La otra cara de la desigualdad: la movilidad social

Las recientes movilizaciones en países vecinos de América Latina nos interpelan de diferentes maneras, siendo la crisis social en Chile la que aparece, para muchísimos economistas, como la más dramática. ¿Cómo así la sociedad de una economía de mercado en un país con instituciones sólidas ha podido explotar de esta manera? Tanto la informalidad como la desigualdad han sido variables utilizadas para explicar la explosión chilena y, por contraste, la falta de explosión en nuestro país, tanto o más desigual que Chile.

Pienso que la desigualdad de oportunidades es claramente una de las variables más importantes para comprender la crisis social. Otra manera de aproximarnos a comprender esta desigualdad es entender el nivel de movilidad social.

Mi aproximación al tema hoy busca reflexionar sobre la escasez de estudios sobre movilidad social. Fruto de una escasez de datos longitudinales en nuestros países, dejamos los temas de movilidad social a los sociólogos con orientación cuantitativa. Como economistas, nos sentimos incómodos para hacer estos estudios ya que no contamos con largas series de datos longitudinales. O solemos tomar medidas muy resumidas, como la comparación del nivel educativo alcanzado por los progenitores, comparado con el alcanzado por el sujeto entrevistado, a veces utilizando análisis econométrico. Por ejemplo, con esa aproximación un estudio de 2001 mostraba que Chile era el país con mayor índice de movilidad social de la región, seguido por Argentina, Uruguay y Perú.

La orientación multidisciplinaria del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) nos llevó en el 2012 a levantar datos representativos a nivel nacional, por ámbito urbano y rural, y por dominios geográficos sobre las percepciones de los peruanos respecto a la movilidad social.

Junto con Jorge Morel y Edgar Ventura (http://repositorio.iep.org.pe/handle/IEP/925), pudimos constatar los grandes cambios que había experimentado la sociedad peruana en el siglo XXI. Es preciso recordar que el nuevo siglo nos recibió con la mitad de la población en situación de pobreza, una importante crisis política y la economía casi estancada. Luego, vivimos la euforia del gran ciclo de precios de minerales, crecimos a tasas importantes y el lema del gobierno 2006-2011 fue “El Perú avanza”.

A falta de estudios longitudinales, las preguntas en la encuesta buscaban el recuerdo (“Hace diez años…” o “hace cinco años…” o sobre los progenitores) para compararlo con la situación de ese momento (2012), así como percepciones de las oportunidades.

La encuesta brindó información muy valiosa sobre cambios e inmovilidades sociales. Por ejemplo, mostró cambios muy importantes en la tenencia de activos. Dos tercios de los encuestados ocupaban una vivienda propia y un tercio de ellos la había ocupado recién en el periodo 2006-2010. El acceso a agua potable y electricidad había crecido en más de veinte puntos porcentuales, así como la tenencia de televisores.

Sobre salud, uno de los hallazgos consistente con una gran vulnerabilidad de la población, es que más de la mitad de pequeños empresarios, agricultores, trabajadores independientes o trabajadores poco calificados contaban con un seguro de salud. Los seguros son patrimonio de minorías urbanas con empleo formal. Un dato que me llamó muchísimo la atención, como indicador de los cambios sociales, o su ausencia, es dónde se atendían cuando niños y dónde declaraban atenderse en 2012 si enfrentan problemas de salud: se pasa de atenderse en casa a ser atendido en una posta médica, o de farmacia a hospital.

Otro dato importante que nos da una perspectiva de las diferencias en el país, así como de las expectativas para el largo plazo, es la percepción sobre el mejor seguro para la vejez: mientas más de la mitad de los encuestados en Lima Metropolitana y la Costa consideraban que era la AFP o un seguro de pensiones, “mis ahorros” dominaba en la sierra sur y en la selva, y “mis hijos” dominaba en la sierra norte.

En 2012, la mayoría de encuestados percibía que su situación socioeconómica era mejor que la de sus padres, proporción que crecía hasta los dos tercios para los encuestados más educados. Los datos también mostraron un gran progreso desde el nivel educativo alcanzando por el padre y aquel logrado por el encuestado. Este dato podría estar reflejando sencillamente el espectacular crecimiento de la oferta educativa antes que una movilidad social.

Son los trabajadores poco calificados aquellos que tienden a permanecer en su tipo de ocupación desde el inicio de su vida laboral, mostrando escasa movilidad social. Algo similar ocurre con los trabajadores independientes sin trabajadores a su cargo. Aquí lo interesante es que las mujeres exhiben menos movilidad que los hombres.

En 2012, la percepción del estatus era de una franca mejoría para los estratos socioeconómicos en la base de la pirámide de ingresos, mientras que los estratos en el tope se sentían igual que hacía cinco años. De otro lado, la mayoría en el país estaba totalmente de acuerdo con que las diferencias de ingresos entre ricos y pobres eran demasiado grandes y que esta desigualdad sigue existiendo porque beneficia a los poderosos. Pero, curiosamente, la mayoría estaba en desacuerdo con que, para triunfar en la vida, se debía venir de una familia con dinero.

¿Cómo estarán estas percepciones hoy?

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