock sobre la actividad (ver acá una discusión detallada).

Esta racionalidad tuvo varias oportunidades para probarse en la práctica. Entre 2005 y 2008, el precio promedio del cobre fue más de tres veces superior que entre 1999 y 2004. Ante esta situación, en lugar de embarcarse en políticas expansivas, el gobierno de Chile experimentó altos superávits fiscales que alcanzaron un sorprendente 7.5% del PBI en 2007. Este comportamiento le dio margen al gobierno para actuar de forma expansiva luego ante la crisis de 2009 sin poner en riesgo la sostenibilidad de las cuentas públicas.

Fuente: Banco Central de Chile

 

Inflación baja

En 1990, a la salida de su último gobierno autoritario, la inflación en Chile alcanzaba el 27%. Reducir la inflación se convirtió en una prioridad de la política económica del gobierno democrático electo. Con este fin, las autoridades del Banco Central decidieron articular uno de los primeros regímenes de metas de inflación del mundo.

Este régimen, sin embargo, no nació como el sistema de metas de inflación moderno que se implementa actualmente en una gran parte del mundo, sino como un híbrido diseñado para responder ante las condiciones iniciales de las que partía la economía chilena. La primera etapa del régimen de metas de inflación se extendió entre 1990 y 1999. Sus características principales fueron una sólida independencia del Banco Central, una meta definida cada septiembre para la inflación del año siguiente, y algunas medidas cambiarias y financieras (como las bandas cambiarias móviles y los controles a la entrada de capitales de corto plazo) diseñadas con el objetivo de alinear las expectativas y evitar un fuerte déficit de cuenta corriente. Vale aclarar que, de todos modos, algunas cifras nos conducen a ser cautelosos sobre la efectividad de las bandas cambiarias y los controles de capitales para conseguir sus objetivos deseados: entre 1990 y 1997, el tipo de cambio real en Chile se apreció un 35%. En 1993, 1996, 1997 y 1998, además, el déficit de cuenta corriente superó el 4% del PBI.

Luego de varios años trabajando con este sistema, Chile alcanzó una inflación del 3%. Una vez cumplidas las precondiciones para que un régimen de metas de inflación moderno funcione de forma exitosa, Chile pasó en 1999 a un sistema centrado en una comunicación transparente, con la tasa de interés como instrumento principal de política monetaria y un tipo de cambio flotante.

Fuente: Instituto de Estadísticas de Chile

 

Bajo este sistema, el tipo de cambio flotante funciona como mecanismo de adaptación de la economía real ante fluctuaciones externas. Por ejemplo, cuando el precio del cobre sube y se acelera el crecimiento de la demanda agregada, el peso chileno se aprecia, conteniendo la inflación. Por el contrario, cuando el precio del cobre cae, la demanda se desacelera y la capacidad de compra en el mundo de la economía chilena se reduce, su moneda se deprecia, protegiendo el nivel de actividad.

Fuente: Banco Central de Chile e Instituto de Estadísticas de Chile

 

Como en toda economía con un régimen de metas de inflación consolidado, estos movimientos cambiarios que se generan en respuesta a shocks externos suceden sin mayores turbulencias: aunque el tipo de cambio muestra grandes fluctuaciones, en Chile la inflación interanual promedio entre 1999 y 2017 fue del 3%.

Fuente: Banco Central de Chile e Instituto de Estadísticas de Chile

 

Utilización del sistema de precios e integración al mundo

En el plano microeconómico, el criterio chileno durante este período consistió en eliminar trabas al sector privado para favorecer la inversión y la innovación. Comparemos a Chile con Argentina en este aspecto usando como guía el índice de competitividad del Foro Económico Mundial. En el ítem sobre independencia del sistema judicial, Chile ocupa el puesto 36 de 140 países; Argentina el puesto 101. En el ítem sobre impuestos y subsidios distorsivos, Chile ocupa el puesto 15 y Argentina el 130. En el ítem sobre flexibilidad en la determinación de los salarios, por último, Chile ocupa el puesto 7 y argentina el puesto 137.

Otra política relevante que llevó adelante Chile en este sentido fue su integración al mundo. La dinámica en este plano muestra familiaridades con la observada en la cuestión fiscal: aunque el proceso de apertura comercial empezó en el gobierno de Pinochet, los gobiernos democráticos lo profundizaron y fortalecieron. En 1991, el gobierno de Patricio Aylwin redujo unilateralmente los aranceles promedio desde 15% a 11%. En 1998, el gobierno de Eduardo Frei lo hizo desde el 11% al 6%.

Pero la política comercial no se agotó en la baja de aranceles. Entre 1997 y 2015, Chile firmó 23 tratados de libre comercio que abarcaron a Estados Unidos, la Unión Europea, Latinoamérica, Japón, Australia y el sudeste asiático. Una pequeña imagen puede ser útil para ilustrar la relevancia de abrir mercados: los vinos argentinos pagan un arancel de 14% para acceder a China; los vinos chilenos, un arancel de 0%.

 

Reflexión sobre Argentina

Argentina y Chile son países distintos. Sin embargo, un entorno macroeconómico estable que reduzca la incertidumbre y un sistema de incentivos que premie la inversión y la innovación también traerá progreso para nuestro país. Pensemos en los grandes eventos que retrasaron el crecimiento económico argentino en los últimos cuarenta años: el Rodrigazo, la crisis de la tablita, la hiperinflación, la crisis de 2001 o el cepo cambiario. Todos derivaron de experiencias macroeconómicas rígidas e insostenibles. Pensemos, también, en algunas calamidades recientes y no tan recientes de la economía argentina: un sistema financiero pequeño, un pobre dinamismo exportador, la caída en la producción de energía, la inexistencia de un mercado de créditos hipotecarios robusto o el rezago en el desarrollo de un mercado aerocomercial eficiente y amplio. Todas derivaron de un conjunto de políticas económicas que desincentivaron el desarrollo de estos sectores.

La motivación por la que nos detenemos a mirar a Chile no es la de imitar a ciegas un recetario de políticas, sino la de buscar inspiración en principios económicos básicos que resultaron fundamentales para poner en marcha una economía próspera. Combinar estos principios con políticas de distribución inteligente e igualdad de oportunidades sería una completa innovación en nuestra historia. Vale la pena hacer el intento.