¿Es Chile un país cursi?

Desde hace un tiempo, y cada vez que leo sobre el “Chile Day” en Londres, me hago esta pregunta: ¿Es Chile un país cursi? También se las hago a mis amigos. Su respuesta es sonora, consistente y masiva. “¡No!”, me dicen de inmediato. “¡Por ningún motivo! ¡Qué pregunta tan rara! ¡No insultes!”, apostrofan con una seguridad abismante. Una amiga muy inteligente fue más allá y me dijo que se notaba que yo no vivía en Chile, que me había ido para nunca volver y que esa ausencia me había transformado en un resentido que le buscaba las cinco patas al gato. “No seas pesado”, remató mientras se alisaba el pelo rubio y frondoso. Luego empinó su café Starbucks con doble leche de soya almendrada. Balbuceé unas palabras, en un intento por explicar el porqué de mi pregunta, pero ella me interrumpió duramente. “Mira -dijo con impaciencia-, por algo nos llaman ‘los ingleses de Sudamérica’. Porque somos austeros y flemáticos, tranquilos y más bien tímidos, controlados y respetuosos de las reglas y de las leyes. No somos tropicales o gritones, ni nos vestimos con colores chabacanos. Tampoco somos rumberos o prepotentes como los argentinos. Somos sobrios, casi elegantes; somos buenas personas. En breve, eso es lo que somos: los ingleses de Latinoamérica”.  Su respuesta fue tan apabullante que casi me convenció y decidí olvidar el asunto.

Publicidad y cursilería

Pero la pregunta regresó a mí dos días después, durante mi viaje de vuelta a California. La cosa fue así: en el avión tomé la revista Caras, una publicación que siempre me ha parecido fascinante. Sus entrevistas a políticos son exigentes, sus artículos están bien escritos y sus fotos retratan el tejido social de las elites en forma entretenida y certera. En la portada de este número vemos a Jorge González, el gran rockero nacional y un ser genuinamente auténtico, y en sus páginas aparecen entrevistados Francisco Javier Cuadra, Javiera Mena, Francisca Valenzuela y Juanita Parra, entre otros. Vale decir, se trata de un número muy, pero muy chileno.

Pero resulta que la evidencia de la cursilería nacional no está en los artículos, sino que en los avisos. Como en toda revista en papel couché para el segmento ABC1, todos los avisos son sobre productos de lujo y caros, y casi todos tienen fotos de modelos jóvenes y guapas. Pero el problema tampoco es ese. La prueba de nuestro paso a “lo cursi” es que una enorme cantidad de los avisos está en inglés. El primero -a dos páginas- nos dice que con ese “all new” auto es posible “expand your freedom”.  En el segundo aviso nos dice “live it. New arrivals, Fall 2016”. El tercero pareciera ser propaganda para zapatos, aunque las palabras nos explican que no se trata de eso. No, es sobre “shoes and bags”, las que están “on the road” para el “Winter and Fall 2016”. El cuarto aviso me da un respiro, ya que no tiene ninguna palabra, en ningún idioma. En el aviso número cinco la cursilería vuelve con fuerza, como si quisiera vengarse. También a dos páginas nos dice que “life is a long weekend. This Winter if you go out they’ll go out”. El aviso les ofrece a quienes compren el producto en cuestión una “outdoor experience”. Aparecen tres elefantes, tres frases (bastante sosas) en inglés y ni una sola palabra en castellano. Oh my God, it made me think that I was in New York! En la contraportada aparece una conocida marca de vodka, y el publicista nos dice que es un “new flavor”, el que hay que “enjoy sweet, enjoy cherry cola”.

Al llegar a Los Angeles, y contraviniendo todo lo que me enseñaron de niño, metí la revista en mi bolso y me la llevé para la casa. Unos días más tarde se la mostré a un amigo argentino que andaba de paso y le pregunté qué concluía de los avisos. Se trata de un tipo muy serio, un observador cuidadoso, cuyos artículos académicos están repletos de detalles y puntos de vista originales.

Después de mucho rato, cerró el número y me dijo: “Bueno, mi conclusión es que los chilenos son los ingleses de Sudamérica”. Yo no podía creer lo que oía, y le pedí que me explicara. Sonrío, y volvió a tomar la revista. La abrió al azar, me mostró un aviso y dijo: “Ves, casi todos están en inglés, lo que sólo puede significar que los lectores son bilingües. Por tanto, se trata de los ingleses de Latinoamérica”. La respuesta fue de tal lógica que sólo atiné a arrebatarle la revista y volver a guardarla en mi bolso.

Durante un tiempo me olvidé del tema, hasta que hace unos días volví a abrir el cartapacio y ahí estaba la revista, con Jorge González sonriéndome en la portada. Di vuelta las páginas, y mientras lo hacía recordé que en forma crecientemente frecuente la gente en Chile intercala palabra en inglés en su hablar. Casi siempre los términos están mal usados, o mal pronunciados. Además, muchas tiendas ponen avisos en inglés en las vitrinas a pesar de que ningún dependiente lo habla, y los diarios y revistas han empezado a salpicar sus titulares y artículos con términos sajones.

Parecemos un país bilingüe, pero no lo somos, ni de cerca. De hecho, la mayoría de los colegios del barrio alto, y para qué decir los colegios públicos, brillan por su falta de inglés, y un enorme grupo de ejecutivos y políticos chilenos tiene serios problemas para seguir una simple conversación en ese idioma. Tanto es así, que muchos miembros del gabinete ni hablan ni entienden inglés; no pueden comunicarse en forma fluida con sus contrapartes de la ASEAN u otros países de fuera de la región.

En cada cursilería hay una oportunidad

Hace cerca de 10 años, el entonces ministro de Educación Sergio Bitar planteó que dentro de una década Chile debía transformarse en un país bilingüe. La gente se rió del secretario de Estado, y los genios encargados de los currículos en el ministerio no hicieron absolutamente nada al respecto.

Pero resulta que en el siglo XXI, tener dominio de la lengua franca de la tecnología es esencial para aumentar la productividad. Las nuevas prácticas, las ideas de punta y los procesos más eficientes se difunden a través del internet en pequeños artículos o videos en inglés, y quien no domina esa lengua pierde un tiempo precioso en la carrera productiva. No cabe duda que la falta de inglés entre los obreros calificados y los mandos medios de las empresas nacionales es una de las explicaciones de los escuálidos aumentos de productividad en nuestro país durante los últimos años (es sorprendente que ni la Comisión Ramos ni la de la CPC hayan considerado este tema en forma seria). Quienes han estado en Israel o Finlandia habrán notado que prácticamente todos los dependientes de tiendas, choferes de buses, policías y transeúntes son bilingües.

Quizás debiéramos pensar en lo que planteó Sergio Bitar hace ya tanto tiempo y transformar nuestras pretensiones de bilingüismo en una realidad. Pasar de la cursilería a la productividad. Let’s try it. It will definitely pay off!

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