El caso israelí: Parte I

Desde la crisis energética de 1973 y hasta 1985, la economía israelí tuvo una pésima performance. Desde 1979, incluso, la tasa de inflación alcanzó los 3 dígitos. No solo había hiperinflación, sino que el déficit fiscal era récord, la participación del Estado en la economía superaba ampliamente a la observada en las economías más desarrolladas, y la economía presentaba recurrentes crisis de balanza de pagos.

 

Entre 1967 y 1973, Israel experimentó un pronunciado crecimiento del déficit fiscal y de la participación del Estado en la economía que perduró hasta el plan de estabilización de 1985. En este movimiento, impulsado principalmente por la agudización de los conflictos militares con el mundo árabe, el gasto público pasó de representar el 35% del Producto Bruto Interno (PBI) al 70% del PBI, mientras que el déficit financiero alcanzó el 15% del producto.

En ese contexto, hacia julio de 1985 el gobierno lanzó un programa de estabilización que resultó exitoso y sentó las bases para un programa de reformas estructurales que fueron transformando gradualmente la economía israelí en una economía estable en la que el sector privado pasó a liderar la asignación de recursos y el crecimiento económico.

 

El plan de estabilización fue diseñado en circunstancias políticas especiales. Tras las elecciones legislativas de 1984, las dos fuerzas principales de la democracia parlamentaria israelí – Likud y el Partido Laborista – estaban virtualmente empatadas. En este escenario, la formación de gobierno se dio bajo una coalición de unidad nacional liderada por ambas fuerzas que controlaría 98 de las 120 bancas del parlamento israelí. El acuerdo (conflictivo) entre partidos incluyó un esquema de rotación prestablecida en el que el laborista Shimon Peres gobernaría los primeros dos años del mandato y Yitzhak Shamir, de Likud, los dos años restantes. Los ministros del gabinete estarían repartidos equitativamente entre ambos partidos. A esta coalición se sumó otro ámbito de negociación: el Comité Político y Social, que funcionó como plataforma para el diálogo entre el Estado, las empresas y los sindicatos. Sirvió para cimentar el apoyo de la sociedad civil, que resultaría indispensable para la ejecución exitosa del plan.

 

El diseño del programa combinó un recorte drástico en el déficit junto con la fijación sincronizada y transitoria de varias anclas nominales. Si bien cada programa de estabilización tiene que adaptarse a la inflación que enfrenta, y no es mi objetivo en esta nota focalizarme en los detalles del programa de estabilización israelí, sabemos que, en el mediano plazo, ningún programa que busque eliminar una inflación elevada tendrá éxito si no contrala el déficit fiscal. Si vale la pena notar que cuando los ciudadanos reconocen que el gobierno no dependerá a lo largo del tiempo de financiamiento monetario, la desinflación se vuelve mucho más fácil de lograr y mantener.

El plan logró reducir sustancialmente el déficit fiscal (ver Figura I). Esto le permitió no solo consolidar el proceso de estabilización, sino también ir reduciendo en el tiempo la deuda publica en relación al Producto Bruto Interno (PBI) (ver Figura II). Naturalmente, Israel aumentó su ahorro doméstico, lo cual implicó una importante mejora en su cuenta corriente y una baja pronunciada de su deuda externa.

 

Fuente: Banco de Israel

Fuente: Banco de Israel

La caída del déficit fiscal se dio con una baja de 10 puntos del PBI en el gasto público y una suba parecida, aunque transitoria, en la presión tributaria. La baja en los gastos puede explicarse principalmente a través de tres componentes: el gasto militar, el gasto en subsidios a las empresas y el pago de intereses de la deuda pública. Es importante señalar, sin embargo, que la magnitud de la baja del gasto público alcanzada al lanzar el programa de estabilización fue inusual (ver, por ejemplo, acá), y se explica en buena medida por el cambio en las condiciones externas que enfrentaba Israel: en un contexto de paz y en el marco de un proceso de desinflación con apoyo financiero internacional, podía reducirse fuertemente el gasto militar y financiero sin un impacto significativo sobre la demanda agregada y sin que ello disparara un alto nivel de conflicto distributivo.

En la Figura III podemos apreciar claramente el éxito obtenido en materia inflacionaria. En 1986 la inflación cayó por debajo del 30%, y en 1987 bajó a aproximadamente 15%. Sin embargo, bajar la inflación desde ese guarismo hasta valores de un dígito tomó una década. Finalmente, la inflación continúo bajando y hace ya más de diez años que alcanzó valores similares a los de los países desarrollados estables.

