COVID-19: ¿De vuelta al futuro?

             “We cannot predict which pathogen will spur the next major epidemic…but as long as humans and infectious pathogens coexist, outbreaks and pandemics are certain to occur and to impose significant costs”

                David E Bloom, Daniel Cadarette & JP Sevilla, Epidemics and Economics, Finance and Development (June 2018).

 

La súbita y violenta propagación del SARS-COVID-2, más conocido como COVID-19, ha tomado al mundo por sorpresa debido a la velocidad de su expansión, y sus altas tasas de contagio y mortandad.  Esto resulta un tanto extraño, considerando que desde hace varios años los epidemiólogos vienen advirtiendo sobre el inminente brote de una epidemia infecciosa de alcance mundial como la que ahora nos golpea[1].   Desde esa perspectiva, la epidemia de SARS en el 2009 debía haber sido una advertencia temprana sobre el terrible impacto destructivo de nuevos brotes virales de transmisión humano-humano en una economía globalizada (Keogh et al.).

Lo que a principios de enero de este año se vislumbraba como un episodio de limitado alcance, confinado a algunas provincias chinas, logró en menos de dos meses alcanzar el estatus de pandemia (la primera de nuestro siglo), afectando a más de 150 países.  Al momento de redactar este artículo el número global de víctimas mortales había ya superado los 100,000, con más de 1.6 millones de contagios.  En un corto periodo de tiempo, el epicentro de la pandemia se trasladó rápidamente del Asía a Europa y, más recientemente, a EEUU, donde el COVID-19 ya cobró más de 46,000 víctimas mortales.

En ausencia de vacunas o tratamientos efectivos conocidos, la mayoría de países afectados han adoptado un conjunto similar de intervenciones no-farmaceúticas (INFs), principalmente el distanciamiento social y las cuarentenas.  Como era de esperarse, estas medidas están aparejadas de altísimos costos económicos, resultado de la parálisis productiva.  La pérdida de ingresos y empleos, la contracción del consumo y la inversión, la caída del comercio internacional, el colapso de la recaudación fiscal y la ruptura de las cadenas de pagos son algunas de las consecuencias de corto plazo asociadas a las INFs (OECD 2020).

La suma de estas medidas se traduciría en contracciones del orden del 20-25% del PBI de los países de la OECD durante el segundo trimestre del año.  En la misma línea, el consenso de los analistas es que la recesión resultante será peor que la generada por la crisis financiera del 2008, y solo comparable a la de 1930.   El último informe del FMI estima que la economía mundial se contraerá 3% en 2020, asumiendo que la pandemia se disipa en el segundo semestre y que las medidas de contracción son replegadas gradualmente.  En el peor de los tres escenarios proyectados —medidas de aislamiento más prolongadas, con un nuevo rebote y cuarentena en el 2021—el PBI global podría cerrar ese año 10% más bajo que en el 2019.

En el caso peruano la contracción trimestral (Marzo-Mayo) podría alcanzar 40% del PBI (Macroconsult).  Aunque el resultado para el año dependerá de la evolución de los contagios y el esquema de reactivación que se practique, las pérdidas serán superiores a las registradas durante el 2008, pudiendo inclusive superar la contracción de 1988 (hiperinflación de García) o la de 1983 (FEN extremo). Apoyo Consultoría estima que este año se perderán 700,000 puestos de trabajo formales.  Así, la proporción de pobres aumentaría hasta alcanzar al 25-27% de la población, borrando en unos pocos meses los avances alcanzados durante la última década en ese frente.

La opinión médica es clara en recalcar que la única posibilidad de aplanar la curva de contagios y proteger a la población hasta que no se cuente con una vacuna o tratamiento efectivos, o no se pueda implementar un sistema de pruebas masivas y un riguroso sistema de monitoreo y seguimiento epidemiológico, es a través de la adopción de INFs.  En tanto ello no ocurra, la parálisis económica pareciera ser el único camino para frenar el avance de la pandemia, planteando un dilema funesto: salvar vidas o proteger los medios para sostenerla.

En ese escenario resulta evidente que no todos los países tienen las mismas capacidades ni medios para enfrentar la pandemia.   Muchas economías emergentes y en desarrollo ya se han visto afectados por el colapso de la demanda externa, la caída de los precios de sus principales exportaciones y una fuga de capitales sin precedentes.  Más preocupante aún, deben gestionar la pandemia con sistemas de salud precarios, sin camas suficientes y servicios de emergencia al borde del colapso.  Las cuarentenas que ya de por sí son difíciles de sostener en países con Estados de bienestar, en el caso de países pobres sin redes de apoyo social y economías con altas tasas de informalidad, resultan intolerables.

