Aborto y desconcierto

Para alguien que ha vivido casi toda su vida adulta en el extranjero, el debate sobre el aborto en Chile -incluyendo el que se dio en la Cámara de Diputados esta semana- es desconcertante.

Lo primero que sorprende es la ausencia de una perspectiva global y comparativa. Una lectura de la prensa nacional sugiere que Chile es el primer país en el que se han debatido estas cuestiones. Pero, desde luego, ese no es el caso: de hecho, Chile es uno de los escasos países en los que el aborto no está permitido bajo ninguna circunstancia. Una discusión profunda sobre el tema requeriría considerar las experiencias de otras naciones, entender cómo otras sociedades han resuelto este tema, los argumentos que se han esgrimido a favor y en contra de una legislación que permite el aborto bajo ciertas circunstancias. Pero casi nada de esto se escucha en Chile.

Lo segundo que llama la atención es que casi ningún político diga en voz alta que apoya una legislación que permita el aborto sin ninguna restricción durante el primer trimestre de gestación. Esto es curioso, porque esa es la norma en la inmensa mayoría de los países occidentales que los chilenos admiramos y a los que aspiramos parecernos -en todos ellos, desde luego, hay un límite del período dentro del cual se puede interrumpir el embarazo (habitualmente hasta las 14 semanas, aunque en algunos casos ese período se extiende hasta las 24 semanas).

El aborto es permitido sin ninguna restricción de causa en países como Australia, Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Holanda, Portugal, Noruega, España, Suecia, Suiza y Estados Unidos. Todos países altamente “civilizados”, países que nos han dado los más estrictos cánones éticos y principios de comportamiento social. De hecho, en más de 60 países, que representan casi el 40% de la población mundial, el aborto es libre. Si una mujer decide tener un aborto (dentro de las semanas permitidas) no debe dar explicaciones sobre sus razones. Lo que sí existe, en algunos casos, es un período de espera (habitualmente una semana), en el que se le pide a la mujer que reflexione sobre su decisión y que piense si efectivamente quiere terminar con la gestación.

Inglaterra y Francia
En el Reino Unido, una de las naciones que nos dio los principios esenciales de la democracia -incluyendo la Declaración de Derechos de 1689-, el aborto fue descriminalizado en 1967. A partir de esa fecha es legal, bajo ciertas circunstancias, interrumpir un embarazo hasta las 24 semanas. El procedimiento debe ser efectuado por un médico, y dos profesionales de la salud deben certificar que la continuación del embarazo afectará la salud física o mental de la madre o de cualquiera de sus hijos vivos. Esta última consideración ha sido interpretada por las cortes como una causal socioeconómica, y en los hechos significa que no hay restricciones para el aborto hasta el segundo trimestre.

En Francia, el aborto se legalizó más tarde, en 1975, a través de la llamada Ley Veil, en honor a Simone Veil, la política francesa que fungía como ministra de Salud en el momento en que esta legislación se aprobó. Durante las primeras 12 semanas de gestación una mujer puede hacerse un aborto sin ninguna restricción. Lo único requerido es que lo solicite a un centro médico autorizado para efectuarlo. En caso de peligro de la vida de la madre, es posible realizar abortos tardíos. Niñas menores de 18 años pueden tener un aborto sin informarles a sus padres, siempre que sean acompañadas al centro médico por un adulto.

Un aspecto notable de la legislación francesa es que fue aprobada durante el gobierno conservador de Giscard d´Estaing, gobierno que dirigió, como primer ministro, el abogado de derecha Jacques Chirac. Durante el debate legislativo, la ministra Veil fue duramente atacada por los políticos y la prensa conservadora. Fue tildada de “asesina” y de “menospreciar el valor de las vidas humanas”. Lo paradójico y absurdo de estos ataques era que ignoraban la historia de Simone Veil, el hecho de que era una sobreviviente de los campos de exterminio de Auschwitz y que dedicó su carrera política, justamente, a defender la vida y la dignidad humana.

