La pésima idea de aumentar los salarios mínimos en general (y en América Latina en particular)

Recientemente se ha abierto un intenso debate sobre la subida del salario mínimo en varios países de Latinoamérica (y en Estados Unidos) como respuesta a sus elevados niveles de desigualdad en renta. Sin embargo, a riesgo de pecar de neoliberal (“mea culpa, mea maxima culpa”) en esta entrada voy a argumentar en contra del salario mínimo y, más aún, en contra de subirlo.

Aunque me gusta pontificar ideológicamente en contra del salario mínimo, no caeré hoy en la tentación. En cambio, voy a presentar brevemente lo que los datos internacionales muestran; juzgue el lector cómo interpretarlos. Para ello dediqué un poco de tiempo a explorar la información disponible en la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Esto es lo que indican los datos:

  1. Si definimos la generosidad de los salarios mínimos como la ratio del salario mínimo respecto del salario promedio, se observa que los salarios mínimos no son más generosos en la OECD que en América Latina. La elección del año 2010 es inocua.

Gráfico 1

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  1. La correlación entre la generosidad de los salarios mínimos y los índices de Gini es prácticamente nula, independientemente de si medimos los salarios mínimos en US$ PPP o si empleamos la misma medida de generosidad que en el Gráfico 1.

Gráfico 2

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Si los salarios mínimos estuvieran fuertemente asociados a menores niveles de desigualdad, podría pensar que los potenciales beneficios de conseguir una distribución del ingreso más igualitaria compensan las distorsiones que pudieran generarse en los mercados laborales. El Gráfico 2 refuta esta posibilidad.

  1. En países de América Latina, salarios mínimos más generosos están asociados a tasas de informalidad más altas.

Gráfico 3

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El sector informal no está regulado, por lo que el salario mínimo no aplica. Además, sus trabajadores tienen menores (y peores) servicios de protección social contra enfermedades, invalidez o vejez. Si ante una subida en los salarios mínimos se produjera un flujo de trabajadores significativo hacia el sector informal, estaríamos perjudicando a los trabajadores que pretendemos beneficiar.

  1. Existen instrumentos de redistribución fiscal que, a pesar de ser también distorsionantes, se encuentran claramente asociados a menores niveles de desigualdad.

Gráfico 4

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En el Gráfico 4 muestro dos indicadores de los sistemas de impuestos y transferencias para varios años y varios países de la OECD; desafortunadamente no encontré la misma información para Latinoamérica. El panel (a) muestra el gasto público en salud, pensiones, ayudas a la vivienda y seguro de desempleo como porcentaje del PIB de dichas economías. Parece existir una clara asociación negativa, y significativa, entre gasto social y desigualdad, indicando que es una forma efectiva de reducir la desigualdad en el ingreso. El panel (b) muestra la asociación entre desigualdad y progresividad del sistema de impuestos y transferencias – la medida de progresividad es la diferencia entre la tasa marginal máxima y la mínima del sistema fiscal de cada país. También está asociada a menores niveles de desigualdad.

  1. Latinoamérica puede hacer mucho para converger a los niveles de gasto social y de progresividad Europeos. El Gráfico 5 compara el esquema de impuestos y transferencias en Islandia, un país con muy baja desigualdad y mucha progresividad, con Chile y México; dos de los países más desarrollados de Latinoamérica y también de los más desiguales.

Gráfico 5

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Aparte de que el gasto social en Chile y México es bajo comparado con los países Europeos (o Estados Unidos), los niveles de progresividad de sus sistemas fiscales son bastante bajos también.

En resumidas cuentas, queda mucho por hacer en materia de igualdad en renta en Latinoamérica como para gastar saliva y capital político en subir el salario mínimo, sobretodo cuando los datos indican que no está asociado a menores niveles de desigualdad.