Aunque la disputa comercial entre Estados Unidos y China esté pronta a llegar a buen término —a juzgar por las numerosas señales que se han entregado—, las tensiones de fondo siguen vivas. Y como buenos jugadores, no solo se enfrentan de manera directa, sino también comienzan a involucrar al resto del mundo. Esto es lo que hemos visto en las últimas semanas en Chile, donde las principales potencias parecen pedirnos elegir si estamos con uno o con el otro. Navegar en estas aguas turbulentas no es fácil para un país pequeño. Los vínculos con Estados Unidos son profundos, tanto en materias económicas como culturales, y Chile históricamente ha jugado un rol importante de promoción de la democracia y libertades económicas en un continente sacudido por el populismo. La distancia cultural y política con China es claramente mayor, pero los lazos históricos son intensos, y la relación comercial es muy significativa y bastante más diversa de lo que se cree. ¿Qué hacer? El camino al desarrollo en Chile ha estado marcado por una gran certeza: la apertura al mundo y las reglas claras son el único seguro para un país pequeño. Esa es la línea roja que no debemos traspasar. Uno de los principales riesgos en la actualidad es una transición desde un mundo basado en reglas parejas a un sistema dominado por el “capitalismo de Estado”, donde el Estado interviene activamente en el ámbito comercial y de inversión en favor de intereses particulares. En este sistema, los países negocian trato especial para sus empresas o se intercambian beneficios en algunos sectores a cambio de preferencias para la inversión extranjera. Todo de manera bilateral, donde predomina el más fuerte. En esa cancha tenemos todo que perder y nada que ganar. No tenemos tamaño ni influencia para obtener beneficios, y más importante, es un sistema que entrega rentas a unos pocos, bien conectados, y que favorece la corrupción. Desafortunadamente, muchos países del mundo parecen estar entrando en una etapa activa de intervención estatal en favor de intereses corporativos. Y con ello, introduciendo una cuña en la arquitectura del comercio y de la inversión externa que ha dominado el mundo en los últimos 50 años, y de la que nos hemos beneficiado. En esta pelea de perros grandes, debemos perseverar en una política de trato no arbitrario a los socios comerciales, de normas parejas a la inversión extranjera, y de un sistema transparente en la aprobación de proyectos. Pero hay que ir un poco más allá, fortaleciendo acuerdos —bilaterales y multilaterales— que limiten las decisiones arbitrarias en el comercio. Algunos de estos acuerdos tienen reglas que muerden, pero esas mordeduras son menos dolorosas que las de perros grandes. ¿Lo tendrán claro los parlamentarios que rechazan el TPP?
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