La desigualdad de ayer y de hoy

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Frecuentemente se afirma que la globalización es responsable del aumento de la desigualdad en las últimas dos décadas. ¿Esto es cierto? Con el fin de responder a esta pregunta, tal como sugiere Bourguignon (2015) en su nuevo libro (el cual se sigue en esta entrada), es preciso distinguir la desigualdad en los niveles de vida entre países de la desigualdad hacia el interior de cada país. Una vez realizada esta distinción, emerge una tendencia histórica compuesta por dos caras de una misma moneda. Por un lado, después de dos siglos de aumento sostenido, la desigualdad global en los niveles de vida ha comenzado a disminuir. Veinte años atrás, el estándar de vida promedio en Francia o Alemania era veinte veces mayor que aquel en China o India. Hoy esta brecha se ha reducido a la mitad. Por otro lado, la desigualdad hacia el interior de muchos países ha aumentado, en general después de varias décadas de estabilidad. En Estados Unidos, por ejemplo, la desigualdad del ingreso ha aumentado a niveles que no se han visto en casi un siglo.

Debido a que tendemos a mirar a nuestro alrededor y no más allá de él, el aumento de la desigualdad dentro de los países en general ha eclipsado la caída en la desigualdad global, a pesar de que esta caída es innegable. De acuerdo a la opinión pública, estamos viviendo en un mundo cada vez más desigual, en el que «los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres más pobres». Además, como el aumento de la desigualdad nacional parece coincidir con la reciente aceleración de la globalización, tendemos a concluir que esta última es responsable de la primera, aunque, paradójicamente, la globalización también ha contribuido a una disminución en la desigualdad global. Por ello, la relación entre globalización y desigualdad resulta ser más compleja de lo que parece.

El gráfico 1 muestra la evolución de dos medidas de desigualdad global desde inicios del siglo XIX al presente. Un aspecto importante de este gráfico es la explosión en la desigualdad global que ocurrió a lo largo del siglo XIX y la mayor parte del siglo XX. Así, en 1820, el 10% más rico del mundo disfrutaba de un nivel de vida veinte veces mayor que el 10% más pobre; mientras que 1980 esa cifra fue tres veces más grande. El coeficiente de Gini en 1820 fue cercano a 0,5, similar al de un país muy desigual hoy. En 1980 fue 0,66, superior a cualquier nivel existente de desigualdad nacional en la actualidad. El otro aspecto llamativo es el fuerte descenso de la desigualdad global a partir de 1990 («período reciente” indicado en el gráfico). En relación con la serie histórica, la caída en la desigualdad es innegable y significativa. En los últimos veinte años, el coeficiente de Gini, e incluso la brecha relativa entre los deciles extremos de la distribución de ingresos, disminuyeron casi tanto como habían aumentado desde 1900. El cambio de milenio, por lo tanto, marca un hito en la evolución de la desigualdad global.

 

Gráfico 1. Evolución de la desigualdad mundial (1820-2010)

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Nota: Los cambios en el conjunto de datos y en las mediciones de paridad del poder adquisitivo producen un cambio en la estimación de la desigualdad global que se observa en  la discontinuidad en la series graficadas.

Fuente:  Bourguignon, F. (2015). “The Globalization of Inequality”.

En paralelo, el crecimiento económico ha llevado a una caída sostenida en la proporción de personas en situación de pobreza en el mundo. Si el umbral de pobreza utilizado hoy  fuese válido un siglo atrás (manteniendo constante el poder adquisitivo), se podría estimar que la pobreza extrema a nivel mundial (menos de 1,25 dólares por persona por día a precios estadounidenses de 2005) habría afectado a más del 70% de la población mundial a comienzo del siglo XX. Hoy en día, esa proporción es menor al 20%.

Teniendo en cuenta estas estadísticas, ¿por qué todavía escuchamos que la desigualdad global sigue empeorando? Una posible explicación  es conceptual. De hecho, existen varias formas para definir la desigualdad. ¿Deberíamos tener en cuenta la desigualdad dentro de los países, como hicimos previamente, o deberíamos analizar solamente  el ingreso promedio de un país? Y, si es así ¿deberíamos ponderar por la población o no? Resulta que la desigualdad global evoluciona de manera diferente en función de qué definición se utilice. Paradójicamente, mientras que la desigualdad global, como la hemos considerado hasta ahora, ha disminuido desde la década de 1990, las diferencias entre los extremos de la escala de ingresos internacionales, utilizando el PIB per cápita de cada país, siguen aumentando (ver esta entrada sobre este tema).

El crecimiento excepcional en los países de Asia y el desempeño relativamente deficiente de muchos países africanos en el transcurso de estas últimas dos décadas pueden explicar esta aparente contradicción. Una vez que los países son ponderados por su población, el rápido crecimiento del PIB por habitante en China (8% anual), y otros países asiáticos (India, Indonesia, Bangladesh, Vietnam), en comparación con el crecimiento de los países más ricos (2% anual), explica la disminución de la brecha relativa y de la desigualdad entre países ricos y pobres en general. Al mismo tiempo, el débil crecimiento de la renta per cápita en muchos países africanos, algunos de los cuales incluso han experimentado un crecimiento negativo durante los últimos veinte años, explica la divergencia entre los países más ricos y más pobres.

¿Cómo debemos analiza esto? ¿Qué definición debemos utilizar? Ambas son importantes. Si deseamos adoptar una perspectiva global y un vistazo de la población del mundo en su conjunto, no podemos dejar de lado el peso demográfico de los distintos países (ni tampoco la desigualdad adentro de cada país), y es la caída en la desigualdad global que se muestra en el gráfico 1  la que debemos considerar. Podríamos decir entonces que, después de dos siglos de crecimiento  sostenido, la desigualdad global se ha reducido significativamente en los últimos veinte años. Pero esto no debe ocultar el hecho de que un pequeño número de países menos poblados han quedado muy por detrás del resto del mundo. En otras palabras, algunos países pobres se han beneficiado sólo marginalmente del aumento global de la prosperidad y han quedado aún más rezagados.

En resumen, si bien es innegable que la desigualdad mundial es aún muy alta y la pobreza extrema todavía afecta a casi una sexta parte de la humanidad, la situación ha mejorado notablemente a lo largo de las dos últimas décadas pari passu a la globalización, y gracias al  rápido crecimiento que se dio en varios países en desarrollo densamente poblados.