La Mesa de los Argentinos o Populismo “Reloaded”

Desde hace algún tiempo quienes vivimos en Argentina observamos a los medios de comunicación inundados de noticias vinculados a lo que debiéramos llamar, sin eufemismos,  el desastre del sector triguero.

Las noticias recientes nos informan que la tonelada de trigo cotiza localmente, en un país tradicionalmente productor triguero, a USD 90 la tonelada más que en Chicago (un 36%), debido a su escasez. La superficie sembrada durante las dos últimas campañas superaría  apenas las 3.6 millones de hectáreas, un valor similar al nivel alcanzado en 1903[1]. La  bolsa de harina se vende a  250 pesos contra unos 100 que costaba al comenzar el año (en un país con alrededor de 25% de inflación anual), lo que ha generado una severa crisis en los establecimientos molineros que además se encuentran imposibilitados de importar trigo más barato de Uruguay.  Esto para no poner en evidencia la crisis que sufre el sector (en otra nueva muestra de que el Relato es más relevante para el gobierno que la crecientemente incómoda realidad). El pan que costaba dos pesos el kilo en 2002 y no debería superar los 10 pesos según instrucciones impartidas por el Secretario de Comercio Interior en julio de este año, bajo amenaza de aplicar la  prehistórica Ley de Abastecimiento, se ubica en las cercanías de los $ 30 (un 1400 % más que en 2002).  Sólo por respeto a la brevedad prefiero no abundar en mayores detalles.

Aunque a muchos de nuestros lectores no tan cercanos al caso argentino pueda parecerles increíble, llegamos a esto para “proteger la mesa de los argentinos”, uno de los caballitos de batalla del matrimonio presidencial durante su período de apogeo electoral.  Se trataba pues de desligar los precios locales de la suba global en el precio de los bienes primarios sin reparar demasiado en los instrumentos, una idea contra la cual resultaba difícil oponerse. Particularmente teniendo en cuenta el noble objetivo enunciado por el gobierno de proteger a los consumidores de lo que se caracterizaba como subas “desmesuradas” de precios, sumado a la inmediata proliferación de defensores  de estas medidas apoyados en un creciente soporte del estado con el objetivo de influir a la opinión pública, cuando no directamente dirigidos a descalificar a sus detractores. Déjenme solo agregar que para la desgracia de la Argentina este enfoque se extendió a otra serie de mercados, con enfoques similares, como el de la carne, el sector avícola, el porcino, el lácteo, algunos productos regionales, entre tantos otros.

Pero sólo por un momento volvamos al tema más pequeño, pero bien emblemático, del trigo en orden a ponerlo en perspectiva.

¿Cómo llegó el territorio que hoy ocupa la Argentina de ser un importador de trigo durante buena parte del siglo XIX a un importante productor y exportador de ese producto,  de modo tal que en los años 40 Argentina producía un 8% del trigo mundial? Ciertamente es posible  agregar otros componentes a la importante expansión de nuestra frontera agropecuaria, pero de especial relevancia fueron la transformación institucional (la Constitución de 1852, la Unificación Nacional de 1862, entre otras fundacionales normas legales)  que dio origen a un orden jurídico estable  que fue acompañado por un  proceso de fuerte integración a una economía global en expansión. Estas modificaciones  produjeron una verdadera revolución económica, cuyo correlato en la producción de trigo puede observarse en el Gráfico 1. La expansión de la frontera agrícola, la inversión y aumentos en la productividad, y en los medios de producción, la fuerte entrada de mano de obra y de capital extranjero,  se complementaron con la construcción acelerada de medios de transporte, almacenamiento y puertos adecuados.

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Fuente: Elaboración propia en base a Orlando Ferreres y Bolsa de Comercio de Rosario.

