Bachelet y las ideas

Vuelvo a leer el programa de gobierno de la Nueva Mayoría y nuevamente me quedo con una sensación rara. No porque sea un programa malo o sin ambiciones; tampoco porque plantee cuestiones peligrosas o destructivas o porque vaya a poner en jaque los avances de los últimos 23 años.

Nada de eso. El problema del programa de Michelle Bachelet es otro: es un programa sin un marco conceptual claro.

No es ni socialdemócrata ni socialcristiano ni socialista; tampoco es un programa progresista. Es una colección de ideas bastante desarticuladas. En la práctica, es un programa que se define desde un prisma negativo; desde la perspectiva de la queja y de la crítica al modelo “economicista” imperante en Chile desde hace casi 40 años. Quizás la manera más certera de describirlo sea como un programa “anti-neoliberal”. Las propuestas de la Nueva Mayoría nacen, en efecto, del deseo de remediar las falencias o excesos de “el modelo.”

Todo esto, claro, es válido, pero el problema es que aún con sus tres ejes principales -reforma tributaria y educacional, y una nueva Constitución-, no alcanza a formar un todo doctrinario y unificador que sirva para organizar las ideas y guiar el quehacer diario del nuevo gobierno.

Paternalismo liberal

Cass Sunstein se ha transformado, en un corto período, en uno de los intelectuales progresistas más influyentes en los Estados Unidos. Es amigo personal del Presidente Obama -ambos enseñaron en la escuela de derecho de la Universidad de Chicago-, está casado con Samantha Power, la actual embajadora de EE.UU. ante las Naciones Unidas, y durante la primera administración de Obama estuvo a cargo de la oficina de desregulación de la Casa Blanca.

Pero su fama e influencia no están relacionadas con su historia personal. Tienen que ver con sus escritos y con sus ideas. Su libro más conocido e influyente es Nudge (“Un pequeño empujón”), escrito con el economista de Chicago Richard H. Thaler y publicado en el 2008.

En este libro, los autores critican la teoría económica tradicional y argumentan que las ideas económicas deben ser combinadas con los principios de la psicología cognitiva. Sólo entonces tendremos una teoría útil que pueda guiar las políticas públicas.

El punto de partida de Thaler y Sunstein es reconocer que las personas son mucho menos racionales de lo que plantean los textos primerizos de economía. Muchas veces, las personas toman decisiones casi a ciegas, siguiendo modas pasajeras, actuando sobre la base de la imitación o influenciadas por el marketing y la propaganda; con frecuencia se comportan como manadas de borregos. Todo esto resulta en que, en forma habitual, los consumidores sigan caminos equivocados que atentan contra sus propios intereses. Entre los muchos ejemplos están el consumo excesivo de alimentos basura, el no aprovechar oportunidades para mejorar la salud, el hacer inversiones claramente incorrectas y el alimentar todo tipo de burbujas (inmobiliarias, de metales preciosos, de títulos financieros).

Según Thaler y Sunstein, el mundo funcionaría mejor -y, más importante aún, todos seríamos más felices- si el Estado ayudara a los consumidores a tomar decisiones. No se trata de un Estado intruso ni coercitivo, que limite la libertad personal, sino de un Estado amable y útil, un Estado que señale un camino conveniente, sin obligar a las personas a seguirlo. Vale decir, las autoridades les dan a las personas un “empujoncito” -un nudge, en inglés- para que se muevan en cierta dirección.

Para Thaler y Sunstein, lo importante es que el gobierno sugiera políticas públicas que preservan la libertad de las personas, pero que al mismo tiempo les sugieren qué ruta seguir. Si las personas deciden no seguir la senda propuesta pueden optar, libremente y sin costo alguno, por no hacerlo. El de ellos es un Estado liberal y paternalista a la vez.

