El desafío de recuperar la confianza

 

Una versión anterior de esta nota apareció en el diario La Nación el 4 de enero de 2016.

A los argentinos nos duele ver cómo la inundación destrozó los bienes de las familias de Concordia; pero… ¿estaríamos dispuestos a invertir dinero propio para ayudar a remediar el problema a cambio de una promesa de rentabilidad futura? El desafío que enfrentamos ahora como sociedad es recrear el ambiente de confianza y protección al ahorrista minoritario para que, lo que es una buena inversión para el país, vuelva a ser una buena opción de colocación del ahorro personal de cada uno de nosotros.

Hay desastres naturales que se pueden acotar con la infraestructura apropiada. Por ejemplo, según la evaluación económica del Plan Maestro del Río Luján, río que se desbordó causando similares calamidades en agosto, las obras requeridas tienen una rentabilidad del 24% anual. Ello quiere decir que la sociedad recupera el capital invertido en 50 meses, una opción sumamente rentable para el país.

¿Quién paga la obra?

Como los beneficios de grandes obras de infraestructura son disfrutados por la generación que hoy está viva pero también por varias generaciones futuras, es injusto que su costo sea absorbido enteramente por la generación actual. Ello requiere emitir deuda para pagar la obra hoy, deuda que será cancelada por las generaciones usufructuarias. Por ejemplo, el bono más antiguo aún vivo fue emitido en Holanda en 1648 para pagar obras de contención de un río y hoy, casi 400 años después, sigue pagando intereses.

El costo del descrédito

El problema argentino es que, tras décadas de inflación e incumplimientos contractuales, los ahorristas sólo desean invertir en inmuebles, un bien cuyo derecho de propiedad ha sido respetado a rajatabla desde 1976. Esto es un problema porque los inmuebles rinden sólo 2% anual neto, según la consultora Reporte Inmobiliario. Ello quiere decir que lleva 50 años recuperar la inversión, contra 4 años en el Río Luján. Entonces una inversión que luce muy atractiva para una familia, porque es segura y produce una renta estable, es subóptima para la sociedad, porque implica asignar el escaso capital a un uso menos rentable.

El gráfico ilustra a las claras la respuesta de los inversores ante el cuidado de sus derechos. El mismo compara el flujo de ahorro canalizado a todos los bancos del país con el flujo canalizado al sector inmobiliario residencial de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Se comparan dos períodos representativos de sendos modelos económicos, de nueve años de duración cada uno. Entre 1992 y 2000, por cada dolar que fue al sector inmobiliario 6 dólares fueron a los bancos como nuevos depósitos a plazo fijo. Entre 2004 y 2012, por cada dolar que fue al sector inmobiliario sólo 83 centavos fueron a los bancos. Es más, los depósitos en bancos cayeron 73% del primer al segundo período, mientras que el ahorro destinado al sector inmobiliario subió 93% en igual lapso.

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Esencialmente, luego de la crisis de 2002 los inmuebles sustituyeron al sistema financiero como vehículo de ahorro a largo plazo. Si los bancos no consiguen depósitos, que es su materia prima, mal pueden prestar, ya sea a las familias como crédito hipotecario o al Estado para que haga infraestructura hídrica. Por cada $100 que prestan, los bancos en el mundo fondean $92 con depósitos y sólo $8 con capital propio. De modo que, si no consiguen depósitos porque la gente sólo invierte en inmuebles, mal pueden ellos luego dar préstamos.

Interpreto que la reciente iniciativa del Banco Santander Río de pagar 5% de interés anual por depósitos a plazo fijo en dólares apunta a reconquistar la confianza de los inversores para que vuelvan a utilizar a los bancos como destino de su ahorro. Sospecho que esta movida será seguida por otros bancos, que no querrán perder participación de mercado, ante un ofrecimiento tan tentador por parte de un competidor líder.

El buen funcionamiento de nuestra economía requiere que vuelva a ser rentable colocar nuestro ahorro en los bancos y otros vehículos de inversión tradicionales, como bonos y acciones. Ellos luego se deben encargar de canalizarlo a los usos más rentables. Es sólo por una anomalía histórica que los argentinos en los últimos años utilizamos al sector inmobiliario como destino privilegiado de nuestras inversiones. Junto a determinantes externos, esta presión que ejercieron los inversores ayudó a que el precio de los inmuebles suba tanto que llegó a los actuales niveles, inaccesible de pagar para los argentinos que quieren vivir allí. Y la sospecha de que la dinámica alcista de precios es insostenible a futuro ha retirado también a los inversores de dicho mercado, sumiendo al sector en una profunda recesión desde 2012 a la fecha. La iniciativa del Santander es la primera competencia seria y de alcance masivo para atraer el ahorro de la gente que desafía al sector inmobiliario desde la caída de la convertibilidad.

Necesitamos volver a creer en nosotros mismos y construir las instituciones que den seguridad a los inversores para que el capital se asigne a resolver los problemas que traban nuestra capacidad productiva y fulminan las ilusiones de las familias expuestas a los riesgos de la naturaleza. El arte de la política económica es poder crear instituciones e incentivos para que la mejor opción para la sociedad sea también la mejor opción para que los ahorristas coloquen su capital a largo plazo. Veo al equipo económico encaminado en esta dirección, y eso es una muy buena noticia.

Juan José Cruces,  Director del Centro de Investigación en Finanzas, Univ. Torcuato Di Tella. Twitter: @jjcruces.