Bachelet a medio camino

El programa de la ex mandataria es particularmente débil, en lo que a reforma de educación se refiere. Hay mucho ruido y pocas nueces; es un capítulo repleto de generalidades, buenas intenciones y lugares comunes. Pero lo que faltan son los detalles.

Valió la pena esperar. También valió la pena leerlo completo. El programa de gobierno de Michelle Bachelet es ambicioso y detallado. Esboza un Chile más moderno, más justo e igualitario, más tolerante y diverso. Todo eso es bueno y reconfortante.

Pero al terminar de leer, la sensación ineludible es que este programa se queda a medio camino. A medio camino en el diagnóstico, en la definición de prioridades, en las iniciativas modernizadoras, en el impulso de la libertad y de la democracia, y en las políticas para acelerar el crecimiento económico.

Sí, es un programa moderno, pero moderno con “m” chica. Y no es por falta de ganas o de buenas intenciones. El programa es particularmente débil en lo que a reforma de educación se refiere. Y esto es problemático, porque esta es una tarea pendiente desde el retorno de la democracia y porque una educación verdaderamente de calidad es esencial para reducir la desigualdad, mejorar la competitividad y generar los cambios culturales requeridos en una sociedad más moderna, tolerante, abierta e inclusiva.

En el capítulo sobre educación hay mucho ruido y pocas nueces; es un capítulo repleto de generalidades, buenas intenciones y lugares comunes. Se dicen cosas tan obvias como “todos los establecimientos de educación deben ser de excelencia”. Pero lo que faltan son los detalles: no hay propuestas concretas o novedosas sobre cómo mejorar, de verdad, la calidad de nuestra educación, cómo pasar de ser un país mediocre a uno que lidere en ese ámbito.

De hecho, lo que se vislumbra es una reforma cargada de burocracias, superintendencias y agencias. Hay detalles sobre la ruta hacia la gratuidad, pero nada se dice sobre programas de estudio, horas de clases o nuevos métodos de enseñanza. Se repite lo que ya se repitió hace unos años y prima el voluntarismo por sobre las propuestas específicas. No se elabora el hecho reconocido por todos, que una enseñanza superior completamente gratuita es regresiva desde un punto de vista distributivo.

La palabra currículo sólo aparece un puñado de veces y ni una sola vez se refiere a cómo mejorar, en forma concreta, los contenidos de la enseñanza. ¿En cuánto hay que aumentar las horas de matemáticas? ¿Cómo hacer para que los graduados de la enseñanza media sean funcionalmente bilingües, como en Finlandia, Israel y Suecia, por ejemplo? ¿Cómo potenciar las materias STEM -acrónimo en inglés que se refiere a Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas?

Hace unas semanas apareció la preocupante noticia de que el 75% de los chilenos no entiende lo que lee. O para ser más precisos, no lo entiende la primera vez que lo hace; algunos tienen que leer dos, tres y hasta cinco veces para comprender (parcialmente) un texto. Esto causó asombro e inquietud. Chile no puede competir internacionalmente ni modernizarse ni ser un país más igualitario, cuando tres cuartos de la población es semi-iletrada. Pues bien, el programa de la Nueva Mayoría le dedica una frase -y tan sólo una- al tema. Dice: “Crearemos el Plan Nacional de Lectura y una Política Nacional del Libro que haga de Chile un país de lectores y lectoras desde la primera infancia”. Y eso es todo. Ni una palabra sobre el IVA al libro, apenas dos oraciones (bastante vacías) sobre bibliotecas y nada sobre la necesidad de reformar los currículos para introducir cursos de humanidades en todas las carreras.

Además, nada se dice en el programa sobre cómo usar la internet para mejorar el acceso y la calidad a la educación. La palabra internet aparece varias veces, pero nunca en relación directa con la reforma educativa. Y sin embargo, hoy en día todos los educadores del mundo piensan que la enseñanza en línea es el mayor desafío de nuestros tiempos. Un desafío complejo, pero lleno de posibilidades. Hace unas semanas, el Georgia Institute of Technology anunció que ofrecerá su maestría sobre ciencias de la computación en internet a un costo de un décimo del costo del programa en residencia. Y como Georgia Tech es una de las mejoras universidades tecnológicas del mundo, la noticia causó furor. Hoy, cientos de escuelas tratan de emularlos, tratando de sumarse a esta revolución educativa. Pero el programa de la Nueva Mayoría es silenciosa sobre este importante tema.

Hace unos años, China sorprendió al mundo cuando los alumnos de la ciudad de Shan-ghai se ubicaron en el primer lugar en la prueba Pisa sobre calidad de la educación -Corea y Finlandia llegaron en segundo y tercer lugar, mientras que Chile se ubicó en una triste posición 44. El afamado columnista del New York Times Thomas Friedman -autor de La Tierra es plana- decidió averiguar qué había detrás de este enorme éxito. Y su respuesta, publicada hace unos días, fue: “El misterio de los resultados de Shanghai, es que no hay misterio”. Se trata de profesores de calidad, dedicados, que toman en serio su trabajo, que son respetados por la sociedad y que tienen tiempo para leer y estudiar. Pero más que nada, se trata de un currículo exigente, cargado de ciencias y matemáticas, cuyo objetivo es enseñar a pensar y a resolver problemas.

La tecnología y la globalización han trastornado al mundo de la educación. En todas partes se buscan soluciones, nuevos enfoques, perspectivas originales. Nadie sabe a ciencia cierta cuál será la solución. Pero lo que sí está claro es que hay que experimentar, intentar ideas nuevas y audaces, enseñar por internet, cambiar los planes de estudios, aumentar las horas de disciplinas duras e integrar las artes y humanidades.

Sí, el presente llama a la experimentación. En Chile lo hicimos, desde la educación pública, en el pasado -¿cómo olvidar el afamado y excelente Liceo Experimental Manuel de Salas?-, pero hace tiempo que lo olvidamos. Es hora de volver a retomar esa ruta, es hora de romper el olvido oxidado. Pero, a pesar de sus buenas intenciones, el programa de la Nueva Mayoría no habla de experimentación; al contrario, la rehúye. Es un programa acartonado y formal, que se aferra al tema (importante, por cierto) de la gratuidad y desatiende el de la calidad. Hay algunas buenas ideas concretas -dos nuevas universidades públicas y un trato preferente a las universidades del Estado-, pero no son muchas.

Falta más, mucho más.

Entonces, cabe enviarle un mensaje al próximo ministro o ministra de Educación: atrévanse, experimenten, denle un revolcón a nuestro mediocre sistema educativo, creen una docena de liceos Manuel de Salas, enfréntense al Cruch y hagan de la calidad una verdadera bandera.