¿Qué está en el aire?

Algo está en el aire que es ominoso, suspendido entre el ocaso de muchas cosas que parecen desaparecer en la oscuridad y un vacilante amanecer que aún no emerge desde las sombras. Nadie puede exigir una lectura ordenada y en profundidad de esos signos.

Esta parece ser la pregunta de los días que corren. Razones no faltan.

I

En el plano interno, el punto muerto en que se halla el gobierno; de hecho, inició la semana con su peor desempeño de opinión pública encuestada (CADEM del lunes 28 de junio). La Presidenta Bachelet, una sombra de sí misma. Un gabinete de ministros situado en la sima de su trayectoria, en estado de perplejidad y con su personal fatigado. El principal de ellos, el ministro de Hacienda, último alfil en pie, ahora arrinconado y perdiendo influencia rápidamente. La Nueva Mayoría (NM) diezmada por sus crisis de organización, liderazgo, prestigio e ideológica. La oposición, igual que la Alicia de Lewis Carroll, «abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer?»; irrelevante por lo mismo, como en su momento más bajo del último medio siglo. La sociedad civil moviéndose sin dirección, inquieta, atosigada de malas noticias (salvo la Copa América), con escasa confianza en sí misma, en los otros, en el movimiento estudiantil, las instituciones del Estado y el mercado. Este último, a su turno, con ondas volátiles que el sismógrafo de los sentimientos económicos registra tendencialmente como un descenso, con el freno puesto y escasas expectativas de reingresar a un ciclo positivo.

El plano externo, en tanto, ha ido revelándose cada día con más fuerza como un horizonte de incertidumbres cuyos mensajes llegan instantáneamente hasta nuestras pantallas y circulan 24×7 por las redes sociales e Internet. Tras el Brexit, ¿qué ocurrirá con la Unión Europea? El Reino Unido, ¿permanecerá como tal? ¿Cuál será el impacto político del voto británico de «salir» (exit) sobre el gobierno Conservador, el Partido Laborista y, más allá, sobre los partidos socialdemócratas europeos que hace rato vienen declinando y sobre las derechas nacionalistas que hace rato vienen expandiéndose en Austria, Francia, Holanda y en varios países de Europa Central y del Este? ¿Podrá España formar gobierno, Italia consolidar su gobernabilidad y Grecia salir de la crisis? ¿Alcanzará China un nuevo equilibrio económico y con qué efectos para el resto del mundo?

Sobre todo, ¿qué ocurrirá con los Estados Unidos si triunfa la opción Trump con su primitivo nacionalismo, proteccionismo, autoritarismo e ideología del líder-jefe encargado de restaurar la grandeza militar y económica de la nación? Y en América Latina, ¿qué tipo de gobiernos ocupará el vacío creado por la gradual disolución de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y por el progresivo debilitamiento de las democracias golpeadas por el ciclo regional de escándalos? ¿Cómo se recanalizarán las corrientes político-ideológicas de la derecha, de la democracia social (liberal, socialdemócrata y democristiana)y de las neoizquierdas antisistémicas que hoy pugnan por encontrar una identidad postcubana y postrevolucionaria en general?

II

Todo esto está en el aire y trae consigo preocupaciones más hondas, más vastas también, que algunos -con cierta grandilocuencia (que por una vez pudiera justificarse)- califican de epocales, de orden civilizatorio, de alcance global o, al menos, de encrucijadas para la cultura occidental en tiempos posmodernos. En cualquier caso, no son éstos calificativos que puedan tomarse livianamente.

En efecto, algo está en el aire que es ominoso, suspendido entre el ocaso de muchas cosas que parecen desaparecer en la oscuridad y un vacilante amanecer que aún no emerge desde las sombras. Nadie puede exigir una lectura ordenada y en profundidad de esos signos. Ni es este el lugar para emprender tan improbable empresa.

Con todo, puedo ilustrar mi sensación de aquello que está en el aire y aparece como un malestar de época recurriendo a algunas preguntas surgidas al correr del teclado.
¿Volveremos a la época de una Europa de las naciones, fragmentada por liderazgos hostiles que se alimentan de las prácticas de una democracia plebiscitaria y del temor frente a los bárbaros que, se dice, presionarían desde dentro y desde fuera sobre las fronteras de nuestros mapas geográficos y mentales? ¿Volverá la política a ser definida en términos de enemigos y los Estado a convertirse en estados de sitio?

¿Qué lugar hay en el futuro para la democracia liberal, dónde y cómo, con cuántos y para quienes? ¿O serán cada vez más numerosas las democracias protegidas y restringidas, centralizadas y altamente burocratizadas a la manera de jaulas de hierro donde se debe convivir organizadamente hasta en los detalles de la vida cotidiana, sin grandes riesgos ni opciones?

La capacidad creativo-destructiva del capitalismo que parece lanzada hacia una cuarta revolución industrial basada en sistemas físico-cibernéticos híbridos, en la robótica, el invento de nuevas formas de vida y materiales y la intercomunicación de todo con todo a la velocidad de la luz, ¿podrá gobernarse «desde arriba y desde afuera» por un Leviatán ultra cibernético o tendrá que autorregularse desde abajo mediante redes creadoras de sentidos y de responsabilidades?

¿Podrá el capitalismo utilizar toda la energía que produce y recrearla continuamente sin destruir definitivamente el medio ambiente natural y artificial que nos rodea? ¿O desaparecerá la naturaleza transformada en una dimensión de la cultura que creamos y recreamos, mientras «el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena», según la hermosa frase de Michel Foucault?

En los países de mediano desarrollo como el nuestro, ¿podrá surgir un orden democrático-liberal sólido, compatible con un avance gradual hacia sociedades de bienestar o es ya demasiado tarde y en adelante solo queden como alternativa un capitalismo de Estado súper planificado como alguna vez intuyeron algunos soñadores economistas marxistas o bien un populismo a la Laclau donde el pueblo se constituye en sujeto frente a las élites plutocráticas de Thomas Piketty y en un salto histórico impone su voluntad tomando por asalto desde el llano las cúpulas del poder y las palancas del sistema global?

En fin, aquello que parece estar en el aire, ¿es un auténtico cambio de marea, el que solo podrán identificar las futuras generaciones en un siglo o más, o es por el contrario un mero desajuste en la máquina del capitalismo global que podría repararse con algo más y mejor de lo mismo?