La década del 2010: Una oportunidad fugaz para América Latina

Es reconfortante saber que tantos analistas económicos están de acuerdo en que esta será la década de América Latina. Para los países de la región, la recesión global fue un pequeño obstáculo en el camino, que sólo afectó las tasas de crecimiento durante algunos trimestres y ahora varios países latinoamericanos crecen a tasas parecidas a las de China. Sin embargo, los países no serán capaces de mantener tasas anuales de crecimiento del PIB por encima de 5 por ciento por mucho tiempo. Así, levantar las restricciones sobre el crecimiento potencial del producto es en realidad el reto de esta década

Existe una muy buena razón para ser optimista. Gran parte del desempeño reciente de la región refleja la adopción de un nuevo paradigma. Tal vez con la única gran excepción de Venezuela, los gobiernos latinoamericanos – en todo el espectro político – han adoptado lo que podría llamarse “El Consenso Latinoamericano”. Sus pilares básicos son la estabilidad macroeconómica y la redistribución de recursos a favor de los grupos más vulnerables de la población.

La estabilidad macroeconómica es ahora un imperativo. Los políticos entienden que mantener una inflación baja no sólo es sano para la economía sino beneficioso para sus propios intereses electorales. Algo similar ocurre con la sostenibilidad de la deuda pública. El populismo fiscal no es recompensado, al menos en los países más integrados con la economía global. Hoy en día, los sistemas políticos tienen una mayor capacidad para que la política fiscal arroje superávits primarios. Hace pocos años no existía ese consenso básico.

El segundo pilar es una agenda social renovada y efectiva. Lo que esto significa es que existe una carrera sana para diseñar e implementar políticas que reduzcan la pobreza y expandan la clase media. La redistribución es ahora una meta fundamental para los hacedores de política, y el cambio de la retórica vaga a acciones concretas ha impuesto un reto tecnocrático. El debate no es si la redistribución es buena o mala, sino sobre cuáles son las políticas y programas que producen mejores resultados. Muchas intervenciones son ahora sometidas a rigurosas evaluaciones de impacto que, a la postre, contribuyen a mejorar su diseño y operación.

En este contexto, existen buenos argumentos para esperar que esta década traiga transformaciones importantes para la región, no sólo para del crecimiento del ingreso per cápita, sino también en términos de reducción de pobreza y desigualdad. No sobra decir, que el círculo virtuoso de crecimiento y equidad tendrá importantes ramificaciones sobre las instituciones. El fortalecimiento de la democracia es un ingrediente central del nuevo paradigma.

Es justo aclarar que no todo el progreso se ha gestado al interior de la región. Lograr un consenso sobre cómo encaminar el futuro de un país es más fácil cuando las condiciones externas son favorables. En los últimos años, la región ha tenido los vientos a su favor. La región no ha tenido grandes dilemas de política pues, hasta un punto, las fuerzas exógenas han hecho más viable ser responsable en los terrenos macroeconómico y social.

En cierto sentido, el nuevo paradigma no es una obra concluida y hay varias asignaturas pendientes para mejorarlo. La primera es que las políticas fiscales aún son bastante procíclicas pues la región no ahorra lo suficiente durante las épocas de auge, como la actual. Lo segundo es que las intervenciones sociales exitosas son la excepción más que la norma.

Pero el reto de fondo es lograr que el éxito económico de America Latina dependa menos de lo que ocurra en China. En otras palabras, la región necesita más fuentes de crecimiento propias.

Actualmente, el crecimiento económico de China alimenta las economías latinoamericanas a través de dos canales principales: mejores términos de intercambio y expansión de los volúmenes de exportación, especialmente de bienes primarios. Con base en la experiencia histórica de otros países, es posible predecir que la demanda de China por productos básicos se desacelerará durante la próxima década. Los pesimistas argumentan que el pico en la demanda de por esta clase de materias primas está cerca. Esto ocurrirá después de que la población china alcance un umbral de ingreso determinado a partir del cual utilización de productos básicos por unidad de producto tiende a disminuir. Esto normalmente ocurre cuando se estabiliza el proceso de urbanización y el ingreso per cápita se acerca a los 13.000 dólares (PPP). China no está tan lejos llegar a ese punto.

Este cambio tendrá repercusiones para América Latina. Hoy por hoy, no es claro cuáles sectores tomarán el liderazgo de la economía latinoamericana cuando el apetito por recursos naturales tienda a desacelerarse.

Adicionalmente, el acceso a capital abundante y de bajo costo le ha permitido a América Latina aumentar las tasas de inversión. Pero en este punto, también hay riesgos asociados a la China. La población de la China, que está envejeciendo, pronto empezará a retirar los ahorros acumulados a medida que los trabajadores se jubilen. A medida que el gobierno chino prepara la implementación de programas públicos que apoyen los sistemas de salud y pensiones, se hace más probable que los hogares de la China tengan menos razón para mantener sus altos niveles de ahorro. Las tendencias históricas de Japón y Corea del Sur muestran que a medida que sus economías se hacían más ricas, el ahorro de los hogares empezó un constante decrecimiento.

Además de una menor demanda por productos básicos, America Latina podría enfrentar una economía global sin exceso de ahorro. Si este es el acaso, sostener el actual ritmo de crecimiento será un verdadero reto.

Por ello, lo primero que debe hacer América Latina es reconocer que las condiciones externas favorables son transitorias. La región debe utilizar la disponibilidad actual de recursos en inversiones que permitan impulsar el crecimiento económico futuro. No es claro que esto esté ocurriendo, a juzgar por los resultados en capital humano,  infraestructura e innovación.

Los consensos internos básicos y las favorables condiciones externas le ofrecen a America Latina una oportunidad histórica para remover los obstáculos que han impedido su desarrollo. Si a esto se le suma la enorme ventaja demográfica asociada a la reducción de la tasa de dependencia que comenzará a revertirse en 2025, no es exagerado afirmar que difícilmente la región tendrá circunstancias más propicias en el futuro. Esta será la década de la oportunidad. Su desenlace es todavía incierto e impredecible.