Cuando la economía argentina cambió sus reglas durante los años cuarenta, el trigo dejó de crecer a una tasa del 4% anual para hacerlo a una tasa casi 10 veces menor hasta 1989, cuando una nueva transformación del sector  se puso en movimiento. Nuevas técnicas de explotación, mayor inversión en equipos, fertilizantes, agroquímicos implicaron tasas de crecimiento del 5.4% anual a pesar de la depresión de los mercados internacionales de granos durante parte de la década.  Desde entonces y hasta 2008 el mercado se mantuvo para reducirse hasta alcanzar valores cercanos a los 10 millones de toneladas en promedio para las cosechas más recientes. Esto implica que, desde los años 40, pasamos de representar un 8% del total de producción mundial a sólo un 1.4%[2].

Sólo antes de referirme a lo ocurrido en forma reciente, es interesante observar el Gráfico 2 donde puede observarse una evolución similar en los rendimientos por hectáreas durante los mismos períodos.

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Fuente: Elaboración propia en base a Orlando Ferreres y Bolsa de Comercio de Rosario.

Permítame aclarar que los evidentes efectos climáticos no alteran las tendencias que se presentan.

El otro hecho determinante de lo ocurrido fue el significativo  aumento en los precios de los productos primarios, producto de la aceleración en los ritmos de crecimiento mundiales y en particular en los países en desarrollo a partir de 2002[3], y el fuerte impacto consecuente sobre la demanda de alimentos.

Esto impactó de lleno en el precio del trigo  a nivel mundial y local, lo que desató a partir de 2006, en un mercado que ya contaba con elevados derechos de exportación, el comienzo de las acciones directas en ese mercado de nuestro diligente Secretario de Comercio Interior con el objetivo manifiesto de hacer accesible los productos panificados.

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Fuente: Elaboración propia en base a IMF.

Así se sucedieron acuerdos de precios con distintos agentes de la cadena, un sistema de precios de referencia  y a partir de mayo de 2006[4] la administración de las exportaciones con un sistema absolutamente discrecional de permisos para exportar bajo el alegado objetivo de “asegurar el abastecimiento interno”.  A partir de Mayo de 2008 mediante una Resolución (la 543) se formalizó un sistema  de restricciones cuantitativas a la exportación mediante la creación de un Registro de Declaraciones Juradas al Exterior, los tristemente célebres ROE Verdes. La palabra formalizó es ciertamente excesiva, pues los permisos siguieron caracterizados por una enorme discrecionalidad e incertidumbre para los eventuales exportadores.

Si observamos el Gráfico 4 podemos tener una clara visión de los hechos estilizados. Si consideramos a “Po” como el precio internacional del trigo en moneda doméstica, luego de su suba en los mercados internacionales y de las retenciones impuestas para reducirlos, la diferencia entre “Qs” (las cantidades de trigo producidas) y “Qd” (las cantidades consumidas) representan los montos que se exportaban. El gobierno mediante distintas medidas, todas con un alto grado de incertidumbre y discrecionalidad como mencionáramos, intentaba llevar el precio bastante cerca de “P1”, el precio de abastecimiento interno.

Durante el período de transición los defensores del sistema se multiplicaron. Con precios en baja (a algún lugar entre  “P0” a “P1”) y volúmenes consumidos en alza (moviéndose de “Qd” a “Q1”), muchos molinos harineros y en menor medida los consumidores finales se beneficiaron. A estas voces se sumaron los crecientes defensores del gobierno que es multiplicaban en un contexto de niveles cada vez mayores de propaganda. “Pari passu” crecía el agobio, no tan noble, hacia los críticos de estas y otras iniciativas similares.

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Fuente: Elaboración propia.

