Entrevista a Daniel Heymann, por Juan Carlos de Pablo

Carlos Daniel (pero para todos, Daniel) Heymann nació en Buenos Aires, el 30 de diciembre de 1949. Es licenciado en economía, y también en física, por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y doctor en economía por la Universidad de California, Los Angeles (UCLA).

Es profesor en la UBA, Nacional de La Plata y de San Andrés. Fue profesor en las Universidad Nacional del Sur y en la Torcuato Di Tella, dictando también cursos en la Universidad Autónoma de México, en la UCLA y en la de Lund.

Entre mediados de las décadas de 1970 y de 2010 se desempeñó en la oficina que la Comisión Económica de América Latina (CEPAL) tiene en Buenos Aires.

Desde octubre de 2001 es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas (ANCE).

Es autor o editor de 8 libros y varias decenas de monografías publicadas tanto en el país como en el extranjero.

Su curriculum completo se puede consultar en www.iiep-baires.econ.uba.ar

El primer test de la importancia de la obra escrita y oral de una persona, es la atención que le prestan sus colegas. En mi caso, Daniel aprueba este test con holgura. Leo cuanto llega a mis manos, escrito por él, y lo escucho cada vez que tengo oportunidad. Y como se ocupa de cuestiones relevantes, no me cuesta tener que prestarle atención desde el punto de vista del contenido, aunque supongo que también le prestaría (alguna) atención, aunque a priori el tema no me interesara. Su experiencia profesional le hace ver “problemas de coordinación” por todos lados, como a mi me lleva a ver “situaciones error tipo I-error tipo II” por todos lados; pero no se agota en ello.

Por congruencia con el resto de las entrevistas que integran esta serie, en el primer párrafo aclaré que Heymann nació en la ciudad de Buenos Aires. Cualquiera que lo conozca identificará en él a un porteño (al escucharlo mientras desgrababa, me acordaba de Martín Adolfo Prudencio Canitrot, otro recontraporteño). Por lo cual, sin hacerle perder la frescura al texto que sigue, lo tuve que editar un poco.

La conversación comenzó personalmente en Buenos Aires, el 28 de enero de 2015, y continuó a través del correo electrónico.

¿Cuál es tu nombre, finalmente: Carlos, Daniel? 

Oficialmente soy Carlos Daniel, pero nunca fui otra cosa que Daniel Heymann. Mis viejos querían ponerme Carlos y Daniel, y Daniel Carlos no sonaba bien. Siempre me llamaron Daniel.

¿A qué se dedicaban tus padres? 

Mi papá llegó a Argentina cuando tenía 20 años, rajado.

¿Procedente de? 

El nació en Alemania, su familia era alemana, pero en 1933 lo habían mandado a Italia a cursar la escuela secundaria. De ahí tuvo que irse en 1939. Consiguió una visa para Bolivia, estuvo unos meses, y de ahí pasó a Argentina.

¿Cómo se ganaba la vida? 

Comerciante, muy dependiente de la fase cíclica. Mi mamá era profesora de francés. Su padre había llegado a Argentina en 1910, procedente de Alsacia. El también era comerciante, puso una joyería, le fue bien y mal.

¿Dónde vivían? 

Mis padres se mudaron 7 u 8 veces, por razones económicas, porque como te dije los ingresos familiares fluctuaban mucho. Una de las razones por las cuales estudié economía es porque quería entender el ciclo económico que había en mi casa [risas], donde a veces había guita y a veces no; nunca superabundancia o privaciones, pero con fuertes altibajos.

El primer domicilio que recuerdo fue en Bustamante y Peña, que ahora suena bastante bacán pero que en aquella época todavía quedaba en la memoria la vieja cancha de Ríver Plate, y la Penitenciaría. Era un barrio en formación. Siempre vivimos por esa zona.

¿Tenés hermanos?

Una hermana, 3 años menor, nada que ver con la economía. 