Una mirada histórica

Si bien hay claridad respecto de las consecuencias inmediatas de la recesión asociada a la pandemia, es poco lo que sabemos acerca de las consecuencias de largo plazo de esta doble crisis.  Extrañamente, es como si hubiéramos olvidado que ésta no es la primera pandemia que enfrentamos y que contamos con un largo historial de episodios parecidos que pueden servir de referencia para entender las dinámicas epidemiológicas y económicas del COVID-19, y sus consecuencias políticas, económicas y sociales.

Quizá la pandemia más relevante por sus impactos sea la Peste Negra que golpeó Europa en el siglo XIV y que resultó en la muerte de casi la tercera parte de la población (Bell), creando el entorno condicionante del que se nutrieron distintos procesos de transformación social que cambiaron la historia del continente.  En ese sentido, Acemoglu y Robinson (2012) caracterizan la Peste Negra como un shock que propiciaría el surgimiento de instituciones más inclusivas y facilitadoras del desarrollo en Europa.

En el cuadro adjunto, tomado de Jorda et al.,  se consignan otras 14 pandemias de gran envergadura (con más de 100,000 muertos), incluyendo la reciente N1H1 del 2009.  El siglo XX registró tres importantes episodios pandémicos gripales en 1918 (A / H1N1), 1957 (A / H2N2) y 1968/69 (A / H3N2), con tasas de ataque clínico (% de la población afectada) que fluctuaron entre 25% y 35% (Keogh et al).

No menos importante por la similitud de su génesis y cercanía en el tiempo al COVID-19 es la Pandemia de Influenza de 1918-1920 (mal llamada Gripe Española–GE), ocasionada por una variante del virus H1N1.  Se estima que ésta infectó a la tercera parte de la población mundial y produjo el deceso de 50-100 millones de personas.  En el caso de EEUU, la GE cobró 550,000-650,000 víctimas mortales (uno de ellos fue el abuelo del actual presidente norteamericano Donald Trump)[2].  La tasa de mortandad (TM) respecto de la población total del mundo habría llegado a 2-2.5% (Keogh-Brown et al) o 6% de los infectados.  Este último índice triplica lo estimado para el COVID 19.

Si bien no se sabe a ciencia cierta cuándo arrancó la GE, se sabe que ésta se presentó en 3 olas sucesivas, la primera en marzo de 1918, y la segunda, una mutación más virulenta de la cepa original responsable del 75% de las muertes, entre setiembre y diciembre de 1919 (Moxnes & Christophersen).  El tercer episodio fue mucho más benigno y se presentó durante la primavera del hemisferio norte ese mismo año.  Las dos primeras oleadas se dieron durante el desarrollo de la Primera Guerra Mundial y causaron estragos especialmente entre los soldados que se aprestaban a ser movilizados o que regresaban de servicio[3].

Una importante característica de la GE que la diferencia de la actual pandemia es la tasa más alta de mortandad registrada entre la población más joven (especialmente en el rango de 18-40 años).  Se cree que la población mayor pudo haber estado expuesta en su juventud a una variante menos virulenta del virus, lo cual le habría conferido cierto nivel de inmunidad a la nueva cepa.  De otra parte, hay que señalar, que al igual que lo que ocurre ahora, buena parte de los decesos se produjeron no tanto por efecto de la acción misma del virus sino como resultado de la extraordinaria reacción inmune de los infectados.

Efectos económicos de las pandemias

Los efectos económicos de anteriores pandemias han sido estudiados por algunos investigadores cuyas conclusiones resultan coincidentes respecto de la duración y legados negativos.  Analizando una muestra de 15 pandemias (con más de 100 mil fallecidos) Jorda et al estiman que en Europa la tasa natural de interés experimentó una caída sostenida que duró hasta cuatro décadas, alcanzando su nadir (150 puntos básicos por debajo de donde habría llegado en ausencia del shock) 20 años después de la finalización de la pandemia.   Estos efectos son mayores y más prolongados que los experimentados como resultado de crisis financieras.

El mismo análisis muestra que los sueldos reales también experimentaron un ligero, pero sostenido incremento hasta casi tres décadas después de la pandemia.  Estos resultados calzan bien con las predicciones del modelo neoclásico y coinciden con la narrativa histórica, sobre todo de la Peste Negra, cuando la escasez de mano de obra en Europa generó una fuerte presión al alza de los salarios y un deterioro pronunciado en los rendimientos del otro factor de producción (la tierra).

