Una reflexión sobre «Modern Times»

El título de la película de Charles Chaplin, sobre un ser humano en una línea de producción y los esfuerzos de los dueños del capital para aumentar su rendimiento, ha quedado galvanizado en el sentido común. Así, la modernidad queda asociada con una línea de producción y con la importancia que se eviten los abusos y la política pública se encargue de proteger mínimamente la integridad y humanidad de los trabajadores.

Lo que era razonable en 1936, tendría que estar siendo puesto en cuestión en el 2018. Tendencias de largo plazo alrededor de la evolución de la tecnología, el cambio en las tasas de crecimiento de la población a partir del descubrimiento de la penicilina y luego la inserción de las mujeres en los mercados laborales, la migración –particularmente del campo a la ciudad-, y la internacionalización de los derechos humanos, nos colocan hoy en un escenario diferente sobre cómo avanzar y garantizar el desarrollo humano.

Pero, ¿a qué viene este recuerdo de una película memorable? Viene a la necesidad de cambiar nuestro entendimiento sobre lo que se caracteriza como un tiempo moderno, específicamente, la línea de producción ha dejado de ser moderna, a pesar de nuestra escasa industrialización. Modernizarnos ya no es equivalente a industrializarnos. Proteger a los trabajadores ya no es equivalente a que los empleadores contribuyan con la seguridad social.

Estas dos afirmaciones están muy relacionadas entre sí y, a su vez, con varios temas que usualmente son tratados de manera separada pero que necesitan ser considerados de manera conjunta: sobre la competitividad y productividad de una economía, los mal llamados “sobrecostos” laborales, y los retos que plantea la economía digital, particularmente la denominada “gig economy”.

Hablemos primero de la competitividad y productividad. En una economía en desarrollo, como es la economía peruana, se discute mucho sobre las medidas que tienen que implementarse para aumentar las tasas de crecimiento de la economía, en el mejor de los casos, o simplemente sostener este 4% anual que parece ya enquistado. Una de las más discutidas es el aumento de la productividad, a lo que se asocia como consecuencia el aumento de los niveles salariales y también el aumento de la competitividad de la economía.

Junto con la discusión sobre competitividad y productividad, se suele debatir sobre los sobrecostos laborales, entendidos como aquellas contribuciones que hacen los empleadores a la seguridad social, sea de salud o de pensiones, las vacaciones de 30 días por año, la compensación por tiempo de servicios (CTS), o las licencias –especialmente, la de maternidad. Varios argumentan que estos son sobrecostos, siendo así que reducen la competitividad de la economía, afectando negativamente las posibilidades que la economía peruana crezca a tasas más altas.

Mi argumento es que, en el mundo de la economía digital, el autoempleo y la gig economy, seguir apostando a que sean los empleadores –cada vez menos proporcionalmente, además- quienes paguen por la seguridad social, en todas las dimensiones mencionadas, es una apuesta perdedora y que nos hará desperdiciar no solamente puntos de competitividad sino también, y principalmente, perjudicará a las personas.

La gig economy se define como el mundo del trabajo temporal, por tarea, donde un trabajador interactúa con muchos empleadores o se autoemplea. Además, los empleadores pueden ser nacionales o internacionales, dependiendo del giro de la especialidad o entrenamiento del trabajador, o del tipo de intermediación. Solo pensemos en Uber, que es una plataforma que conecta demandantes de transporte con proveedores: el servicio de conexión entre demanda y oferta es un servicio transable, mientras que el servicio de transporte es no-transable.

En este contexto, hablar  de un empleador y sus obligaciones y contribuciones a los diferentes aspectos de la seguridad social, suena absurdo. Y el futuro del trabajo va por ahí. Cada vez menos empleadores estarán disponibles para atender estas obligaciones y, más allá de obligaciones, estos aspectos de una seguridad social cuya función es dar tranquilidad a los ciudadanos para ayudarse a sí mismos y conducir sus vidas hacia aquellos fines que valoran, tal como postula Sen.

Pero de la constatación tenemos que pasar a la propuesta y esta ha sido ya articulada y expuesta por Santiago Levy. Levy argumenta que parte del estancamiento de la productividad en América Latina está asociada a estos costos relacionados a la seguridad social. Así, las posibilidades de elevar la productividad en América Latina tienen que ver, en parte por supuesto, con la necesidad de reformar los sistemas de seguridad social.

Estoy completamente de acuerdo con Levy, pero por el motivo equivocado por supuesto. Es que la protección social es un derecho de un ciudadano, de un habitante de un país y no tiene que ver con su condición laboral. De ahí proviene el nombre: protección social, seguridad social. Saber que cuentas con atención médica de calidad y con oportunidad, confiar que tu vejez estará libre de trabajo y contarás con atención médica, saber que podrás tener tiempo para descansar luego de largas o continuas jornadas laborales, tendría que depender de la pertenencia a un grupo humano que cuida por cada uno de ellos. Son entonces parte de los mecanismos de cohesión social que coadyuvan a que una sociedad se mantenga unida y cuide por el bienestar social.

Son varios los cuestionamientos que una reflexión de este estilo puede motivar y quedan en agenda para futuras discusiones. Temas como quién pagará, como se determinará el piso mínimo de servicios asociados a la seguridad social, quién los proveerá, son solo algunos que merecerán estudios adicionales y debates que permitan avanzar hacia una economía moderna.

El cambio técnico que está sustituyendo la línea de producción de Modern Times, nos conduce a nuevos tiempos modernos.