El fracaso de la Alianza en la clase media

No es inventar la rueda el afirmar que mientras las derechas en el mundo se tienden a distinguir por su énfasis discursivo en el valor del trabajo, el esfuerzo personal y la movilidad social, las izquierdas lo hacen por su énfasis en la protección social, la inclusión y diversas formas de igualdad. Asimismo, y en términos muy genéricos, es frecuente que los que están más arriba en la pirámide socioeconómica empaticen más con un discurso que resalta el esfuerzo individual antes que la redistribución, mientras que los más desaventajados tenderán a sintonizar mejor con un discurso que priorice esta última. Por ello, es esperable que exista cierta gradiente en las preferencias de voto según nivel socioeconómico, con los más pobres prefiriendo más a la izquierda “igualitarista”, y los más ricos prefiriendo con más frecuencia a la derecha “meritocrática”.

Si bien hay muchas otras razones que también influyen en el voto de la gente, ¿tiene plausibilidad pensar que existe un componente económico en éste en el Chile actual, con los más pobres prefiriendo a la izquierda y los más ricos a la derecha?

Los datos de resultados electorales presidenciales por comuna (con todas las conocidas limitaciones que éstos tienen para inferir de ellos comportamientos individuales) sugieren que sí es plausible. Como se ve en el Gráfico 1, el voto presidencial de la Concertación/Nueva Mayoría en las elecciones de 2009 y 2013 tuvo una clara y fuerte gradiente socioeconómica: mientras menor el nivel socioeconómico de la comuna respectiva (en términos de sus niveles promedio de ingreso, pobreza y educación), mayor el voto por Frei el 2009 y por Bachelet el 2013. El hecho de que esta correlación ya existiera el 2009 descarta, por lo demás, que la adhesión a Bachelet en los niveles socioeconómicos más bajos se explique exclusivamente en base a su carisma u otros factores coyunturales.

Gráfico N°1: Votación presidencial de la Nueva Mayoría en 2009 y 2013, según nivel socioeconómico comunal

 

Nota: El eje vertical muestra el apoyo por Frei el 2009 y por Bachelet el 2013 en la respectiva primera vuelta presidencial. Cada punto representa una comuna. El eje horizontal es una escala socioeconómica: mientras más a la derecha esté un punto, más ‘rica’ o de ‘NSE alto’ es dicha comuna. El análisis está hecho sobre 324 comunas.

Curiosamente, sin embargo, la correlación entre NSE comunal y votos por la Alianza es mucho más débil, como se observa en el Gráfico 2, donde es casi nula en el caso de Piñera el 2009 y muy débil en el caso de Matthei. Más aún, la poca correlación que sí hay se debe exclusivamente a las seis comunas del barrio alto de Santiago (definido como Ñuñoa, Providencia, La Reina, Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea). Una vez que se saca a esas seis comunas del análisis, ya no existe correlación alguna entre NSE comunal y apoyo electoral a los presidenciables de la Alianza (ver Gráfico 3).

Gráfico N°2: Votación presidencial de la Alianza en 2009 y 2013, según nivel socioeconómico comunal

 

Gráfico N°3: Votación presidencial de la Alianza en 2009 y 2013, según nivel socioeconómico comunal (sin considerar al barrio alto de Santiago en la estimación lineal)

 

Es importante remarcar esta diferencia entre el barrio alto de Santiago y el resto del país. Por ejemplo, Sebastián Piñera obtuvo el 2009 en primera vuelta una votación promedio de 44% en todas las comunas de Chile, pero de 62% en este último. En el caso de Matthei la diferencia fue aún más abultada: 24% contra 50%, respectivamente. ¿Qué nos dice esto? Sencillamente, que la votación de la Alianza tiene una composición pareja (en promedio) en comunas pobres y de clase media, pero que se dispara en las comunas de clase alta, que operan como una suerte de enclave o de “reducto irreductible” de apoyo aliancista. Es necesario señalar lo vulnerable que es esta posición electoral en un país que, sabemos, está marcado por grandes desigualdades entre los más ricos y el resto. Un sector político que es visto –el comportamiento electoral así lo sugiere – como el defensor de los más aventajados, está en una posición muy difícil para el logro de mayorías políticas de largo plazo. No está de más recordar que en la primera vuelta del 2013 el barrio alto de Santiago representó sólo el 7% del total nacional de votos.

