El dilema griego

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Versión extendida de nota publicada en La Nación del 3 de julio de 2015.

Los ciudadanos griegos se enfrentarán el domingo próximo al dilema de elegir entre continuar con los programas de austeridad requeridos por sus acreedores o declararse en bancarrota y seguir su camino. ¿Qué implica cada una de estas opciones?

El estado de la economía:

Grecia tiene una deuda que alcanza el 175% de su ingreso y no la puede pagar. Desde el estallido de la crisis el ingreso griego se contrajo casi un tercio. Esto fue acompañado de un enorme ajuste fiscal, que incluyó una reducción del veinte por ciento en el empleo público, quitas en las jubilaciones y la creación de nuevos impuestos. El desempleo ronda el veinticinco por ciento desde hace años y los salarios se redujeron quince por ciento.[1]

Luego de este brutal ajuste, exluyendo los intereses de la deuda, Grecia logró el equilibrio fiscal en 2014. Los bancos son hoy el talón de Aquiles de Grecia. El temor al abandono del Euro generó una fuga de depósitos que se financió con préstamos del Banco Central Europeo (BCE) garantizados por el estado griego. El anuncio del referéndum, que incluye la posibilidad cierta de abandonar el Euro, gatilló una nueva corrida bancaria y el congelamiento del apoyo del BCE. Sin prestamista de última instancia, recordemos que la autoridad monetaria griega no puede emitir Euros, la corrida inevitablemente terminó con la imposición de un “corralito”.

El conflicto entre Grecia y la Troika:

Cuando el problema del endeudamiento de Grecia explotó en 2010, la Troika (el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional) le extendió créditos, que fueron usados para moderar el ajuste fiscal y el de la cuenta corriente. Una buena parte de los fondos se aplicaron al pago a los acreedores privados, rescatando a bancos expuestos al riesgo griego, especialmente en Alemania y Francia.

En enero de este año Alexis Tsipras asumió como primer ministro luego de triunfar en las elecciones parlamentarias con una plataforma anti-austeridad. Tsipras pretende revertir medidas de contención del gasto público y de aumentos de impuestos. También, busca una reestructuración de la deuda. En otras palabras, le solicita al resto de Europa plata fresca. Ante la posibilidad de moratorias o amnistías fiscales, los griegos empezaron a pagar menos impuestos y el frágil equilibrio fiscal primario se tornó deficitario. Durante cinco meses de negociaciones Tsipras chocó con la realidad de otras democracias: los votantes del resto de Europa no están dispuestos a financiar déficits primarios griegos. Este conflicto de intereses explotó la semana pasada cuando Tsipras anunció que iba a someter la continuidad del programa de austeridad exigido por la Troika para refinanciar sus acreencias a un referéndum.

¿Cuáles son las opciones de los votantes griegos en el referéndum?

  • Aceptar la continuidad del programa (Votar SÍ en el referéndum).

Si los votantes griegos apoyan la continuidad del programa de austeridad de la Troika, cambiarían el mandato electoral de Tsipras. Éste podría volver a la mesa de negociaciones con el nuevo mandato electoral o llamar a elecciones.

Las nuevas negociaciones con la Troika mantendrían los puntos fundamentales del plan actual, demandando de Grecia un modesto superávit fiscal primario y reformas económicas que estimulen el crecimiento. La deuda probablemente sea reestructurada, posponiendo los pagos de Grecia a sus acreedores.

La economía griega se recuperaría lentamente y se mantendría dentro del Euro, con el BCE actuando como prestamista de última instancia de los bancos griegos.

  • Rechazar el programa de la Troika (Votar NO en el referéndum).

Renovar el mandato anti-austeridad de Tsipras abriría una amplia gama de escenarios posibles. Los líderes europeos deberían decidir si acceden a las demandas de Tsipras y financian sus déficits primarios hasta que se recupere su economía. Esto es factible dado que Grecia es una economía pequeña. Sin embargo, acomodar el mandato anti-austeridad de Grecia podría aumentar el atractivo electoral de partidos similares a Syriza, como Podemos en España y Cinque Stelle en Italia. Europa no tiene la capacidad de financiar a estas economías mucho más grandes. Por otro lado, quitarle el apoyo a Grecia tiene serios riesgos geopolíticos y sería un retroceso importante en el proceso de unificación europeo.