Sin embargo, era evidente para cualquier persona con un entrenamiento elemental en Teoría de Precios que este no era el final de la historia. A pesar de un aumento en los derechos de exportación (que subieron hasta un 28%[5]), la falta de incentivos a sembrar trigo comenzó a trasladar la función de oferta de trigo hacia la izquierda. Pronto, como muestra el Gráfico 5, la curva de oferta se hallaba a niveles que hacían, excepto para muy pocos productores, no rentable producir trigo para exportación y luego, mediante un nuevo corrimiento de la oferta, el precio terminó ubicándose por encima del precio de importación (un precio como “P3”). Durante todo este período lo que los argentinos observaban era una suba de precios (de niveles cercanos a “P1” hasta valores como “P3”), volúmenes declinantes, exportaciones que desaparecían y finalmente, ante la negativa de abrir el merado a la importación, precios muy superiores a los internacionales para todos los productos de la cadena[6].

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Fuente: Elaboración propia.

Ahora todos, molinos harineros, consumidores, el público en general se hallaban escandalizados, excepto los sufridos defensores del Relato que tenían la ingrata tarea de explicar que combinación de conspiraciones y efectos climáticos nos habían conducido a esta situación. Estos hechos ciertamente emblemáticos son un caso particular de políticas mucho más generales que han generado situaciones de crisis en una serie extendida de mercado de bienes y servicios. Fueron el resultado directo de una combinación de un aspecto central de nuestros atávicos y recurrentes populismos con su exclusivo interés en lo inmediato (el cortísimo plazo), combinado con las graves deficiencias técnicas en el diseño de políticas, ignorando los dictados más elementales de la Teoría de Precios. Este segundo elemento se alimentó de un Estado desmantelado de técnicos y crecientemente nutrido por jóvenes militantes partidarios carentes de cualquier tipo de preparación  profesional.

Del mismo modo, la Argentina careció de la falta de una opinión pública más vigorosa e independiente de presiones del gobierno, que fuera capaz de convencer de lo que a todas vistas, para cualquier iniciado en Economía, resultaba evidente ocurriría.

Enumerar las soluciones para el mercado del trigo resulta casi anecdótico. Creo que para los argentinos la principal lección, entre tantas otras que nos toca aprender, es que en lugar de dedicar tanto esfuerzo a construir y difundir relatos épicos, divisivos y maniqueos de la realidad, más nos valdría conseguirnos un estado capaz de establecer políticas económicas con un grado aceptable de racionalidad. Esperemos que quienes nos gobiernen desde 2015 sean capaces de hacerlo.

 

Javier Ortiz Batalla, Dr en Economía UCLA

 

[1] Ferreres, O. (2010), Dos Siglos de Economía Argentina, Editorial El Ateneo.

[2] Según datos el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos.

[3] El Mundo creció entre 2002 y 2007 al 4.2% anual contra un 3.5% durante la década inmediata anterior. Los Países en Desarrollo por su parte lo hicieron al 6.9% contra un 4.9% durante el período 2001-1991. Esto tuvo un impacto directo sobre la demanda de alimentos.

[4] Lema, D. (2008),” Intenciones Declaradas y Efectos Económicos de la Regulación en el Mercado de Trigo en Argentina”, mimeo.

[5] Luego, el 24 de Diciembre de 2008,  fueron retrotraídos al 23% en vistas de las distintas circunstancias adversas que ya se observaban. Más recientemente, en Mayo de este ano,  se implementó, en función del creciente deterioro en la situación de mercado,  un sistema de subsidios a la producción con fondos provenientes de parte de lo recaudado por derechos de exportación, en un intento de trasladar la oferta de trigo hacia la derecha. El sistema representó un nuevo fracaso, pero que en el camino implicó la creación de los llamados Certificados de Estimulación de la Producción Agropecuaria Argentina y la creación de una Unidad de Coordinación y Evaluación de Subsidios al Consumo Interno.

[6] Dejo para el lector  la visualización gráfica de cada uno de los “triángulos de pérdida de eficiencia”  producto de las distintas intervenciones: la imposición de impuestos a la exportación, la restricción cuantitativa de las exportaciones, la prohibición de importar, y los subsidios a la producción. Sin contar las numerosos otro tipo de intervenciones menos formales que se llevaron a cabo durante este período, incluyendo muchas a nivel individual (de firma).