Economía de boliche

En América Latina en general, y en Uruguay en particular, cuando uno dice que es economista, no tarda en llegar la pregunta sobre la coyuntura. En Uruguay una típica es “¿qué pasa con el dólar?”. El precio de la moneda estadounidense es una variable muy importante en nuestro país, y como ha flotado desde que tengo memoria, la pregunta es siempre del estilo de ¿por qué subió? O ¿por qué bajó? O, hace ya años se preguntaba, ¿por qué está hace tanto tiempo el dólar en el piso de la banda?

Hace mucho que contesto que no tengo idea de qué pasa con el dólar, porque no sé, porque no es mi área. Pero es común escuchar analistas que opinan sobre estos temas, y otros similares, y que se enfrascan en discusiones que alguna gente llama “economía de boliche”. Es el tipo de discusiones que (creo) nos apasionaban a todos cuando estábamos en facultad cursando nuestros estudios: esas que mezclan muchos temas y variables importantes, y que afectan el bienestar de la gente.

Lo atractivo de esas discusiones es que son temas importantes, y en las cuales gente inteligente puede hacer argumentos que suenan muy intuitivos y convincentes y parece que todo tiene sentido. El problema era que al rato otra persona igualmente inteligente hace otro argumento igualmente atractivo, pero que llega a la conclusión opuesta.

Lo malo de esas discusiones es exactamente lo mismo. Era imposible llegar a algo concreto. Por eso abundan los chistes del estilo de que en economía si te preguntan cuánto es 2+2 el economista te puede decir “¿cuánto querés que te de?”.

También, en países con baja calidad de discusión de política (y política económica), sobrevive gente que aboga por las cosas más disparatadas, en parte por culpa de la economía de boliche. Alguien de derecha dice algo sin mucha estructura, y alguien de izquierda le contesta con otra cosa igual de falta de estructura, y queda la impresión de que cualquier cosa podría funcionar para arreglar el problema en cuestión.

Hace poco conversaba sobre el tema del dólar y la inflación en Argentina con un colega argentino; bah, él conversaba, yo escuchaba. Fue un placer porque me hablaba en términos de modelos. Decía cosas como “por ejemplo, si vos pensás en tal modelo, lo que está pasando con la inflación es la consecuencia de X e Y”, y después matizaba con un “pero claro, eso dependería de que se cumpliera además tal otra cosa”. Entonces me comentaba otro modelo donde todo cerraba un poco mejor para explicar lo que estaba sucediendo con nuestros queridos hermanos argentinos. Esas “discusiones” las entiendo: hay un modelo, hay ciertas variables, y sus interacciones se entienden pues está estipulado qué hace cada agente en el modelo, y se entienden las estáticas comparativas. No se tomó la libertad de agregarle “en el aire” una variable que no estaba en el modelo y “conjeturar” que obviamente la inflación está relacionada de tal manera con esa variable (porque otro modelo dice que esa es la relación).

Con mi pasaje por los estudios doctorales, me volví un fanático de la frase de Francis Bacon “la verdad surge más fácilmente del error que de la confusión” (Novum Organum, Libro II, en latín en el original). Muy divertida la economía de boliche, pero no se aprende mucho, y quita tiempo para pensar las cosas de forma más ordenada.

Toda esta introducción es para llegar al tema central de la columna de hoy. Es un servicio a la comunidad. Es un detector gratuito de gente que argumenta sin modelos que estoy poniendo a disposición para que no falte en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Para informarles cómo funciona, pensemos por ejemplo en una suba de tasas de interés por parte del banco central (o la FED), que viene acompañada de una suba de la bolsa. La intuición más sencilla para entender la relación entre estas dos variables es la siguiente: si hay sólo un bono, y una acción, y sube la tasa de interés (el rendimiento del bono), alguna gente (digamos, aquella a la que le gusta menos el riesgo) querrá deshacerse de la acción para sustituirla en su portafolio por un poco más de bonos, y por tanto bajará el precio de la acción. Por lo tanto, una reacción contraria –una  suba de tasas acompañada de una suba de la bolsa– “requiere” una explicación.

Hay por lo menos dos explicaciones que uno suele escuchar. La primera es que una suba de tasas enfriará la economía, pues alguna gente que iba a poner una fábrica compra bonos, y alguien que iba a consumir ahorra; esto lleva a una reducción de la demanda, y a una caída de la inflación. Una caída en un impuesto distorsivo, que perjudica la asignación de recursos, hace a la economía más sana y le indica a la gente que hay gobernantes serios. Esas cosas hacen que a las empresas les vaya bien, y por eso sube la bolsa. Otra distinta es que los agentes económicos esperaban una suba mayor de tasas, y como eso estaba incorporado en los precios de las acciones, una suba menor a la esperada es como una reducción en la tasa, y por eso suben las acciones (como en la intuición básica).

El centro de lo que quiero decir hoy es: nunca escuchen a nadie que use a las expectativas como una variable libre (cuyo nivel puede ser elegido libremente por el analista) en un argumento, como hace la segunda explicación. Ese argumento dice que en realidad la suba de tasas no fue una suba, porque la gente esperaba una suba mayor (eligió el nivel de las expectativas). Eso nos dice que el argumento no se basa en un modelo: en ningún modelo las expectativas son una variable libre; si lo fueran, los modelos prácticamente no tendrían predicciones testeables. En el ejemplo anterior, no se podría decir “una suba de tasas lleva a una caída en la bolsa”, pues habría que decir “una suba de tasas por encima de las expectativas lleva a una caída en la bolsa”, pero esa teoría no se puede testear pues las expectativas no son una variable observable.

Además, como una cuestión práctica, si uno escribe un modelo, “tiene” que decir cómo se forman las expectativas (¿adaptativas? ¿racionales?, etc.). Entonces, si uno está pensando en términos de algún modelo para explicar un fenómeno, en ningún caso uno tiene la libertad de elegir el nivel de las expectativas como variable explicativa.

En el ejemplo anterior, al analista que usó la explicación de las expectativas, habría que preguntarle “¿qué modelo tenés en la cabeza? Y ¿por qué en ese modelo las expectativas eran de mayores subas? En ese modelo, ¿qué objetivos tiene el hacedor de políticas? ¿Por qué la gente esperaba que las subiera más? Si no las subió tanto, ¿es que el modelo tenía un supuesto erróneo sobre el comportamiento del hacedor de políticas? ¿O es acaso que el hacedor de políticas responde a shocks y los shocks fueron menores a los esperados (digamos, un shock negativo)?” (Para los quisquillosos: en el caso de los shocks, las distribuciones son exógenas, y por eso podemos hablar de “shocks esperados” como algo exógeno). Son todas preguntas complicadas, pero cualquiera que use expectativas “erróneas” en una explicación (y tenga un modelo en la cabeza), debe poder contestarlas.

En el ejemplo, una respuesta educada y completa sería “tengo tal modelo, el hacedor de políticas responde a shocks para maximizar tal objetivo, y resulta que el shock esperado era 0, y hubo una realización negativa.” En ese caso entonces, la respuesta “correcta” no sería con las expectativas, sino que cierto shock fue menor al esperado.

A otro nivel, y no lo llamo economía de boliche, estas discusiones se dan también entre gente que es explícita con sus modelos académicos, y gente que hace cosas empíricas y de “forma reducida”. Cuando estos últimos quieren usar sus resultados para un argumento de política económica, no dicen cuál es el “modelo” que tienen en la cabeza, y por qué vías algún cambio en una variable de política tendría la influencia deseada en la variable económica de interés. Por eso, comenzando con Hurwicz (con lo que luego se rebautizó la crítica de Lucas), los economistas a menudo requieren un modelo aún para cosas empíricas, si se quiere usar el resultado para ejercicios contrafactuales (“¿Qué pasaría si cambiáramos tal cosa?”).

Ya de viejo amargo perdí el gusto por las discusiones de economía de boliche. Y me broto cuando alguien usa a las expectativas como una variable libre. Ya les di mi detector. Una discusión de Hurwicz y la crítica de Lucas queda para otra columna.