Las elecciones de EE.UU.
En los EE.UU. el aborto se despenalizó en 1973, después de la decisión de la Corte Suprema (la que cumple el rol de Tribunal Constitucional) en el caso de Roe vs. Wade. Los miembros de la corte analizaron durante meses los antecedentes, y el caso fue alegado frente a los jueces en dos oportunidades, lo que casi nunca había sucedido, y casi no ha vuelto a suceder.
La corte reconoció que había una tensión importante entre los derechos individuales de las mujeres, protegidos por la Constitución, y la obligación del Estado de proteger una vida en potencia. Al final, según la mayoría de la corte, la Constitución -y, especialmente, sus enmiendas novena y decimocuarta- protege el derecho a la “privacidad” de los ciudadanos, y ese derecho se extiende al control de las mujeres sobre su cuerpo, incluyendo la decisión de poner término a un embarazo. Sin embargo, y a pesar de ser esencial, este derecho tiene un límite y está sujeto a ciertas restricciones. Este límite tiene que ver con el interés y obligación del Estado por proteger una vida “potencial”. Si se determina que este interés del Estado es “imperioso y convincente”, entonces, dijo la corte, es posible que las leyes restrinjan el derecho al aborto.

Entre 1973 y 1992 esta decisión de la corte se tradujo en que se aplicaran distintos criterios dependiendo del trimestre de gestación en el que se encontraba un embarazo. Durante el primer trimestre, el derecho a la privacidad es claramente dominante y el aborto no tiene restricciones. Cualquier mujer puede acceder a él en forma completamente libre. Lo contrario sucede durante el último trimestre. Durante ese período, el interés del Estado domina, y el aborto está prohibido, con mínimas excepciones. El segundo trimestre es un caso menos claro, pero la corte optó por darles prevalencia a los principios de libertad y privacidad, por sobre la obligación del Estado de proteger una vida “potencial”.

Uno de los aspectos más interesantes de la decisión de la corte es que el voto fue por una amplia mayoría: siete contra dos. No sólo eso, la mayoría de los jueces supremos que apoyaron la legalización eran conservadores y altamente religiosos, y habían sido nombrados al tribunal por presidentes del Partido Republicano -Dwight Eisenhower y Richard Nixon-. No eran satanases ni asesinos; se trataba de un grupo de juristas distinguidos que lucharon durante un largo tiempo por tomar una decisión justa y equilibrada, que permitiera la convivencia de dos principios jurídicos fundamentales.

En 1992, la corte emitió otra decisión, en la que la línea divisoria entre “privacidad” y “vida potencial” fue definida como la “viabilidad” del feto de sobrevivir fuera del útero. Con el paso de los años y con los avances médicos, el número de semanas que determina esta “viabilidad” ha ido bajando desde las 24 a las 22 semanas, y los especialistas esperan que pronto baje a las 20 semanas.

Durante los últimos años, el número de abortos en los EE.UU. ha disminuido en forma importante. Desde 1,4 millones en 1996 a 977 mil en 2014.

Desde luego, el aborto continúa siendo un tema altamente controversial, que jugará un rol importante en las próximas elecciones presidenciales. Pero aquí hay otro punto de interés: ninguno de los cinco candidatos aún compitiendo -dos demócratas y tres republicanos- ha planteado en forma abierta la posibilidad de eliminar completamente la libertad de las mujeres a tener acceso al aborto. El candidato más conservador, el cubano-tejano Ted Cruz, quiere limitar el acceso y eliminar el apoyo financiero del gobierno, pero al menos hasta ahora no ha dicho que quiera terminar con este derecho de las mujeres.

Vuelvo a nuestro país: cuando veo la discusión sobre el aborto en Chile, cuando constato tanto miedo a la libertad y tanta falta de confianza en la inteligencia y sabiduría de nuestras mujeres, me vuelvo a preguntar: ¿Dónde están todos los liberales?