Cuestionando el mito de que los programas de transferencia monetaria crean dependencia

Este debate es también relevante en América Latina y el Caribe, principalmente porque los programas de transferencia monetaria condicionada (TMC) son una de las fuentes principales de asistencia social. Estas iniciativas han contribuido a reducir la pobreza a corto plazo en decenas de millones de hogares. También han aumentado la capacidad a largo plazo al exigir a los padres que matriculen a sus hijos en la escuela y recurran a servicios de salud esenciales. Sin embargo, a medida que tienen éxito, los escépticos sostienen que estos programas corren el riesgo de crear una cultura de dependencia, del ocio y un desempleo crónico.

Los programas de transferencia monetaria promueven el empleo

Mi investigación demuestra que esos temores pueden ser infundados: en realidad, puede que los programas de TMC aumenten la participación en la fuerza laboral. He analizado un programa a nivel nacional en Bolivia que a partir de 2006 otorgó una TMC a todas las familias con hijos en la escuela pública, con la condición de que éstos asistieran a clases el 80% del tiempo. Constaté que, en Bolivia, donde las tasas de matriculación escolar ya superaban el 90% antes de la implementación del programa y donde, por ende, las condiciones ya se cumplían, las transferencias monetarias no aumentaron la inactividad de los adultos. Al contrario, crearon oportunidades para que las madres de los niños que recibían las transferencias comenzaran sus propios negocios, ingresaran en el mercado laboral y empezaran a adquirir independencia. En otras palabras, el denominado “dinero gratis” producto del programa de TMC de Bolivia no perpetuó el ciclo de dependencia sino, más bien contribuyó a ponerle fin.

Las mujeres son las grandes beneficiadas

En 2016, economistas de la Universidad de Harvard y del MIT analizaron datos correspondientes a siete programas de transferencia monetaria en países en vías de desarrollo, entre ellos Honduras, México y Nicaragua. No observaron evidencias de que los programas desincentivaran el trabajo.

Mi estudio sugiere que es posible que los autores hayan subestimado la capacidad de estos programas para promover activamente el empleo. Su investigación se centró en programas que tenían como objetivo a los beneficiarios más pobres. En cambio, la TMC en Bolivia no está focalizada a los hogares más pobres. Si bien los hogares muy pobres que necesitan ese dinero para cubrir sus gastos básicos son elegibles a participar en el programa, también son elegibles aquellos hogares que están en condiciones relativamente mejores, que habrían mandado a sus hijos a la escuela aunque el programa no existiera y que podrían utilizar el dinero para encontrar una manera de ingresar en la fuerza laboral. Dado que el 95% de los hombres cabezas de hogar en Bolivia ya tenían algún tipo de empleo -en comparación con el 70% de las mujeres cabezas de hogar – los recursos extra beneficiaron a las mujeres que se encontraban en una situación más favorable al permitirles ingresar en la fuerza laboral. Los recursos del programa les ayudaron a superar las restricciones monetarias que les impedían tener acceso al empleo.

¿Cómo ocurrió exactamente esto? La TMC en Bolivia, que entrega sólo 200 bolivianos. (US$25) anualmente por cada niño, es pequeña. Aún así, una mujer con cuatro hijos que recibiera US dólares 100 tendría suficiente para comenzar un pequeño negocio, como comprar ropa o comida en una ciudad grande y revenderla en zonas rurales. Y ese dinero extra puede hacer una diferencia. Observé que la TMC aumentaba en cuatro puntos porcentuales la probabilidad de que las mujeres de los hogares trabajaran, sobre todo a través del autoempleo, y que aumentaran el número semanal de horas trabajadas en 2,5 horas.

Esto coincide con diversas conclusiones en otras partes del mundo  que sugieren que otorgar transferencias monetarias a los pobres puede, de hecho, promover el empleo. Un estudio de los economistas del Banco Mundial muestra que otorgar ayudas monetarias a los empresarios pobres les permite ampliar sus negocios y, de esta manera, aumentar sus horas laborales. Entretanto, otro estudio reciente llegó a la conclusión de que las transferencias monetarias a grupos de jóvenes ugandeses que participaron en una formación profesional y en la puesta en marcha de nuevos negocios generaron aumentos del 17% en el número de horas trabajadas. Al igual que en mi estudio, puede que aquellos efectos hayan estado relacionados con el carácter de los beneficiarios. Esto se explica porque los receptores, aunque pobres, estaban en mejores condiciones que la población en general y necesitaban un dinero extra para comenzar o ampliar sus negocios.

Los programas de transferencia condicionada y el acceso al crédito

El estudio de Bolivia tiene otra implicación. Al analizar la disponibilidad de servicios financieros en los municipios del país, observé que la gran mayoría de los aumentos del empleo gracias al programa se producía en zonas donde los bancos y otras instituciones financieras tenían muy pocas o ninguna sucursal. El acceso al crédito en estas zonas fundamentalmente rurales era limitado, o en el caso de los prestamistas informales, era prohibitivamente caro. Si bien los resultados de mi estudio subrayan la efectividad de los programas de TMC para ayudar a las mujeres que carecen de acceso al crédito, también ponen de relieve un cuadro que dista mucho de ser el ideal cuando se trata del desarrollo financiero.

Esto se puede cambiar. Los programas de lucha contra la pobreza, al igual que las TMCs, deberían centrarse en zonas pobres con escaso acceso a los servicios financieros. Como se debate actualmente en algunos círculos políticos, las TMCs incluso podrían utilizarse como garantías en los préstamos. La clave reside en ayudar a los receptores a conseguir el dinero que necesitan para comenzar un negocio.

La evidencia parece clara. Los programas de TMC como el de Bolivia no promueven la dependencia. Sus beneficiarios no utilizan la ayuda extra para abandonarse al ocio o derrochar dinero en bienes de lujo. No abandonan voluntariamente el mercado laboral. Al contrario, cuando reciben un poco de ayuda monetaria, es probable que comiencen su propio negocio y busquen una manera de salir de la pobreza por sus propios medios para el propio bien y el de sus familias.

Este artículo se publicó originalmente en Ideas que cuentan, el blog del Departamento de Investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).