La Alianza para el Progreso y el Banco Interamericano de Desarrollo

He llegado a la conclusión que los bancos multilaterales de crédito tienen que reformarse para servir mejor a los países en desarrollo, y en el caso del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a los países de América Latina y el Caribe. Tradicionalmente la función de este y otros bancos de desarrollo era la de facilitar el acceso al crédito a los países en desarrollo. Sin embargo, hace ya algunas décadas muchos de los países de la región no solo no encuentran restringido su acceso a los mercados de capitales, sino que además los montos que el BID les presta no son de una magnitud significativa. Para abordar este tema de redefinición del rol de los bancos de desarrollo en el mundo actual, se me ocurrió comenzar esta serie de posts por el principio; esto es, por la creación del BID y las razones que le dieron origen.

Historia

Para la década de los años cincuenta la mayoría de los países latinoamericanos estaban implementando una estrategia de sustitución de importaciones; lo que propició un proceso de desarrollo desproporcionado. Esta estrategia rápidamente enfrentó tres limitaciones que gradualmente se convirtieron en obstáculos para continuar el desarrollo: la erosión de la balanza comercial, los crecientes desbalances sectoriales y el deterioro de las cuentas públicas. Después de la Segunda Guerra Mundial, la agenda internacional de los Estados Unidos se centró en (1) la contención de la expansión soviética, (2) la promoción del proceso global de recuperación económica, y (3) la reconstrucción de los países devastados por la Guerra. Latinoamérica no se encontraba entre las prioridades de la comunidad internacional.

Durante este periodo, los países de la región trataron de aprovechar cada oportunidad para persuadir, sin éxito, a los Estados Unidos para que implementara un programa de cooperación financiera que promoviera un proceso de desarrollo social y económico en la región. Las cosas empezaron a cambiar en 1958 tras la visita del Vicepresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, a América Latina; lo que permitió al gobierno americano darse cuenta del malestar político, económico y social que prevalecía en la región. Tras esta visita se llevó a cabo una importante reunión entre el Secretario de Estado, John Foster Dulles, y el Presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, quien propuso un extenso programa de cooperación para el desarrollo económico y social de los países latinoamericanos: la Operación Panamericana. Con ello, se alcanzaba un consenso entre Estados Unidos y Latinoamérica para virar el enfoque de sus relaciones de seguridad militar hacia una relación de cooperación para el desarrollo.

Fue finalmente el Presidente John F. Kennedy quien orquestó la nueva estrategia de los Estados Unidos hacia Latinoamérica; la cual estaría influenciada por un grupo de tecnócratas de la región incluyendo a Raúl Prebisch, Felipe Herrera (a partir de 1960, primer presidente del BID), y Jorge Sol Castellanos, entre otros, que representaban a las organizaciones latinoamericanas de ayuda al desarrollo. En marzo de 1961 Kennedy anunció su propuesta: la “Alianza para el Progreso”. El programa incluía: a) una década de “máximo esfuerzo“ durante la cual los Estados Unidos asignaría 20 mil millones de dólares para fomentar el desarrollo en los países latinoamericanos; b) apoyo para la industrialización de la región; c) modernización del sector agrícola y la puesta en marcha de reformas en esta materia; d) expansión de la infraestructura física; e) promoción del desarrollo social; f) apoyo para el desarrollo científico y tecnológico; g) apoyo a la integración regional; y h) medidas para estabilizar los precios de las principales exportaciones latinoamericanas.

En este marco, el Banco Interamericano de Desarrollo, creado formalmente en 1959, en el contexto de la estrategia de ayuda internacional que tuvo su pináculo en el lanzamiento de la Alianza para el Progreso, tenía un rol bien definido como organización prestataria a los países de América Latina (si bien no era la única agencia a través de la cual se canalizarían fondos hacia la región).

La Alianza para el Progreso representó una iniciativa única en términos de reconciliación entre los intereses de los países latinoamericanos y los de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de los resultados positivos de este esfuerzo, hacia finales de los años sesenta había perdido su momentum original y se había vuelto inefectiva por dos razones. Primero, la alineación entre los intereses de los Estados Unidos y Latinoamérica desapareció. Por el lado latinoamericano, una ola de gobiernos nacionalistas tomó el poder y buscó una estrategia de desarrollo distanciada de los Estados Unidos. Por el lado estadounidense, la política exterior del Presidente Nixon viró hacia una política con perspectiva global sin espacio para intereses específicos. Segundo, el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (conocido como ISI) fue menos exitoso de lo previsto, particularmente en su incapacidad de reducir la necesidad de financiamiento externo. En efecto, el financiamiento externo había crecido pari passu con las etapas iniciales de la industrialización.

Reflexión

Dos aspectos de esta historia merecen una reflexión en relación con el futuro del BID. Primero y principal, el banco necesita redefinir su rol en el contexto actual del desarrollo latinoamericano que es diferente al contexto que le dio origen. Sería una muy buena idea aprender de la historia y volver a acercar a un grupo de especialistas en desarrollo económico para que contribuyan a este propósito. Segundo, y siguiendo en línea con lo que muestra la historia, ese nuevo rol debe consensuar los intereses de los países miembros (tanto prestatarios como no prestatarios), quienes son los principales del banco. Solo así el banco podrá rencausarse como un agente efectivo del desarrollo latinoamericano.

Finalmente, todo cambio necesita de reformas importantes. Estas reformas no solo tendrán que restructurar funciones y agentes, también tendrán que proveer a los agentes con los incentivos adecuados para que la reforma funcione eficientemente.

Referencia:

Enrique Iglesias (1992), Reflection on Economic Development: Toward a New Latin American Consensus, Inter-American Development Bank.

 

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