Ahora bien, si los más pobres votan por la Nueva Mayoría y los más ricos votan por la Alianza, ¿por quién vota la clase media? Bueno, por supuesto que vota por ambas fuerzas también; pero, como muestra el Gráfico 4, es en comunas de nivel socioeconómico medio donde crece aceleradamente el apoyo a candidatos alternativos a las dos grandes coaliciones, siendo el apoyo a éstos más bajo tanto en las comunas pobres como en las muy ricas (barrio alto).

Gráfico N°4: Votación presidencial de todos los otros candidatos en 2009 y 2013, según nivel socioeconómico comunal (sin considerar al barrio alto de Santiago en la estimación lineal)

 

En el año 2013, las 24 comunas urbanas donde el apoyo a candidatos alternativos superó el tercio de los votos fueron (en orden descendiente) Antofagasta, Calama, Iquique, Maipú, Puente Alto, Santiago, Talcahuano, Quilpué, Arica, Ñuñoa, Quilicura, Villa Alemana, Copiapó, San Pedro de la Paz, Hualpén, La Florida, Concepción, Chiguayante, Valparaíso, La Reina, Providencia, Macul, San Miguel y Pudahuel. De este grupo, sólo en La Reina y Providencia Matthei sacó más votos que (la suma de) los siete candidatos alternativos. En todo el resto de las comunas (con la excepción de Ñuñoa, Macul y San Miguel), Matthei perdió por 10 o más puntos frente a (la suma de) los candidatos alternativos. Dicho de otro modo: en comunas que albergan a una proporción muy significativa de la clase media chilena –que en su mayor parte ha surgido y prosperado en los últimos 25 años gracias a su trabajo y esfuerzo –, gran parte de la población no está votando por el sector político que más enfatiza la importancia del trabajo y la responsabilidad individual en su discurso.

En suma, los datos revelan una paradoja: mientras el voto de la Nueva Mayoría desciende linealmente con el NSE de las comunas, en forma consistente con lo que uno esperaría de un discurso político que enfatiza la disminución de las desigualdades, el voto de la Alianza no crece con el NSE sino hasta llegar al barrio alto de Santiago, lo cual es inconsistente con un discurso que enfatiza la movilidad social y las oportunidades, pues éste debiera apelar no sólo a los más ricos sino que también y muy especialmente a la clase media. En cambio, en comunas donde ésta está altamente concentrada –como Puente Alto, Maipú, La Florida y varias del norte de Chile, entre otras– buena parte del voto se fue a candidatos como ME-O y Parisi (que juntos concentran tres cuartas partes del voto por candidatos alternativos).

Sugiero, pues, que aquí se puede encontrar una debilidad estructural de la Alianza por Chile, la cual trasciende la derrota coyuntural de Matthei y que explica por qué la Alianza fue incapaz de consolidar una mayoría política y social luego del triunfo de Piñera el 2009: su discurso de oportunidades y movilidad social parece no haber resultado creíble para la clase media chilena, la cual, por el contrario, parece ser la más hastiada con los bloques tradicionales y la más en busca de discursos políticos alternativos que interpreten el nuevo Chile del cual ellos son los principales protagonistas.

Así, a pesar de los esfuerzos discursivos de Piñera en torno al concepto de una “sociedad de oportunidades” y de los buenos resultados económicos de su gobierno, los resultados electorales sugieren que gran parte de la clase media parece ver a la Alianza como defensora de los privilegios adquiridos antes que como promotora de una verdadera nivelación de la cancha de las oportunidades. La inclinación de sectores significativos de la clase media por opciones como ME-O y Parisi sugiere que este sector social, lejos de rechazar un discurso de oportunidades en cuanto tal, busca más bien pinchar la burbuja de privilegio político y económico que estaría limitando dichas oportunidades. En suma, cualquier renovación seria de la centroderecha chilena tiene que partir por asumir su especial fracaso para con la clase media del país, y preguntarse qué va a hacer para volver creíble su discurso centrado en las oportunidades, el premio al esfuerzo y la promesa de la movilidad social. Sin el apoyo estable de sectores significativos de ésta, se ve difícil que dicho sector político logre consolidar una mayoría que no sea estrictamente coyuntural.