Fuerza de Voluntad: Parte II

Esta entrada concluye una serie de entradas sobre crimen y autocontrol. En una primera entrada (Autocontrol y el Análisis Económico de las Adicciones) veíamos que la fuerza de voluntad, o autocontrol, es un rasgo deseable a ser desarrollado por los individuos. En una segunda entrada contamos que, de hecho, la capacidad de demorar la satisfacción inmediata debido a las consecuencias que esto pueda tener en el futuro es una habilidad cognitiva que puede adquirirse (Fuerza de Voluntad: Parte I). Concluimos esta trilogía profundizando el estudio de la estimulación cognitiva de la fuerza de voluntad.

Racionalidad y Autocontrol

Antes de avanzar, notemos que los seres humanos somos criaturas complejas. Nuestro cerebro está compuesto por múltiples redes en competencia recíproca, cada una con sus propias metas y deseos. A veces tomamos decisiones en forma impulsiva, otras veces lo hacemos de forma egoísta, mientras que otras con generosidad, y en algunas oportunidades con una perspectiva a largo plazo. Esto, per se, no invalida fundamentalmente el modelo de elección racional utilizado en las ciencias sociales. De hecho, la neurociencia describe nuestro proceso de toma de decisiones de la siguiente forma: cuando nos enfrentamos a una serie de posibilidades, integramos los datos internos y externos para tratar de maximizar la recompensa que obtendremos de la decisión, independientemente de cómo esta sea definida (The Brain: The Story of You).

A lo largo de nuestras vidas, nuestros cerebros se reescriben a sí mismos para construir circuitos dedicados a la misión que practicamos. Esta capacidad de grabar los programas en la estructura del cerebro es una de nuestras herramientas más poderosas. Nos permite realizar actividades complejas usando poca energía al escribir circuitos en nuestro hardware. Una vez grabado este circuito, las habilidades descriptas en él se pueden ejecutar sin esfuerzo consciente, lo cual libera recursos para otras tareas que deben hacerse conscientemente. Daniel Kahneman, ganador del Premio Nobel, en su fascinante libro Pensamiento Rápido y Lento (Thinking Fast and Thinking Slow) explica cómo interactúan nuestros procesos mentales instantáneos y deliberados, los que habitualmente describimos como intuición y razón. Kahneman describe nuestros procesos mentales como la interacción entre dos sistemas. El Sistema 1 opera automática y rápidamente, casi sin esfuerzo. Es intuitivo y en gran medida, inconsciente. El Sistema 2, en cambio, es nuestro modo de razonamiento deliberado, analítico y consciente acerca del mundo que nos rodea. El Sistema 1 funciona de forma automática y rápida, con poco o ningún esfuerzo y sin sentido del control voluntario, mientras que el Sistema 2 se dedica a aquellas actividades mentales que requieren esfuerzo. Los psicólogos han demostrado que la mayor parte de lo que pensamos y hacemos se origina en el Sistema 1, pero el Sistema 2 se hace cargo cuando las cosas se tornan difíciles. Por lo tanto, nuestra conciencia desempeña un papel fundamental en la resolución de conflictos dentro del cerebro. Sin embargo, esto no es gratis: el Sistema 2 consume más glucosa (nuestra principal fuente de energía) que cualquier otra parte de nuestro cuerpo. Así, cuando estamos involucrados en un razonamiento cognitivo difícil, nuestro nivel de glucosa en sangre baja.

Por supuesto, nuestro comportamiento visto desde la perspectiva del modelo de elección racional, luce mucho menos predecible que si se incorporase en el análisis la complejidad biológica existente en nuestro proceso decisorio. No por nada nuestros modelos empíricos sobre las decisiones de los agentes económicos asumen que nuestras preferencias poseen un componente aleatorio. Lo importante, sin embargo, desde el punto de vista de las ciencias sociales es que el comportamiento agregado de una población responda, en el margen, a los cambios de incentivos tal como predice el modelo de elección racional. Existe amplia evidencia de que ello es así incluso en el caso de las decisiones delictivas (ver esta entrada previa Una Introducción al Análisis Económico del Crimen). La neurociencia, sin dudas, nos puede ayudar a entender mejor el proceso de decisión humana. Una integración inteligente de este conocimiento a nuestros modelos nos ayudará a ampliar nuestra comprensión del comportamiento humano así como también el espacio de intervenciones públicas disponibles, muchas de las cuales pueden resultar costo-efectivas.

Fuerza de Voluntad

Como vimos en nuestra entrada previa sobre fuerza de voluntad (Fuerza de Voluntad: Parte I), la capacidad de demorar la satisfacción inmediata es una capacidad cognitiva que puede adquirirse: para ejercer autocontrol es fundamenta enfriar el “ahora” y calentar el después, es decir, alejar en el espacio y en el tiempo la tentación que tenemos cerca y acercar a nuestra mente las consecuencias lejanas. Si queremos ejercer el autocontrol tenemos que encontrar maneras de activar el sistema frio de modo automático. Se ha descubierto que el uso de planes de implementación “Si, entonces” ha ayudado a niños y adultos a controlar su conducta. Estos planes deberían practicarse en el hogar y en la escuela, pues cuanto más a menudo ensayemos y pongamos en práctica los planes de implementación, más automáticamente funcionarán, restando esfuerzo a nuestro control  (ver el libro de Walter Mischel, pionero en estos estudios, The Marshmallow Test). El desarrollo de esta habilidad no cognitiva debería formar parte de la educación de los niños. Cómo llevar adelante este programa en forma costo-efectiva aún necesita más trabajo de investigación, pero sus beneficios van mucho más allá del impacto que tenga sobre el crimen –tema que nos ocupa hace algunas entradas-.

Ideando y practicando planes de implementación “Si, entonces”, se puede conseguir que el propio sistema caliente provoque reflejamente la respuesta deseada cuando la ocasión se presenta. Con el tiempo se forma una nueva asociación o hábito. Cuando estos planes “Si, entonces” se hacen automáticos restan esfuerzo al control: podemos engañar al sistema caliente y conseguir que de manera refleja e inconsciente haga el trabajo por nosotros. Ahora bien, aún tenemos que decidir invertir en la implementación de un plan “Si, entonces”, y como toda decisión consiente, no escapa a nuestro accionar racional.

Para concluir, notemos que los individuos que no poseen un desarrollo pleno de la corteza pre-frontal de su cerebro tienen problemas para ejercer su autocontrol. Sus decisiones se toman frecuentemente en forma impulsiva, sin consideración de las consecuencias futuras. Un control pobre de los impulsos es un sello característico de muchos delincuentes en el sistema penitenciario. En el Centro Mendota de Tratamiento de Menores (Mendota Juvenile Treatment Center) en Madison, Wisconsin, este conocimiento estimuló una nueva estrategia de rehabilitación de delincuentes jóvenes condenados. Para ayudarlos a mejorar su autocontrol, se diseñó un programa que ofrece un sistema de tutoría, asesoramiento y recompensas. Una técnica importante del mismo es entrenar a los jóvenes para hacer una pausa y considerar el resultado futuro de cualquier elección que puedan hacer –un programa “Si, entonces” que motiva a realizar simulaciones de lo que podría pasar– fortaleciendo, por lo tanto, las conexiones neuronales que pueden anular la satisfacción inmediata de los impulsos.