El inescapable aterrizaje

¡HAY QUE REACTIVAR LA ECONOMÍA! ES UN MANTRA QUE SE REPITE ESTOS DÍAS EN LOS CÍRCULOS POLÍTICOS. Y para lograrlo se invocan ‘nuevas’ fórmulas mágicas. La última, sacada de un manual del populismo, es extender, una vez más, el IFE universal. Se argumenta que la economía necesita de nuevos apoyos.

Lo que necesita es exactamente lo contrario. Afortunadamente, el consejo asesor de Gabriel Boric ha identificado el desafío con claridad.

La economía requiere urgentemente volver a una senda de crecimiento sostenible y, para ello, tendrá que crecer mucho más lento por algunos trimestres. Exceptuando nichos específicos, no cabe duda de que la economía está sobrecalentada, como lo confirman una batería de indicadores.

Excesos por doquier

Luego de crecer en torno a 12% en 2021, el PIB estará varios puntos porcentuales por encima de cualquier estimación del nivel del PIB potencial. Eso significa que deberá crecer por debajo del crecimiento potencial para poder eliminar este desequilibrio.

Parecido a lo que le pasa a un corredor de maratón que, a media carrera, se tienta y corre algunos kilómetros más rápido que el ritmo para el cual entrenó. Si no vuelve a su plan de carrera, se fundirá antes de llegar a la meta.

Las cuentas externas del tercer trimestre de este año revelaron un brusco y elevado déficit de la llamada cuenta corriente de la balanza de pagos, el indicador que mide el exceso de gasto por encima del ingreso de la economía. En tiempos normales, este déficit no sería un gran problema; pero que coexista con un precio del cobre de US$ 4,3 por libra es alarmante porque implica un gran boom del gasto.

El mismo fenómeno se aprecia en el consumo de las familias. En el tercer trimestre este se ubicó 10% por encima de la tendencia que traía antes de la revuelta social y del covid, algo no visto en las últimas décadas. Si se normalizara de un día a otro, el PIB caería estrepitosamente, como un maratonista exhausto.

La inflación en 6,7% es otra señal de temperatura. Sin duda, una parte es inflación importada, pero menos de lo que se cree, dada la pesada herencia que está dejando este gobierno con los precios de la electricidad y del transporte colectivo congelados y las gasolinas subsidiadas. Son, justamente, estos precios los que más reflejarían la inflación internacional.

El ajuste es inevitable. El presupuesto aprobado normalizará la política fiscal. El Banco Central ha subido la tasa de interés y, si quiere que la inflación eventualmente retorne al 3%, no le quedará otra alternativa que seguir subiéndola. Con todo, los aún abundantes recursos en las cuentas corrientes de las personas y la probable recuperación de los reducidos inventarios del comercio podrían demorar el ajuste, pero este llegará. Y si el desánimo no se revierte, el ajuste será intenso y se materializará la caída de la inversión privada.

Plan de vuelo

¿Qué puede hacer un nuevo gobierno? La tentación de evitar una desaceleración será grande. Cuando a mediados de 2022 se vislumbren caídas interanuales del Imacec, regresará con fuerza la idea de desplegar nuevos IFE y de legislar retiros desde los fondos de pensiones.

Pero sería un error sucumbir a esos cantos de sirena. Ello no solo deteriorará más las pensiones y la situación fiscal, también retardaría volver a una trayectoria sostenible. Se puede postergar este proceso, pero un ajuste tardío será más intenso. Además, el primer año de gobierno es un buen momento para enfrentar una coyuntura como esta, lejos de la siguiente elección.

Postergar el ajuste es una mala estrategia. Pero ¿se podría suavizar la convergencia? No es una tarea fácil, las herramientas son toscas. Al menos el Banco Central puede amortiguar el ajuste, en la medida que la inflación lo permita.

Es fundamental intentar que la eventual recesión sea breve y no una ‘de verdad’ (cualquiera sea su definición). Y que, después del ajuste, la actividad económica retome una senda robusta.

Porque pocas cosas son más complejas que las tensiones financieras, es imprescindible cautelar la solidez del sistema. También es crucial que el próximo gobierno adopte un ancla fiscal creíble. Y se deben abordar las cicatrices económicas que ha dejado el covid, como la menor participación laboral femenina. Será igualmente necesario avanzar rápido en una agenda acotada (tal vez en pensiones e impuestos), con bordes claros y acuerdos transversales, que permita que la inversión logre despegar.

En 1990, el gobierno del presidente Aylwin decidió hacer un ajuste de inmediato. Avanzó también en una reforma tributaria, abrazó la apertura comercial y facilitó el desarrollo minero de compañías privadas. El próximo gobierno debe encontrar una fórmula que alcance un equilibrio macroeconómico, con anclas y pilares sintonizados a los tiempos actuales. La otra posibilidad es que se ponga a prueba la teoría de quienes sostienen que ni los desequilibrios macroeconómicos ni el maximalismo adolescente acarrean grandes consecuencias.