Abstencionismo: Más allá del voto voluntario

Uno de los resultados más comentados de la primera vuelta ha sido la baja participación electoral. A pesar de pronósticos optimistas respecto del aumento de votantes, al final de la jornada nos enteramos que algo menos de la mitad de quienes estaban habilitados para votar finalmente lo hicieron. En total 6.696.229 de votos emitidos; la tasa de participación electoral más baja en una elección presidencial desde el retorno a la democracia, con casi 600 mil votos menos que en la elección del 2009.

En las últimas semanas la discusión se ha centrado en el cambio del sistema de registro voluntario y voto obligatorio hacia uno de registro automático y voto voluntario, atribuyendo a la voluntariedad del voto responsabilidad sobre la baja participación exhibida. Junto con ello, se ha enfatizado el sesgo de clase que este cambio habría producido en los patrones de participación electoral, donde electores de sectores de altos ingresos votaron mucho más que quienes pertenecen a sectores pobres. El problema es que analizar esta elección aislada del contexto de más largo plazo no permite atender a la evidencia acumulada y fenómenos estructurales —antes que coyunturales— en el comportamiento electoral.

Los datos muestran que desde la década de los 90 se viene produciendo una reducción sostenida de votantes respecto de la población en edad de votar. Mientras en la elección presidencial de 1989 votó el 87% de la población mayor de 18 años, en 1999 disminuyó al 73,1%, y en el 2009, al 59,5%.

De acuerdo a cálculos del PNUD, de no haber mediado una reforma al sistema de voto y manteniéndose todas las otras condiciones, la curva de descenso hubiera llegado a una participación de aproximadamente 52% en la primera vuelta. Considerando la inflación artificial del padrón electoral por personas que viven fuera de Chile y fallecidas que continúan inscritas, esa cifra no es radicalmente distante del 49,5% al que se llegó en esta elección.

Respecto del sesgo socioeconómico en los patrones de votación, existe evidencia contradictoria dependiendo del tipo de datos utilizados. Sin embargo, lo que sabemos es que en las últimas dos elecciones con voto voluntario se ha manifestado un fuerte sesgo de clase en las grandes ciudades del país que tiende a desaparecer en ciudades más pequeñas y sectores rurales. Pero este sesgo no es nuevo, la conformación del antiguo padrón, que dependía de la voluntad de las personas de inscribirse, tenía un comportamiento similar.

Según la Encuesta Auditoría a la Democracia (2010), el 89% de personas del segmento ABC1 declaraba estar inscritas para votar, en relación con el 62% en el estrato más bajo. Esta brecha era más severa entre los jóvenes menores de 30 años: 40% de jóvenes ABC1 inscritos versus 13% en estrato E (Encuesta Juventud Injuv). De esa forma, el sesgo de clase solo se habría agudizado en el antiguo sistema de registro.

Por último, aquellos estudios que han indagado en las razones para no inscribirse antes de la introducción del voto voluntario o para no votar después, muestran de manera contundente que las explicaciones se refieren principalmente a la distancia y mala evaluación de la política y sus actores, como al cuestionamientos a la calidad y tipo de representación.

En este contexto, la introducción del voto voluntario no podría en ningún caso frenar las tendencias que se venían produciendo e incluso puede haber contribuido a facilitarlas, pero atribuirle al voto voluntario una responsabilidad esencial para explicar el abstencionismo, evade enfrentar de manera decidida problemas en el funcionamiento de nuestra democracia, que por lejos exceden y preceden dicha reforma.

De no mediar reformas más significativas a nuestra institucionalidad seguiremos cómo testigos del aumento del abstencionismo.