Juventud y esperanza económica en el Perú

La juventud, más allá de ser un dato cronológico, puede convertirse en una actitud vital independiente de la edad de la persona o institución, y esta dimensión es positiva para el funcionamiento de la economía.

Todos tenemos ejemplos de personas con una actitud vital abierta, desafiante, incluso cuando ya son de avanzada edad. Hace unos días, en el aniversario número 75 del desembarco en Normandía, acontecimiento que cambió la trayectoria de la segunda guerra mundial, un veterano de guerra de 95 años de edad celebró esa fecha con un salto desde un helicóptero, dando muestras de un espíritu joven y aventurero. Pero también tenemos ejemplos de lo contrario. Vemos todos los días en las calles de Lima cómo niños en estado precario de educación y salud se topan con muchas puertas cerradas y caminan sombríos vendiendo golosinas, sin levantar la cabeza hacia el futuro. En el caso más generalizado de la ciudadanía peruana hoy, las noticias de corrupción, la prepotencia de los que ostentan autoridad, y el relegamiento de las necesidades básicas de individuos y familias pintan un panorama sombrío en un país como el Perú, que hasta hace poco era alabado desde el extranjero como una promesa de crecimiento futuro.

¿Cómo entender estas diferencias de enfoque? Pienso que es útil contrastar el concepto de esperanza económica con la realidad de que muchas personas, a pesar de tener poca noción sobre su valor esperado económico, continúan anhelando un futuro mejor y trabajan con esa esperanza.

Esperanza económica

Desde la formación básica del economista se enseña el concepto de utilidad esperada, con aplicación de teoría de las decisiones y estadística para invocar los conceptos de preferencias, distribución estocástica, y dominancia. Los grandes pasos científicos en economía durante el siglo XX, iniciados por Von Neumann y Morgernstern en 1947, propulsaron la importancia de los modelos teóricos sobre utilidad esperada.

Las aplicaciones abundan. Desde la predicción de quiénes votarán para reelegir a Donald J. Trump en el 2020, o cuánto más pueden caer las acciones tecnológicas de empresas chinas debido a la guerra comercial con EE.UU., hasta cuán valiosa es WhatsApp para Facebook a pesar de no generar ningún ingreso monetario por suscripciones. Típicamente, los argumentos económicos sobre cuánto ganaría una persona o una empresa si tomara la decisión X en vez de la decisión Z pasan por un análisis de la expectativa o esperanza económica.

Así, desde la visión fría, objetiva, de la economía, lo que importa para el valor presente son los flujos descontados de lo que se gane en el futuro. Si una empresa y sus inversionistas piensan que a la empresa le irá muy bien en el futuro, entonces ellos piensan que sus flujos de caja futuros serán altos y así exigen un precio más alto por las acciones de esa empresa hoy. Por el contrario, si los inversionistas ven un proyecto que no dará mucha ganancia en el futuro, entonces le quitan su atención y fondos, y prefieren dejar que se extinga, pues su valor económico esperado es demasiado pequeño para justificar la inversión presente.

Potencial humano

Así como las empresas nacen como una mera idea de inversión, que luego de superar un sinfín de obstáculos se va consolidando en el mercado – si es que no ha desaparecido temprano en el intento – así también los seres humanos requieren tiempo y cuidado hasta que empiezan a hacer rendir los talentos naturales o adquiridos con que han sido dotados. Lógicamente, las personas no tienen un “precio” de su acción, ni “cotizan” en una bolsa de valores. Pero hay amplia evidencia y argumentación teórica, como presenta David Galenson en Old Masters and Young Geniuses (Princeton University Press, 2006), que postula momentos muy diversos en los que la persona puede demostrar su contribución máxima a la sociedad.

Algunos despegan temprano. Los prodigios de la música, las matemáticas y la computación, por ejemplo, consiguen grandes logros antes de los 25 años. Podríamos decir que el valor esperado de estos seres humanos tan talentosos se cotiza muy alto, pues ha quedado patente que pueden dar mucho.

Pero otro contingente de genios creativos demora mucho más en ir consiguiendo su mejor forma para contribuir. Quizás estos individuos no creían mucho en sus talentos al inicio. Quizás no recibieron el apoyo adecuado para esmerarse más. En general, el grueso de la humanidad requiere mucho tiempo para ir aprendiendo, va equivocándose, va experimentando hasta llegar a alcanzar un equilibrio entre su productividad, su vida emocional, sus aspiraciones y su contribución a la humanidad. Y si bien no todos pueden ser genios creativos, gracias a su dignidad humana y a su inteligencia y talentos, sí pueden ser autores de alguna genialidad en el momento clave. Gracias a esa “opción futura” de una decisión brillante, el misterio del futuro para una persona consiste en continuar cuestionándose sobre si su mejor contribución está aún por llegar.

Habiendo invocado la contribución teórica de la economía de las decisiones, por un lado, y la evidencia empírica – consistente con diversas teorías también – sobre cómo las personas pueden mirar hacia el futuro con la opción latente de un gran triunfo, termino conectando este contraste con la situación actual del Perú.

 Esperanza más allá del valor esperado

Lima en otoño e invierno se pone más gris de lo normal. Pienso que, en vez de ver el futuro económico del Perú con el mismo lente que usamos para ver el gris de nuestra capital, podemos considerar una perspectiva más amplia y considerar el gran reservorio vital de aquellos – jóvenes y mayores – que están aún buscando cómo ofrecer su mejor contribución a la sociedad.

Las cosas en el Perú pueden ir peor o mejor. Los poderes del Estado se pelean, luego se amistan, y luego se pelean de nuevo. Los casos de corrupción se destapan, otros se tapan durante un tiempo, y luego se van destapando. El tráfico vehicular en Lima, considerado el tercero peor del mundo en el 2019, puede empeorar unos años para luego mejorar. Todo esto obedece a expectativas económicas, y hace falta buenos estudios y atención para encauzar al país hacia un equilibrio prudente. Los macroeconomistas dedican tiempo y recursos a pronosticar el crecimiento del PBI y de la inversión pública, y las instituciones privadas toman esos datos en sus propias proyecciones. Pero aquí no está la gran esperanza económica del Perú.

Es en la dignidad humana inimitable del ciudadano decente que encuentra el sentido de su vida incluso en circunstancias adversas (Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, 1946) donde encontramos un propulsor para los grandes cambios que requiere la sociedad peruana. Algunos viven en la sierra y van migrando a la costa, mientras que otros deciden permanecer en esas alturas, cultivando el campo y convirtiéndolo en algo que dé más ganancia. Otros viven en las grandes ciudades, estudiando una carrera para luego aspirar a un camino profesional. Muchos son emprendedores independientes, trabajando en servicios minoristas que benefician la vida de sus conciudadanos. Un gran contingente son madres de familia, que en las últimas décadas han combinado el trabajo irreemplazable del hogar con una ocupación profesional en las empresas. Y así, muchos. Mientras esta mayoría silenciosa de peruanos se levante todos los días con la certeza de que sus talentos son valiosos y con la esperanza de que pueden crear valor en la sociedad, el país irá abriéndose paso al futuro.

Tags: