Confrontando la adversidad económica: Dos casos peruanos

Varias generaciones de peruanos decimos, medio en broma, que somos “expertos en crisis”, quizás recordando los múltiples sucesos de catástrofe económica en décadas recientes. Llevamos en la memoria los fantasmas del desempleo, hiperinflación, sustitución de importaciones, tipo de cambio diferenciado, sindicalismo radicalizado, mercantilismo, escasez de productos y otros males. Afortunadamente, muchos de esos problemas solo existen en la memoria: los tiempos han cambiado. Vemos que el Perú de hoy es otro, con una estabilidad macroeconómica admirada por propios y extraños. El Perú se ve hoy como un país viable desde el punto de vista macro.

Pero ¿cuánto sabemos sobre las crisis “micro”? ¿Y qué lecciones obtenemos de ellas? Episodios negativos de distintos tipos nos afectan día a día en un amplio espectro de dimensiones económicas: la caída de una industria, alguna dificultad financiera, fricciones laborales, la pérdida de un cliente importante o quizás del propio puesto de trabajo. Ya que estas contradicciones suelen venir rotuladas con nombre propio (el nuestro), ciertamente nos duelen más que si fueran algo generalizado para todos. Por otro lado, al ser problemas concretos en sectores específicos de la actividad económica, quizás reciben menos atención o estudio, sin seguimiento para observar cómo se resolvieron luego.

Propongo un par de consideraciones ante esas crisis micro. Primero hago una reflexión con base cuantitativa, basada en un par de estudios recientes que emplean información de empresas y consumidores peruanos. Luego ofrezco una discusión más conceptual.

Una gran contradicción “micro” fue la que afrontaron las empresas pesqueras industriales cuando, hace unos años, se les prohibió la pesca de jurel y caballa para harina de pescado. Como muestro en el gráfico de la línea de tiempo de cuántos cientos de miles de toneladas de estas especies marinas se pescaban en el Perú en cada trimestre, estas especies eran un recurso volátil pero generoso otorgado por la naturaleza al mercado. A partir de la prohibición gubernamental, el recurso marino formalmente quedó fuera de las posibilidades productivas de las empresas pesqueras orientadas a harina de pescado. ¿Cuánto las afectó esta crisis? En mi investigación con Evan Rawley, de la Universidad de Minnesota, usando econometría causal encontré que el impacto fue muy negativo al inicio pero que, con el tiempo (unos 24 meses), las empresas pesqueras se fueron recuperando hasta llegar a su nivel normal de productividad y eficiencia en su especie principal, la anchoveta. La crisis micro de la prohibición las golpeó, pero aunque tardaron en recuperarse, terminaron adaptándose con efectividad, volviendo a las fuentes de su productividad enfocándose en lo que mejor sabían hacer.

Muy distinto fue el caso de adversidad “micro” que sufrieron los consumidores del sistema financiero peruano ante cambios inesperados en su clasificación crediticia. El escenario contrasta aquí con el del caso pesquero mencionado arriba, pero comparte semejanzas. Miles de peruanos con créditos de consumo tenían préstamos de distintos bancos, y esos préstamos tenían clasificaciones distintas, debidas al distinto comportamiento de repago diferenciado de cada cliente con respecto a sus bancos. Sorprendidos por cambios inesperados en el tipo de cambio (dólar vs. sol), estos clientes cruzaron un umbral que gobernaba la “alineación” de sus clasificaciones crediticias en el sistema financiero (ver el gráfico de abajo). En otras palabras, de forma repentina, debido a algo totalmente ajeno a la acción individual del cliente o del banco, el cliente sufría un empeoramiento de su “nota promedio” a ojos del mundo financiero. En mi investigación de estos episodios negativos, realizada con Mark Garmaise, de UCLA, descubrí que aquellos clientes golpeados por la adversidad realizaron varios esfuerzos urgentes y concretos para mejorar su situación ante el sistema bancario. Intentaron ponerse a regla financieramente. Sin embargo, luego de 24 meses de los golpes negativos, notamos que los afectados continuaron con efectos dañinos de distintos tipos, sin recuperar su posición inicial. Aunque la adversidad fue confrontada, la recuperación simplemente no se dio.

Los resultados de estos estudios académicos sugieren escenarios inquietantes sobre cuánto puede afectar una crisis micro: los impactos negativos pueden darse en cualquier orden de cosas – empresarial o individual – incluso sin que el afectado en cuestión haya tenido la culpa. Ante esta evidencia, una lección extrema y posiblemente equivocada sería el abstencionismo de mercado: no quiero sufrir golpes, por lo cual es mejor no invertir, no expandirme, no tomar préstamos, no prestar – contar solamente conmigo mismo para mis ideas y proyectos. Otra lección extrema sería la neutral: algunas pérdidas serán recuperables, otras serán no recuperables, por lo cual en promedio es mejor no preocuparse tanto al respecto.

Pero las crisis micro podrían aprovecharse si nos llevan a un descubrimiento positivo: la virtud se conoce en la adversidad. Qué fácil es tener ganancias cuando la industria está creciendo. Qué fácil es honrar los préstamos cuando hay bonanza personal. En general, qué fácil es maximizar cuando las restricciones no existen o son tan generosas que no ajustan. Pero precisamente en los momentos inesperados de contradicción es cuando se revela el verdadero material del que estamos hechos, consecuencia de nuestros hábitos buenos o malos de cada día. Pasada la tormenta, y caída la hojarasca y las ramas secas del árbol, quedarán las buenas raíces, el tronco noble y aquellas ramas vivas todavía capaces de dar bastante fruto.

Adaptabilidad, entonces, es una gran propiedad micro. Choques pequeños y grandes los tendremos, tarde o temprano. Desarrollar capacidades para que esos cambios no nos golpeen demasiado –e incluso nos enseñen algo– es una prescripción razonable en economías como la nuestra.

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