Considérese el caso de las pensiones en Chile. Supongamos una ley que aumenta las contribuciones desde el 10% al 15% del salario imponible, con 2% de cargo del empleado y 3% de cargo del empleador. Dada la mayor esperanza de vida, lo exiguas de las pensiones actuales, las lagunas laborales y el hecho de que la empresa contribuiría más que el trabajador, esta es una proposición claramente conveniente para la mayoría de los trabajadores. Sin embargo, en el enfoque de Thaler y Sunstein, esta contribución de un 5% adicional no sería obligatoria. Inicialmente, todo el mundo sería enrolado en el nuevo plan, pero aquellos que no quieren participar en él pueden optar por quedar fuera. El gobierno da un empujoncito y en ese sentido actúa en forma paternalista, pero en definitiva no obliga a nadie, en ello es liberal.

Desregulación y simpleza

Hace unas semanas, Cass Sunstein publicó un nuevo libro, Simpler, donde en base a su experiencia en Washington D.C. discute cómo desregular. El desafío es aumentar la eficiencia del aparato estatal, al mismo tiempo que se protege a los consumidores, a los pobres y a los desvalidos. Se trata, nos dice Sunstein, de “facilitarles la vida a las personas, través de la disminución de los trámites complejos”. El objetivo es que el gobierno sea más simple, que las reglas sean más amables, que a las personas se les trate como adultos y al mismo tiempo, se les ayude a tomar decisiones. (Cuando leí esto, de inmediato pensé en un mundo sin notarios).

El punto de partida de Sunstein es que toda regulación compleja beneficia a algún grupo de interés y perjudica a las personas comunes y corrientes. Lo ideal es simplificar los procesos, de modo que los consumidores mejoren su posición. Casi siempre esto significa quitarles poder a los poderosos, los que se resistirán con vehemencia. Pero ese es, precisamente, el proyecto político progresista: lograr que la mayoría de la gente común y corriente viva una vida mejor y con mejores oportunidades. El principio esencial para decidir qué regulaciones eliminar y cuales fomentar es el de análisis de costo y beneficio, desde el punto de vista de la sociedad.

A través del libro, Sunstein explica como su oficina en la Casa Blanca trabajó para emitir reglas simples que ayudaron a reducir la discriminación, mejorar la conservación de energía, reducir el abuso y fomentar la salud pública.

Al desarrollar todas estas nuevas reglas -todas simples y casi todas útiles-, Sunstein y su equipo tomaron en cuenta la importancia de la “arquitectura de las decisiones”. Este concepto plantea que la forma como las cosas son presentadas al público afectan la toma de decisiones. Un ejemplo típico es la forma en que se presentan los libros en una librería -cuáles van en los mesones y cuáles no- y cómo juega un rol en lo que la gente termina leyendo. Hay que usar esta arquitectura para dar un pequeño empujoncito, para ayudar a la gente -pero no obligarla- a moverse en una determinada dirección.

Constitución y empujones

Las contribuciones del multifacético Cass Sunstein no se limitan al mundo de las decisiones. También ha hecho aportes importantes a la teoría constitucional. Su libro The Second Bill of Rights (“La segunda declaración de derechos”) del 2004 analiza, en la tradición de Montesquieu, los derechos económicos y sociales incluidos en distintas constituciones en el mundo entero.

Habla de la protección de las minorías, de la democracia en un sentido amplio y multigeneracional, del proceso de revisión judicial imperante en los EE.UU., y de la necesidad de que en algunas materias y a través del texto constitucional, los gobiernos limiten su propio poder “atándose las manos”. Si bien este texto precede a Nudge, en él ya aparecen los gérmenes de la idea del “empujoncito”. Es un libro útil para la discusión constitucional que se avecina.

Las credenciales progresistas de Cass Sunstein son impecables; sus ideas son poderosas y profundas. Conviene leerlo y analizarlo, y construir en torno a ellas un marco conceptual que le permita a la nueva administración navegar por las difíciles aguas que nos llevarán, finalmente, a un Chile moderno.