Fuente: Oficina Central de Estadísticas de Israel

El cambio de orientación fiscal de la economía israelí tuvo dos etapas: una rápida -la reducción del déficit- y otra gradual -la caída de la participación del gasto público y de la presión tributaria en el PBI – (ver Figura IV). Desde 1984 hasta 1998, el gasto público pasó desde alrededor del 70% al 48% del PBI. En la etapa gradual los componentes del gasto que perdieron participación fueron los mismos que en la etapa rápida: el gasto militar, los subsidios a las empresas y el gasto en intereses de la deuda. Paralelamente, aumentaron los gastos en otras partidas como transferencias, debido a cambios en la desigualdad, en el desempleo y en la proporción de la población mayor a 65 años. Desde 1980 a 2016, el gasto publico bajo aproximadamente 30 puntos del PBI, mientras que la presión tributaria lo hizo en aproximadamente 20 puntos del PBI (ver Figurar IV).

Fuente: Banco de Israel

El proceso de estabilización iniciado en 1985 no solo le permitió a Israel eliminar la inflación y reducir fuertemente su deuda pública y externa, sino que también sentó las bases para que la economía crezca sostenidamente. Ese proceso de crecimiento, sin embargo, fue impulsado por un amplio programa de reformas estructurales implementadas también gradualmente una vez que se había estabilizado la economía.

Estas reformas tuvieron sus frutos. En términos per cápita, la economía israelí creció más que la economía de Estados Unidos. Esto ocurrió a pesar de que Israel absorbió un fuerte incremento en su población como fruto de la inmigración rusa luego de la caída del comunismo. En cambio, Argentina, que también lanzó un programa de estabilización inicialmente exitoso en 1985, nunca logró eliminar su déficit fiscal en forma permanente, ni bajar su inflación más allá del período durante el que el Banco Central no financió al tesoro por ley, pero que terminó en un default de la deuda pública. El crecimiento de la economía argentina fue lastimoso (ver Figura V) (ver también acá).

Fuente: Maddison Project

Israel ha creado un marco fiscal y legal muy favorable para los fondos de “capital de riesgo” (“venture capital”), que invierten en nuevas empresas. Aunque entre 1993 y 1998 el Gobierno trató de crear su propio fondo, la mayor parte del capital que ha llegado ha procedido del exterior, sobre todo de Estados Unidos. Hoy, Israel es el país del mundo que recibe más inversión de “capital de riesgo” per cápita. Y a estos fondos siguieron las empresas. En 1995, la empresa alemana Siemens compró la start-up de software Ornet Data. Fue la primera vez que una empresa europea adquiría una empresa israelí. Hoy hay más empresas israelíes cotizando en el NASDAQ que compañías chinas, europeas e indias juntas. En 2013, por ejemplo, Google compró por 1.100 millones de dólares la red social de geolocalización israelí Waze, la compra más cara del buscador californiano, tras YouTube, Motorola Mobile y DoubleClick. Veo el caso israelí en forma motivadora pues ilustra como un país puede pasar en un cuarto de siglo de la hiperinflación y de bordear la suspensión de pagos a ser una potencia en el campo de la innovación tecnológica.

Argentina tiene hoy un alto déficit fiscal, que ha bajado durante la gestión del Presidente Macri, pero que aún es muy elevado, y dado el exiguo mercado de capitales doméstico, consiguientemente, ello se refleja en un elevado déficit en cuenta corriente. Además, tiene elevadas tasas de inflación, gasto público y algunos impuestos elevados y distorsivos (ver acá). Sin embargo, cuenta con un plan de trabajo para resolver estos problemas. Tiene un programa de eliminación del déficit primario para 2020 acompañado de una Ley de Responsabilidad Fiscal que le permite controlar el gasto y continuar bajándolo en relación al PBI incluso luego de alcanzar el equilibrio fiscal primario (ver acá). Posee también una reforma tributaria que le permitirá, gradualmente, mejorar su sistema tributario. Cumplir ese programa fiscal es fundamental, no solo para evitar una crisis económica, la cual tendría elevados costos sociales, políticos y económicos, sino también para sentar las bases de un programa de reformas que promuevan un proceso de crecimiento sostenido.

Referencias

  1. Barkey (1994): “Economic Stabilization in Argentina and Israel”, Studies in Comparative International Development.
  2. Ben-Bassat (ed.) (2002): The Israeli Economy, 1985-998, MIT Press.
  3. Bruno y S. Piterman (1990): “Israel’s Stabilization: A Two-Year Review”, en Bruno, Di Tella, Dornbusch and Fischer (eds.): Inflation Stabilization: The Experience of Israel, Argentina, Brazil, Bolivia and Mexico, MIT Press.

 

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Una versión anterior de esta nota fue publicada en el diario El Economista el 23 de Julio de 2018.