Un flagelo y una enorme cadena de responsables

Publicado en La Nacion, 9/3/2014

Como dijo el presidente de la Corte Suprema, el narcotráfico es una amenaza al Estado de Derecho. Se trata tal vez del desafío de gobernabilidad más crítico y complejo que enfrentamos en estas tres décadas de vida democrática. ¿Cómo está reaccionando el sistema político y la sociedad civil a este dramático flagelo? ¿Estamos a la altura de las circunstancias o, como ocurrió tantas veces en nuestra historia reciente y remota, dejamos que escalen los problemas en vez de prevenirlos o enfrentarlos a tiempo?

Estos interrogantes generan perplejidad puesto que quien debería proveer una solución constituye en realidad el principal problema: el Estado fracasa sistemática y colosalmente en su lucha contra la inseguridad en general y contra el narcotráfico en particular. Éste es al mismo tiempo el Estado más caro y grande de la historia argentina.

En efecto, el fenómeno narco es el resultado, y a la vez la expresión, de la ausencia (o presencia boba) del aparato del Estado en términos institucionales, físicos y jurídicos.

Estamos frente a un enorme círculo vicioso donde, excepto los narcotraficantes y sus cómplices, perdemos todos, y que es el resultado de un conjunto de fracasos políticos y de gestión, que generaron una enorme bola de nieve que nadie sabe realmente cómo detener y revertir. Son bastantes conocidos los componentes de ese mecanismo perverso y en constante y violento crecimiento:

* líderes políticos cortoplacistas (oficialistas y opositores) improvisados, irresponsables y carentes de visión estratégica, que eluden los problemas de fondo para concentrarse en el desarrollo de sus carreras personales o, mucho peor, en caprichos, negociados, ideologismos o internas;

* bolsones gigantes de pobreza y marginalidad urbana y rural, que acumulan cientos de miles de jóvenes sin trabajo ni educación, lo que constituye un perfecto caldo de cultivo para que se desplieguen y consoliden las redes mafiosas que conforman la «cadena de valor» del narcotráfico;

* amplios grupos sociales y medios de comunicación cada vez más permisivos al consumo de drogas, lo cual tiende a fortalecer la cercanía, familiaridad y aceptabilidad del fenómeno.

* complicidad e impotencia de las fuerzas de seguridad, que no tienen la organización ni los recursos necesarios para enfrentar este desafío;

* fronteras porosas y pesimamente custodiadas.

Frente a la notable dimensión de este desastre, la típica reacción de los políticos es la impotencia: algunos tratan de hacer algo y algún resultado puntual obtienen, pero en conjunto no hay esfuerzos coordinados y efectivos para contener y revertir este flagelo.

En efecto, la gran mayoría de nuestra clase política prefiere acotar los costos y los evidentes riesgos personales tolerando o ignorando la importancia del fenómeno narco. Algunos lo hacen por cobardes, otros por cómplices; en conjunto, todos son irresponsables.

Así, se ha desvanecido la mano visible, legal y legítima del Estado, fomentando el desarrollo local de amplias y poderosas mafias integradas a redes criminales de alcance regional y hasta global.

Lo peor de todo es que el fenómeno narco no es la excepción sino la regla: fracasamos también en detectar, contener y resolver otros problemas que eventualmente escalan y se tornan incontrolables.

Los ejemplos abundan: la contaminación de la cuenca de los ríos Matanza-Riachuelo, la crisis energética, el déficit habitacional, el colapso de la infraestructura del transporte y las comunicaciones, la decadencia del sistema educativo y por supuesto la inflación son pruebas contundentes de que la política argentina sigue a la deriva, carente de líderes capaces con valentía y visión estratégica, y con una sociedad civil apichonada, adormecida y resignada a la desidia del poder.