En un reciente trabajo, Barro et al analizan el impacto de la GE sobe el desempeño económico y concluyen que la misma habría reducido el PBI per-capita de los 44 países analizados en promedio casi 6%, con el consumo privado contrayéndose casi 8%.  Por su puesto, se presentan variaciones importantes entre los países (caída de 16% y 19% para India y Canadá), directamente vinculadas a la intensidad de las INFs implementadas y las tasas de mortandad registradas.  Al igual que lo registrado con la actual pandemia, la GE también estuvo acompañada de una altísima volatilidad e importantes caídas en los retornos de las acciones y los bonos.

Otros estudios sobre la GE muestran que las cohortes en gestación durante la pandemia registraron un peor status socioeconómico general, niveles más bajos de educación, tasas más altas de desempleo e indicadores de salud deteriorados[4].   Estos resultados se prolongaron 65-80 años luego de finalizada la pandemia.  También se han documentado mayores índices de pobreza (Suecia) o peores rendimientos escolares (Italia) en las regiones más golpeadas por la pandemia.  En un reciente estudio sobre la GE en Sao Paolo, Gimbeau et al documentan la estrecha relación entre las tasas de mortandad y caídas significativa en los índices de alfabetismo entre las mujeres jóvenes.   La misma investigación revela importantes efectos negativos de la pandemia sobre la productividad agrícola, que se prolongaron hasta dos décadas después de finalizada la pandemia.

En un reciente estudio, Correira et al encuentran gran similitud entre las INFs implementados en 1918 y las políticas utilizadas para reducir la propagación del COVID-19, incluyendo las medidas de distanciamiento social, asilamiento y cuarentena.  A partir del análisis de la actividad económica en distintas ciudades y condados norteamericanos, los autores encuentran que las áreas más severamente afectadas por la GE vieron una fuerte y persistente contracción económica en el corto plazo.  Esto se ve expresado en la pérdida de empleos, menor producción manufacturera, y la devaluación de distintos activos financieros

Más importante, sin embargo, los autores confirman que las ciudades que actuaron antes y de forma más agresiva en la imposición de INFs experimentaron una recuperación económica más acelerada después de la pandemia. En ese sentido, las medidas de aislamiento y cuarentena, atenúan la mortandad sin reducir la actividad productiva en el mediano plazo.  Es decir, más allá de sus evidentes impactos positivos en el ámbito epidemiológico, las INFs tienen impactos económicos favorables.

Las otras consecuencias

A diferencia de lo sucedido con la GE, cuyas consecuencias fueron opacadas por los resultados de la Primera Guerra Mundial y el Acuerdo de Paz de Versalles que marcó el rumbo del mundo hasta la conflagración de 1940, la pandemia de COVID-19 podría resultar, por sus implicancias, un fenómeno más cercano al de la peste europea del siglo XIV.  Con ello no me refiero al surgimiento de nuevas dinámicas sino a la profundización y potenciamiento de tendencias ya presentes, con un efecto acumulado transformacional de gran alcance.

En ese sentido, uno de los grandes denominadores comunes de la respuesta internacional a la pandemia ha sido el creciente protagonismo del Estado, tanto en lo que atañe a los esfuerzos de control epidemiológico como a las intervenciones para contener las consecuencias económicas de las INFs.  Por su ambición y alcances, estas últimas han llegado a extremos nunca antes vistos, vulnerando en algunos casos principios prudenciales largamente arraigados.  El modelo liberal ha sido sustituido por una versión activista del Estado que podría no resultar fácil replegar una vez terminada la pandemia.

Ésta también ha visibilizado los enormes riesgos asociados a la globalización y al rol que dentro de las mismas tienen las cadenas de suministros centradas en China.  Los problemas enfrentados por los fabricantes de automóviles, teléfonos, y otros bienes de consumo en EEUU y Europa que no podían obtener los insumos necesarios para mantener la fluidez de sus operaciones luego del avance de las infecciones en China, ha llevado a que muchas empresas comiencen ya a diversificar sus fuentes de proveeduría, estableciendo nexos con otros proveedores asiáticos.

Esto último ya había comenzado a ocurrir como consecuencia de la exacerbación del conflicto comercial entre EEUU y China, estimulado anteriormente por el sostenido incremento de los costos laborales en este último.  Paralelamente, la dificultad en el mantenimiento de las complejas cadenas de producción y los riesgos de seguridad desnudados por la actual crisis ha llevado a que muchos conglomerados opten por simplificar y acercar sus cadenas a sus principales mercados domésticos.  La creciente tensión ha llevado al desacoplamiento entre las dos potencias mundiales, acentuando aún más esas tendencias.

