Declamatoria iluminada argentina

(Agradezco el apoyo de Sebastián Galiani que insistió para que yo accediera a publicar este post en Foco Económico, a pesar de mi reticencia dado que su contenido es, obviamente, no estrictamente económico.)

El domingo pasado terminé de leer el libro de Pepe Eliaschev “Los Hombres del Juicio.” Está lindo el libro. A mi me resultó particularmente interesante porque me hizo acordar mucho a mi infancia, a mis padres, a mi Argentina (la de los ochenta, ese misterioso y entrañable lugar donde me toco crecer). “Los hombres del Juicio” fue un regalo de Navidad que viajó en la valija de mi hermana este pasado mes de mayo, cuando nos vino a visitar a los Estados Unidos, desde la Argentina.

El libro cuenta la historia de los jueces y el fiscal del juicio a las juntas militares que se realizó en la Argentina en el año 1985. Varios de los capítulos están basados en reportajes a los participantes del juicio, y hay otros capítulos que cubren información general sobre el juicio: lo que se juzgaba, el contexto en el que ocurrieron los hechos en cuestión, algo de la doctrina del derecho penal que se terminó aplicando, lo que se hizo y lo que se dijo en el juicio.

En mi opinión, hay muchas cosas interesantes en este libro que invitan a pensar y a reflexionar (más allá de las cuestiones de coyuntura política que hoy parecen interponerse en cada evento de la sociedad argentina corriente). En particular, en esta ocasión quería referirme a algo que tiene que ver con la exposición del fiscal federal Julio Strassera al cierre del juicio. En el libro, Pepe Eliaschev nos recuerda (transcribe) algunas de las cosas que dijo el fiscal, y la verdad es que están muy buenas.

Primero dejenme resaltar que el fiscal (como muchos ya sabrán) repudia a todos los violentos de aquella historia: a los de derecha, a los de izquierda, a todos. Por ejemplo, dice Strassera (ver http://www.asociacionnuncamas.org/juicios/causa13/acusacion.htm):

“Estamos persuadidos de que no es posible explicar el terrorismo de Estado -entendido como el ejercicio criminal del poder, mediante la represión clandestina y al margen de toda norma jurídica- si no se lo sitúa en su contexto histórico. Y ese contexto nos muestra como rasgo distintivo la pérdida de la conciencia jurídica; nos revela que frente a la usurpación del poder por medio de la fuerza, la corrupción en el manejo de la cosa pública y el fraude electoral, surge para ciertos sectores como única panacea la violencia guerrillera. Una violencia que hace un culto de sí misma, que ni siquiera intenta justificarse como enderezada a conjurar el abuso de poder o la dictadura. Se muestra de tal suerte como una forma de acción directa encaminada al logro de sus propios fines, al margen de todo sistema jurídico o moral. Y así, como nota distintiva exhibe su ceguera, su inflexibilidad e indiferencia frente al contexto histórico en que se decide actuar. Porque si como una forma de resistencia a la opresión podía al menos intentar explicarse, en tanto se resolvió combatir indiscriminadamente contra gobiernos militares y gobiernos constitucionales los denunciaba antes que una estrategia coyuntural, un apego a la violencia por la violencia misma.

Antes que una respuesta armada a la prepotencia igualmente armada, se identificó con esta última en una pretensión de erigirse en la única alternativa válida, igualmente autoritaria que la que decían combatir”.

Pienso que tal vez por vivir en los Estados Unidos, las palabras del fiscal transcriptas en el libro me atrajeron especialmente. Es que acá, en los Estados Unidos, hay una especie de cultura por lo que (tal vez) se podría llamar la “declamatoria iluminada.” Los norteamericanos tienen una especial admiración por ciertos discursos ocurridos en su historia: las palabras de Jefferson en la declaración de la independencia, las palabras de Lincoln en el ensangrentado campo de batalla de Gettisburgh, o las palabras de Martin Luther King Jr. en la Marcha de Washington de 1963. Estos son discursos que, en su momento, fueron parte de una expresión política. Sin embargo, ahora, son considerados parte de la cultura general norteamericana. Son representativos de todos (o casi todos), no de un grupo. Y todos los conocen; se aprenden en las escuelas, se leen en los monumentos, se escuchan por la televisión en ocasiones especiales.

Será mi ignorancia de siempre, serán las diferencias entre culturas, pero mi impresión es que mucho menos de ésto pasa en la Argentina. Uno podría deducir, tal vez, que lo que sucede es que en la historia argentina no hay suficientes discursos dignos de recordar y honrar. Pero tal deducción sería obviamente injustificada. Y, en mi opinión, las palabras del fiscal Strassera son cabal evidencia de que ha habido gente en la Argentina que ha sabido hablar por todos los Argentinos de bien, los de entonces, los de ahora, y los del futuro. Acá van un par de párrafos que yo creo muy dignos de recordar:

“Dante ALIGHIERI, en la Divina Comedia, reservaba el 7º círculo del Infierno para los violentos, para todos aquellos que hicieran algún daño a los demás mediante la fuerza, y dentro de ese mismo recinto sumergía en un río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género de condenados así descripto por el poeta: ‘Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de rapiña, aquí se lloran sus despiadadas faltas.’

Yo no vengo ahora a propiciar tan tremenda condena para los procesados, si bien no puedo descartar que otro Tribunal de aún más elevada jerarquía que el presente se haga oportunamente cargo de ello. Me limitaré a fundamentar brevemente la humana conveniencia y necesidad del castigo.

Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son importantes y necesarios para la Nación Argentina, que ha sido ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la mera hipótesis de la impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido a niveles tribales nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan hechos políticos o contingencias del combate. Ahora que el Pueblo Argentino ha recuperado el Gobierno y control de sus Instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre, que el sadismo no es una ideología política, ni una estrategia bélica, sino una perversión moral; a partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores en base a los cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal. Por todo ello, también este juicio y esta condena son importantes y necesarios para las Fuerzas Armadas de la Nación. Este proceso no ha sido celebrado contra ellas, sino contra los responsables de su conducción en el período 1976/82. No son las Fuerzas Armadas las que están en el banquillo de los acusados, sino personas concretas y determinadas a las que se les endilgan delitos concretos y determinados. No es el honor militar lo que aquí está en juego, sino precisamente la comisión de actos reñidos con el honor militar. Y, finalmente, no habrá de servir esta condena para infamar a las Fuerzas Armadas, sino para señalar y excluir a quienes las infamaron con su conducta.

…se trata simplemente de que a partir del respeto por la vida y el sufrimiento de cualquier ser humano, restauremos entre nosotros el culto por la vida…”