Mitos y la reforma de pensiones

En el debate de pensiones, quizás como en ningún otro, deben conciliarse aspectos profundamente ideológicos con otros de alta complejidad técnica. Se discuten visiones de cómo organizar la seguridad social y, simultáneamente, asuntos como incentivos, portafolios, y distorsiones.

Es, por lo mismo, caldo de cultivo para tres males.

Hay quienes pasan de contrabando aspectos doctrinarios como si fueran ideas exclusivamente técnicas, carentes de tintes ideológicos. Sin embargo, cualquier solución, por experta que parezca, moldea el tejido social. Es bueno reconocerlo.

Hay otros que piensan que es un asunto de voluntad política saltarse los límites que imponen los aspectos técnicos. Que existe por ahí un atajo, que es cosa de negar la ley de gravedad para poder volar. Lamentablemente, la restricción presupuestaria sí existe, el comportamiento de las personas es estratégico y el Estado sufre de fallas, quizás, tanto o más que el mercado.

Y están, por último, los que tienen la mala costumbre de repetir cuestiones que simplemente no son verdad (a veces atizadas por las otras dos tentaciones).

Veamos algunos ejemplos de estos males.

N° 1: Un cambio de algún parámetro del sistema arreglará mágicamente parte de los problemas. Podrían acortarse las tablas de mortalidad. O podría considerarse una tasa de rentabilidad mayor a la que calcula la Superintendencia (la llamada tasa de interés técnica), y así aumentar las pensiones.

Estas ideas, sin embargo, son pan para hoy, hambre para mañana. Permiten gastarse los ahorros más rápido, pero dejan expuestas a las personas que vivan más años.

Las tablas de mortalidad reflejan las probabilidades de lo que viviremos una vez cumplidos los 65 años. La rentabilidad de los ahorros es difícil de predecir, pero suponer que será alta es condenar a las personas a una caída aún más brusca de su jubilación.

N° 2: Externalizar el manejo de los portafolios por parte de las AFP sería contraproducente para los cotizantes. No sería más que una forma de cobrar una “comisión fantasma”.

No es así. La externalización es conveniente para el cotizante si, en el neto (descontando el costo), agrega rentabilidad a sus ahorros. Por cierto, se puede mejorar y hacer más transparente el sistema, como proponía el gobierno anterior, pero, sin duda, hay inversiones que es mejor encargar a terceros.

Y cuidado con llamar “Pepito paga doble” a cualquier gasto en el proceso de inversión; estos pueden ser en beneficio de los cotizantes.

N° 3: Habría existido un seguro de rentabilidad (para cuando esta fuera negativa), de cargo de las AFP, y que se eliminó en las reformas de 1999 y 2001, con graves consecuencias durante la crisis de 2009.

A pesar de lo que diga por ahí algún charlatán, este cambio nunca existió. Siempre ha habido una garantía de seguro relativo, pero no en términos absolutos. Si la rentabilidad de un fondo está a cierta distancia por debajo del promedio del mismo fondo de las otras AFP, el primero debe ser compensado (para eso está el encaje).

Las únicas modificaciones han sido (i) adaptarlo a multifondos, y (ii) ampliar el período de cálculo de la rentabilidad, de 1 a 3 años, para limitar el llamado efecto manada (el incentivo perverso que hace que las AFP tengan las mismas inversiones).

N° 4: Suplementar pensiones con recursos de rentas generales sería muy superior a las alternativas. Se argumenta que distorsiona menos, es más sostenible y evita el reparto.

De acuerdo a la OCDE, financiar pensiones con impuestos es reparto. Ya cruzamos esa línea con el Pilar Solidario.

Pero más allá de la semántica, si el objetivo es aumentar pronto las pensiones de las capas medias que sí cotizaron, financiarlo con un aumento de la cotización actual hace más factible focalizarlo en ellos. Resultaría así más barato. Puede, además, no distorsionar tanto, ya que el impuesto medio al trabajo es anormalmente bajo en Chile. Por otro lado, ayuda a la sostenibilidad del sistema tener que incurrir en el costo de aumentar cotizaciones si se quiere mejorar beneficios. La alternativa es emitir deuda pública y prometer impuestos futuros.

N° 5: Los sistemas de reparto financiados con cotizaciones serían más solidarios. Los trabajadores de hoy ayudarían a los retirados, en una especie de nuevo contrato social.

El reparto es imbatible en mejorar las pensiones rápido, en contraste con los sistemas de ahorro, que demoran décadas en madurar. Pero sufre problemas de sostenibilidad, dado el envejecimiento de la población. Y la forma de financiamiento —cotizaciones, impuestos de hoy o impuestos mañana—, puede ser más, o menos, solidario, todo depende del diseño.

En conclusión, sin la seriedad técnica que exige este debate, corremos el riesgo de levantar un sistema de pensiones sobre bases de arena. Es indispensable redoblar los esfuerzos para construir un sistema sobre cimientos firmes, cuyos aspectos ideológicos se amparen en soluciones racionales y no mitológicas.