Noticias de la sociedad experimental: La dieta mejora substancialmente la salud

Hacia 1950 se notó que la población que habitaba en la región del Mediterráneo vivía más y tenía una vida más saludable que en otras partes del mundo. Este era el caso a pesar de que en el Mediterráneo las tasas de tabaquismo eran altas y la atención sanitaria no era buena. En particular, también se observó que Grecia y la isla de Creta tenían menos enfermedades cardiovasculares y menores tasas de prevalencia del cáncer que muchos de los países cercanos geográficamente. Después de algunas investigaciones, incluyendo el famoso (no experimental) “Estudio de los siete países”, investigadores en medicina plantearon la hipótesis de que estos buenos indicadores de salud podrían ser el resultado de la dieta mediterránea. Aunque esto era interesante, y contaba con el apoyo de algunas correlaciones en los datos, no era posible atribuir causalidad. ¿Cómo avanzar?

En entradas anteriores mencionamos la idea de la experimentación como una forma de atribuir causalidad y avanzar nuestro conocimiento. Una vez que tenemos una hipótesis bien formulada, derivada en forma deductiva, y especialmente si quizás, ésta fue derivada a partir de los datos, en forma inductiva, la posibilidad de conducir un experimento nos permite testear esa hipótesis en forma científica.

La pregunta es muy importante. Supongamos que simplemente cambiando la dieta la gente puede vivir mejor, ser más sana, y vivir más años. La sociedad gasta cuantiosos recursos para mejorar la salud de la población, y ésta podría ser una alternativa altamente costo-efectiva. El primer problema con esta posible solución reside en demostrar si una dieta es efectiva en lograr los beneficios esperados.

Una primera respuesta a esta pregunta se obtuvo en un estudio sobre víctimas de ataques cardíacos en recuperación, en Lyon, Francia. Los pacientes se dividieron en dos grupos: un grupo recibió la dieta típica del hospital para la recuperación de pacientes que han tenido ataque cardíaco, mientras que el otro siguió la dieta tradicional de Creta. Después de más de dos años, el grupo que seguía la dieta de Creta tenía un índice de mortalidad setenta por ciento más bajo que el otro grupo. Analizando los datos, también se encontró que tenía una menor prevalencia de cáncer. A pesar de que estos resultados fueron muy alentadores, no eran definitivos, ya que sólo podían aplicarse a una población específica. Estrictamente hablando, no es posible extrapolar estos resultados a toda la población.

Este año, un nuevo estudio publicado en el New England Journal of Medicine arrojó nueva e importante evidencia sobre esta cuestión. El estudio fue realizado en España con 7.447 participantes de entre 55 y 80 años de edad, compuesto por un 57 por ciento de mujeres. Todos estos pacientes se consideraban con alto riesgo de desarrollar alguna enfermedad cardiovascular ( por ser diabéticos o  tener por lo menos tres de los principales factores de riesgo). Los pacientes fueron asignados aleatoriamente a una de las tres siguientes dietas: dieta mediterránea con aceite de oliva virgen adicional; dieta mediterránea con nueces adicionales; o dieta baja en grasas. Este estudio fue llevado a cabo durante un período extenso de tiempo, a saber, 4,8 años. Los resultados fueron tan dramáticos que sorprendieron a los investigadores. El estudio se detuvo prematuramente debido a que los beneficios de la dieta mediterránea resultaron tan obvios que no era ético continuar el experimento.

Los investigadores encontraron que el consumo de la dieta mediterránea redujo el riesgo general de eventos cardiovasculares graves (infarto de miocardio, accidente cerebro-vascular o muerte por causas cardiovasculares) en un 28 a 30 por ciento, en comparación con una dieta baja en grasas.

Una de las mayores sorpresas del estudio fue que si bien la dieta baja en grasas redujo el colesterol, resultó menos eficaz en la prevención de ataques cardíacos, accidentes cerebro-vasculares y muerte por causas cardiovasculares. No obstante, algunas investigaciones recientes apuntan en la dirección de que la inflamación crónica es lo que impulsa las enfermedades cardiovasculares. Se ha demostrado en experimentos anteriores que algunos de los alimentos de la dieta mediterránea, especialmente frutos secos y aceitunas, reducen la inflamación, lo cual ofrece una explicación de por qué esta dieta fue tan eficaz a pesar de que no causó una baja en el colesterol y tampoco indujo una reducción de peso en los participantes (estos últimos no recibieron instrucción alguna sobre la necesidad de realizar ejercicios físicos).

Por lo tanto, este estudio experimental arroja luz sobre dos cuestiones importantes: 1) por un lado, muestra que la dieta puede ser muy eficaz en reducir la prevalencia de enfermedades cardiovasculares; 2) también ilumina el mecanismo mediante el cual este efecto parece operar. Esto abrirá una vía a nuevas investigaciones que aumentará nuestro conocimiento sobre las causas de las enfermedades cardiovasculares, las cuales son la principal causa de muerte entre los adultos.

¿Qué es la dieta “mediterránea”? En el estudio, era la siguiente receta: 1) comer carne blanca en lugar de roja, 2) comer pescado y legumbres, al menos tres veces a la semana, 3) evitar los dulces y limitar el consumo de productos lácteos y carnes procesadas, 4) de beber alcohol, se recomendaba tomar 6 onzas (aproximadamente 177 ml) de vino tinto con una comida principal, una vez al día, 5) comer por lo menos 3 porciones de frutas y 2 porciones de verduras al día, 6) por último, un grupo se complementaba con una ración extra de frutos secos al día, mientras que el otro se complementaba con una ración extra de aceite de oliva virgen. Es importante notar que se pueden encontrar otras versiones de dietas denominadas mediterráneas, quizás menos saludables que las versiones evaluadas en este estudio.

Naturalmente, se podría decir que otras dietas que no han sido evaluadas podrían ser aún más eficaces que la dieta mediterránea en la dimensión considerada, así como también en otras dimensiones (incluso, podría decirse que la dieta evaluada tiene muchas similitudes con otras dietas denominadas en forma diferente). Pero, estrictamente, habría que evaluar científicamente, y a gran escala, esas otras dietas y esas otras dimensiones.

Por último, habría que establecer cuál es el costo extra total de seguir la dieta mediterránea. Si no es alto, una política pública que promueva este tipo de dieta, de ser efectiva en transmitir el mensaje (algo que no está asegurado), podría ser altamente costo-efectiva en la reducción de las enfermedades cardiovasculares.