No menos importante, la pandemia le dará un impulso mayor al proceso de robotización del trabajo resultante de los últimos avances e innovaciones en el campo de la inteligencia artificial.  En ese sentido, la enorme vulnerabilidad en materia de salud pública puesta de manifiesto por la agresiva expansión del COVID-19 y sus altas tasas de morbilidad y mortalidad, se ha convertido en un incentivo adicional para la adopción de nuevas tecnologías y formas de organización del trabajo que potencian el uso de robots y algoritmos inteligentes  para la ejecución de labores repetitivas que antes eran desempeñadas por trabajadores, no solamente los de bajos niveles de calificación.  Nuevamente, se trata de una tendencia ya existente cuyo impulso será reforzado como consecuencia la pandemia.

De otra parte, lejos de propiciar la adopción de nuevos mecanismos de coordinación y colaboración internacional, la pandemia ha desatado impulsos nacionalistas y proteccionistas que privilegian la acción individual en detrimento del interés colectivo.   Así, hemos visto como distintos países han impuesto restricciones al comercio exterior, prohibido las exportaciones de productos críticos para el combate contra la pandemia, llegando inclusive a decomisar cargamentos en tránsito por su territorio.  Aunque resulte un tanto prematuro saltar a conclusiones, es posible que estemos frente al inicio de una profunda erosión del libre comercio post-pandemia.

En la misma línea, se han exacerbado las prédicas nacionalistas que pretenden responsabilizar a los “extranjeros” por la crisis.  Gobiernos de distinto sello político se han apresurado a restringir el movimiento internacional de personas, llegando en varios casos a hacer lo propio inclusive con los grandes desplazamientos migratorios internos (Pakistan es el caso más reciente).  Varios países, más notablemente la administración Trump en EEUU, han atizado esos sentimientos para imponer medidas altamente restrictivas de la inmigración, situación que probablemente se acentúe después de terminada la crisis.

Interesantemente, las restricciones impuestas por las INFs han servido de acicate para impulsar la adopción de nuevas tecnologías para la realización de video conferencias y facilitación del teletrabajo.  Estas herramientas estaban disponibles hace años, pero recién se han desplegado masivamente como respuesta a las medidas de aislamiento social y la prohibición de viajes.  El despliegue exitoso de las plataformas de teletrabajo y los programas de teleconferencias cambiarán radicalmente la cultura de trabajo, con consecuencias impensadas como la disminución en las emisiones de gases de efecto invernadero por el menor número de desplazamientos dentro de las propias ciudades y los viajes internacionales de trabajo.

Vinculado a lo anterior, es posible que esta pandemia sea vista históricamente como el punto de inflexión en el empoderamiento internacional del Asia, y el deterioro de la hegemonía norteamericana en el sistema internacional.  Nuevamente, no se trata de una nueva tendencia, sino del desenlace de un largo proceso en desarrollo, caracterizado por la creciente relevancia económica de China y las nuevas economías industrializadas de la región, la sostenida pérdida de influencia y el repliegue de EEUU, y el resquebrajamiento de la integración europea.

En ese sentido, quizá uno de los aspectos más destacables de la pandemia es el visible contraste entre el efectivo manejo asumido por China (luego de los desastres iniciales), Corea y Singapur; y el asumido por EEUU, Italia y España.  La narrativa final sobre la pandemia aún no se ha terminado de armar, pero resulta cada vez más evidente que China está aprovechando la oportunidad para llenar el vacío dejado por la falta de liderazgo norteamericano (algo que contrasta con el involucramiento de éste último en el combate del Ébola).  Así, el gobierno chino viene implementando distintos esfuerzos asistenciales para apoyar a otros países afectados por la pandemia con la entrega de equipos, pruebas y la movilización de profesionales médicos, en momentos en que EEUU ha decidido suspender el pago de sus cuotas ante la OMS.

 

 

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[1] Ya en 1999 Meltzer at al advertían de los efectos de una próxima pandemia de influenza en EEUU, estimando entre 90,000 y 200,000 muertes, cifra coincidente con las arrojadas por varios modelos para la actual pandemia.

[2] Otras víctimas notables fueron el reelecto Presidente de Brasil, pintores famosos como Klimt y Schiele.  Entre los sobrevivientes más conocidos están Woodrow Wilson, el Rey de España Alfonso XIII y Franz Kafka.

[3] La cobertura de prensa sobre la pandemia fue censurada en los países en conflicto.  En España, que se mantuvo neutral, la prensa publicó extensamente sobre sus estragos, razón por la cual la nueva infección fue bautizada como la Gripe Española.

[4] Ver Almond (2006), y Almond y Mazumder (2005).