Límites inesperados y repliegue circunstancial

El 13/9 pudo haber significado un punto de inflexión en la desarrollo político contemporáneo de la Argentina. En verdad, el impacto del cacerolazo tiende a aumentar a medida que pasan los días, sobre todo a partir de los cambios implementados por el propio gobierno. Pero también por el hecho de que otros actores han venido reaccionando y adaptando sus discursos y comportamientos al nuevo e inesperado entorno.

En primer lugar, el gobierno ha desactivado, al menos hasta nuevo aviso, el proyecto de reforma de la Constitución orientado a lograr la re reelección de CFK. También, busca responder a la demanda de mayor seguridad con medidas insuficientes pero sintomáticas: enviar 400 gendarmes a cuidar dos líneas de ferrocarriles del área metropolitana de Buenos Aires no va a modificar las percepciones que en todo el país y en todos los segmentos socioeconómicos existe respecto del incremento agudo de la criminalidad, pero de todas maneras sugiere que alguna señal se está tratando de enviar a una sociedad que se siente indefensa y con miedo. En tercer lugar, hubo en estos días un cambio en el estilo de comunicación: la Presidenta regresó a su tono menos agresivo, característico de los periodos electorales, y se cuidó de no utilizar la cadena de radiodifusión para evitar la irritación que generaba sobre todo en un proporción creciente de los sectores medios urbanos.

“Demasiado poco, demasiado tarde”, opina sobre estos cambios una de las figuras claves de la primer etapa de los Kirchner. “Hay un inmenso problema de gestión, el gobierno esta dividido en facciones que pelean por influir en las decisiones de Cristina y esto profundiza algunos errores conceptuales, como no atender la cuestión fiscal y la inflación”.

Lo cierto es que mientras muchos esperaban que el oficialismo redoblara la apuesta y fuera, una vez mas, “por todo”, en la última semana hubo síntomas importantes de relativa moderación. Quedaron desubicados algunos funcionarios, dirigentes y voceros del gobierno, que en un primer momento reaccionaron con desprecio por quienes protestaron, ensayando interpretaciones clasistas y descalificadoras.

¿Implica esto que han predominado las escasas “palomas” del cristinismo, en su puja con los sectores radicalizados? No existe evidencia suficiente para asegurarlo. Más aún, un miembro del gabinete lo expresaba con contundencia esta semana: “no hay que esperar cambios de fondo, sino que pase el tiempo y se sienta la recuperación de la economía”. Se trataría, entones, de una suerte de repliegue táctico para esperar circunstancias menos desfavorables.

Entretanto, las energías del gobierno habrían de centrarse en “mostrar gestión” (es decir, anunciar insistentemente nuevos programas de gobierno para demostrar que se trata de una administración que trata de responder a las necesidades de la ciudadanía). Asimismo, el plan oficial consiste en avanzar de forma diligente y decisiva en la guerra contra los medios de comunicación independientes, en particular el Grupo Clarín. Esto puedo comprobarse este mismo fin de semana con un largo aviso televisivo en los canales controlados por el gobierno.

¿Será esto suficiente para que la Presidenta recupere la iniciativa política perdida a partir del cacerolazo,  implementando cambios marginales respecto del mentado “modelo”?  ¿Habrá acaso de llegar la esperada recuperación económica en el 2013 y mejorar el panorama electoral adverso que, en principio, enfrenta el oficialismo en los principales distritos del país?

Sin dudas, lo que ocurra con el empleo y también con el consumo será determinante para entender hasta qué punto las próximas elecciones pueden alterar el balance de poder existente hasta el momento. Pero un repaso por las tendencias preliminares en materia electoral sugiere que le economía puede ser una condición necesaria, pero de ningún modo suficiente en una elección de mitad de mandato. También hace falta candidatos.

En esto reside otra clara limitación que enfrenta el cristinismo. En la Ciudad de Buenos Aires carece de candidato competitivo y actualmente el gobierno tiene un 80% de rechazo. Si este clima se mantuviera hasta el año próximo, el oficialismo podría salir tercero. Algo parecido ocurre en la provincia de Santa Fe, donde el oficialismo gobernante y el PRO están al menos hasta hoy dominando las preferencias electorales. En Córdoba el panorama es todavía más complicado, pues el peronismo del gobernador De la Sota presentará una lista encabezada por el su antecesor, Juan Schiaretti, y existe chances de que sea también apoyada por el PRO de Mauricio Macri. Tanto Luis Juez como el radicalismo presentarán candidaturas, con lo cual el cristinismo podría terminar en cuarto lugar. En Mendoza se consolida la figura de Julio Cobos, la némesis del oficialismo, que conseguiría un claro segundo lugar. En este contexto, la provincia de Buenos Aires constituye el distrito fundamental. La candidatura de Alicia Kirchner parece una solución imperfecta a la ausencia de dirigentes competitivos y con arraigo en el distrito que defiendan al proyecto de la Presidenta. Tanto Francisco De Narváez como Sergio Massa podrían liderar una lista peronista no oficialista que, aunque no ganase, conseguiría un apoyo lo suficientemente significativo como para condenar al gobierno a una victoria pírrica. En síntesis, en el 70% del electorado nacional el oficialismo enfrenta dificultades importante por la falta de candidatos propios y la presencia de candidatos competitivos de las distintas fuerzas de la oposición.

Es precisamente esta evaluación preliminar del proceso electoral, junto con los remezones del cacerolazo, lo que ha llevado a muchos gobernadores de provincias peronistas, como Tucumán, San Juan, Mendoza, Chaco y Salta, ha extremar la cautela, presionar para bajar los niveles de conflicto y evaluar las chances personales de pelear en el 2015, según el caso. Se trata de actores fundamentales para garantizar la gobernabilidad y, sin dudas, apuntalar el proyecto de re reelección. Los primero está fuera de discusión. Lo segundo parece hoy sumamente agrietado.

El sindicalismo, el otro segmento fundamental de toda coalición de gobierno peronista, tampoco ha ignorado las consecuencias del cacerolazo. No fue en absoluto un protagonista importante. Pero tanto la CGT de Hugo Moyano como la CTA anti kirchnerista preparan una movilización en conjunto para el 11 de octubre próximo. Si la clase media urbana fue la gran protagonista del cacerolazo del 13/9, la clase obrera organizada puede también recuperar un papel de influencia real en el escenario político y poner en aprietos a la Presidenta y su grupo de leales, aglutinados detrás de la sigla Unidos y Organizados.

¿Será acaso esta fusión todavía gelatinosa de agrupaciones como La Cámpora, Kolina, el Movimiento Evita y Nuevo Encuentro un soporte suficiente para que Cristina Fernández de Kirchner pueda mantener su pretensión de presidir el país más allá del 2015? ¿Constituirá un vector con los suficientes recursos como para facilitarle a la Presidenta el control de la agenda y el mantenimiento de la iniciativa política?

Gobernadores, sindicalistas, la mayoría de los intendentes y hasta los propios moderados que todavía forman parte del gobierno monitorean obsesivamente la marcha de la economía y las tendencias de opinión pública: su apoyo a Cristina es contingente y su futuro puede encontrarlos, más temprano que tarde, conformando coaliciones totalmente diferentes en las formas y en los contenidos, como ha ocurrido en el pasado. Por primera vez desde las elecciones de octubre pasado, soplan vientos de cambio en la Argentina y no de continuidad.