El caso más probable es que el triunfo del NO implique el fin del apoyo financiero de Europa a Grecia. Ésta sería incapaz de pagar sus deudas y entraría en default. El BCE no podría seguir prestándole Euros a los bancos griegos. Sin un prestamista de última instancia los bancos griegos no podrían reabrir. En este contexto, hay dos maneras de acceder a un prestamista de última instancia: tener un sistema bancario en manos de entidades extranjeras con acceso al BCE o creando un Banco Central griego (estos es, desvinculando al Banco Central existente del sistema de bancos centrales europeos). Implementar cualquiera de las dos opciones lleva tiempo, tiempo en el cual la economía griega se desplomaría aún más.

La primera opción permite conservar el Euro como moneda e impondría pérdidas a los acreedores de los bancos no cubiertos por la garantía de los depósitos[2]. El gobierno griego podría cumplir su mandato anti-austeridad emitiendo una cuasi moneda para financiar su déficit primario. Un ejemplo de cuasi-moneda es el patacón emitido por la provincia de Buenos Aires en 2001, que derivaba su valor de su aceptación para el pago de impuestos. Esta opción es diferente del SÍ por la emisión de una cuasi moneda para financiar el gasto público y la pérdida del apoyo del BCE. La implosión de la economía por la demora en la reapertura de los bancos, paradójicamente, produciría más austeridad.

La segunda opción implica introducir una nueva moneda en Grecia, llamémosla Dracma, y un banco central griego. Esto crearía un problema contractual enorme. ¿Cómo se convierten los depósitos de los bancos a la nueva moneda? No pueden quedar en Euros porque los bancos no pueden pagar Euros y el Banco Central griego no tendría Euros. Lo más probable es que la conversión de Euros a Dracmas perjudique fuertemente a los depositantes. Las jubilaciones y salarios del sector público también deberían convertirse a la nueva moneda. El mandato anti-austeridad se cumpliría financiando el déficit primario con inflación. De nuevo, Grecia no contaría con nuevos recursos; los redistribuiría entre sus habitantes. En lo inmediato, el cierre de los bancos hundirá más la economía, otra vez, habría más austeridad. La gran ventaja de la moneda propia es que permitiría un cambio de precios relativos (devaluación) para lograr el pleno empleo (a salarios reales mucho más bajos) . Después de la caída inicial, la reactivación de la economía sería más veloz que con el Euro. Este beneficio debe contrastarse con el malestar social de la profundización de la recesión en lo inmediato y con el daño al tejido social originado por grandes redistribuciones de riqueza. También sabemos que la postergación de reformas fiscales y el financiamiento del gasto con inflación son malas recetas para el desarrollo

El voto racional es elegir SÍ. Sin embargo, dada la complejidad del tema, es posible que los votantes griegos, al igual que los marineros en La Odisea al escuchar el seductor canto de las sirenas de la anti-austeridad, caigan en un estado abrumador que los estrelle contra los arrecifes.

 

 

[1] En números, la cuenta corriente de la balanza de pagos pasó de una déficit de 15% del PIB a un superávit de casi 1% del PIB. El déficit fiscal estructural pasó de cerca del 15% del PBI en 2009 a 3.5% del PIB en 2014. Descontando los intereses sobre la deuda, en 2014 Grecia tuvo un superávit primario de 0.3% del PBI. El empleo público cayó 20% entre 2009 y 2014. El desempleo trepó a 28% en 2013 y es hoy 25.6% mientras que el salario nominal promedio cayó alrededor de 15% de su valor máximo. El salario real cayó menos ya que desde 2012 los precios al consumidor cayeron 5%.

[2] Bancos de otros países de Europa podrían comprar bancos griegos (que tienen patrimonio neto negativo) tomando sus depósitos con un descuento que impondría una pérdida a los acreedores de bancos griegos que no gozan de un seguro de depósitos. Esto expondría a los bancos extranjeros a un riesgo de expropiación en un ambiente político populista de mucho descontento. Otra posibilidad es liquidar los bancos griegos y pagarle a los depositantes no asegurados con los recursos provenientes de la liquidación de activos de los bancos griegos. Luego, en la práctica, solo operarían bancos extranjeros en Grecia.