El discreto desencanto de la burguesía

Publicado por La Nación,  16 de septiembre de 2012

Acorralada por un Estado cada vez más autoritario, intervencionista, ineficiente y gravoso, ha reaccionado la clase media, ese segmento extenso y vital, abigarrado e ideológicamente muy diverso de nuestra sociedad civil.

Estamos frente a un acontecimiento cuya magnitud sólo podrá ser comprobada con el paso del tiempo, pero que pone de manifiesto que, sobre todo en los grandes centros urbanos, el oficialismo ha vuelto a encontrar serias dificultades para comprender y responder a las demandas de ese sector tan complejo y cambiante. Se trata de un hiato que, de profundizarse, puede promover un fuerte realineamiento dentro y fuera de la coalición gobernante y constituir un obstáculo terminal a su obsesión reeleccionista.

Hasta las elecciones de 2011, el kirchnerismo siempre había tenido enormes dificultades para seducir política y electoralmente a una franja relevante de los sectores medios, a pesar de los esfuerzos realizados entre 2003 y 2007. Pero esos amagues de aparente pluralismo y relativa moderación fueron sepultados por la realidad, sobre todo por Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires y Elisa Carrió y Roberto Lavagna a nivel nacional. Por eso, desde enero de 2008, Néstor Kirchner se vio obligado a «repejotizar» su esquema de poder, reforzando sus vínculos con los jefes territoriales del peronismo y, sobre todo, con el sindicalismo más tradicional encabezado por Hugo Moyano.

Sin embargo, el clima de optimismo derivado del boom de consumo, la empatía solidaria que despertó la viudez de la Presidenta y el escaso atractivo que provocaron las distintas expresiones de la oposición conformaron un entorno muy particular y tal vez irrepetible. El famoso 54% de los votos obtenidos por el oficialismo son un claro reflejo de esa peculiar contingencia y constituye una legitimidad de origen que acompañará a Cristina Kirchner durante todo mandato. Pero su legitimidad de ejercicio se ha visto negativamente afectada durante los últimos nueve meses.

Así, la desaceleración de la economía, la tragedia de Once, el escándalo Boudou-Ciccone, la creciente ola de inseguridad, la inflación, la asfixiante carga tributaria, el cepo al dólar, la arbitraria restricción a las importaciones, los intentos de amoldar las reglas del juego político para perpetuar a la Presidenta en el poder, su sobreexposición mediática, la radicalización del relato y la confrontación permanente con múltiples actores económicos, políticos y sociales fueron las principales causas que explican un súbito cambio en el clima social, incluso el predominio del pesimismo y la caída de la confianza en el Gobierno. Casi ninguna de las medidas que adoptó este gobierno a partir de octubre pasado fueron debatidas durante la campaña electoral.

¿Es acaso transitorio este enojo de los sectores medios o estamos frente a un quiebre de naturaleza más profunda? ¿Podrá el oficialismo repetir la epopeya de reconquistar el voto burgués como ocurrió, por lo menos parcialmente, tras la revuelta del campo y la derrota de 2009? Estos interrogantes son decisivos para elaborar conjeturas acerca del desarrollo político de corto y mediano plazo. Si en las próximas semanas la protesta tendiera a diluirse, el Gobierno habría superado sin grandes derivaciones un reto puntual, de escasa trascendencia. Por el contrario, si las manifestaciones ciudadanas se multiplicaran, e incluso se expandieran por otras ciudades, estaríamos frente a un desafío de imprevisibles consecuencias.

Los errores no forzados son una característica del kirchnerismo. Las primeras reacciones de importantes funcionarios, abrumados por alabar a la titular del Poder Ejecutivo, parecen orientadas a ahondar el mal humor existente en vez de atenuarlo. Tampoco hubo nada de autocrítica: si alguno de los manifestantes del jueves pasado ha viajado últimamente al exterior fue por el subsidio explícito otorgado por el Gobierno al mantener atrasado el tipo de cambio.

Lo contrario ha ocurrido con los gobernadores más relevantes, que reconocieron la legitimidad de los reclamos y los interpretaron como un trascendente llamado de atención: a pesar del hipercentralismo impuesto desde la Casa Rosada, tienen un liderazgo más autónomo y, en algunos casos, siguen mirando 2015 como una oportunidad personal.

En eso consiste el drama político del oficialismo: por ansiedad o por mera desmesura, se apuró demasiado en instalar la puja por la sucesión, planteando una eventual reforma de la Constitución. Pero carece del apoyo necesario en el Congreso y en la opinión pública. Tampoco parece hacer mucho para lograrlo: sin los sectores medios que tanto desprecia, es virtualmente imposible alcanzar la mayoría especial que exige la Constitución para declarar la necesidad de la reforma y lograr el número de convencionales en una elección.

Para peor, el cambio en el clima de opinión que parece estar afirmándose representa una oportunidad para todos los potenciales candidatos a suceder a la señora de Kirchner. Hasta las opacadas fuerzas de la oposición podrían capitalizar el desgaste del oficialismo. Pero esto beneficia, principalmente, a las múltiples figuras del peronismo que no habrán de resignarse al papel marginal al que los quiere condenar el cristinismo y que tienen una efectiva capacidad de daño, especialmente en la provincia de Buenos Aires. Más que nunca, éste es el distrito de mayor importancia, sobre todo, por el complejo panorama que enfrenta el Gobierno en la Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.

Así, disuelto el sistema de partidos, reducida la política argentina a una mera puja por la acumulación de poder personal, la territorialidad se ha vuelto la principal fuente de influencia y, por eso, el peronismo ha devenido en fuerza dominante y casi excluyente. Esto incluye a muchos de los que todavía son, por lo menos formalmente, parte de la coalición oficialista, que intentan adivinar cuál es el momento ideal para diferenciarse o incluso romper. Se trataría de un nuevo caso de profecía autocumplida: la traición, esa amenaza latente que desde siempre anida en los pasillos del poder, efectivamente acecha.