Pasemos a tu educación universitaria en Argentina. En la Universidad de Buenos Aires estudiaste simultáneamente la licenciatura en física y en economía. Algo inusual entre nosotros (más frecuentes son los abogados y economistas, los contadores y economistas, etc.), aunque no tanto en el exterior, porque colegas de la talla de Richard Ferdinand Kahn, Tjalling Charles Koopmans, Jan Tinbergen y Arnold Zellner, también estudiaron física además de economía. ¿Cómo se te ocurrió? 

En parte curiosidad intelectual y en parte pequeña “negociación familiar”, porque mi viejo me decía: “de físico, ¿qué vas a hacer?, hacé alguna otra cosa”, y como yo no quería hacer nada demasiado práctico, economía me atraía. Después me entusiasmó mucho.

Pero tiene que haber sido un esfuerzo fenomenal. 

Fue un esfuerzo, sí. La imagen que yo tenía era que “laburaba” de estudiar física, y hacía la carrera de economía con gente que laburaba. Yo consideraba que en Exactas cumplía “horario de oficina”, y después iba a Económicas a cursar, lo cual no era ni más ni menos difícil que para la gente que tenía un trabajo y a la noche iba a la facultad. Era una cuestión de disciplina.

En tu desarrollo profesional te volcaste mucho más a economía. De repente ignoro y tenés escritos en física que te posicionan como fuerte candidato al Nobel en física.

No. Escribí alguna cosita, poco tiempo después de recibirme, pero nada más. Fue difícil la decisión de a qué dedicarme, pero encontré oportunidades para volcarme a economía, mientras que para física era una época muy complicada, porque la gente con la cual yo trabajaba había migrado. Lo sentí, pero la economía, cuanto más la estudiaba más me atraía.

¿Qué profesores te impactaron en la UBA? 

Ingresé a la facultad después de la intervención de 1966, un tiempo difícil pero tuve profesores brillantes, de pensamiento y metodología muy diversos. Tomé 2 cursos introductorios fantásticos, a cargo de Ernesto Castagnino y Carlos Basco. Eran jóvenes, y le metían mucha fuerza. Se encargaban de economía I y II. Recuerdo especialmente economía II, yo no sabía lo que era la “macro” pero en ese curso me di cuenta que era lo que me interesaba. Usábamos como libro de texto Ackley [Macroeconomic theory, Macmillan, 1961], un libro intermedio, denso. Así que eran introducciones fantásticas.

Tengo también buenos recuerdos de Guido Di Tella, Javier Villanueva y Rolf Mantel, quienes dictaban cursos espectaculares.

¿Qué materias? 

Guido dictaba crecimiento [growth], Javier desarrollo [development] y Rolf teoría de la política económica, que la primera mitad eran micro del bienestar (a la [Francis] Bator)  y la segunda política macro basada en [Jan] Tinbergen. A Mantel había que seguirlo, porque escribía chiquito en el pizarrón…

Rolf es un caso notable, porque sólo le entendían los alumnos que se sentaban en las 2 primeras filas. Pero en la Universidad de San Andrés su fallecimiento produjo un shock en el alumnado, se publicaron ediciones especiales de las revistas de los estudiantes, etc. 

Como digo, tenías que seguirlo pero te marcaba.

¿Dijiste Di Tella crecimiento y Villanueva desarrollo? Pregunto porque no lo veo a Guido enamorado de la teoría del crecimiento económico, al menos como se la conoce ahora.

Tenés razón, lo recuerdo más hablando de desarrollo que explicando modelos de crecimiento. [Francisco] Valsecchi también era muy interesante, dictaba “teoría de la producción, distribución y consumo”. Nos hacía leer a [Alfred] Marshall, que podríamos decir que pertenecía a otra generación, pero te aportaba cultura fuerte. A mí me sirvió más adelante.

Oscar Braun dictaba un curso de historia del pensamiento económico es-pec-ta-cu-lar. Muy sui generis. Explicaba [Piero] Sraffa [Producción de mercaderías por medio de mercaderías] en la primera mitad del curso, y en la segunda mitad te hablaba de lo que había habido antes y después, en base a Sraffa. Además en esa época todos estábamos con Braun y Joy [«A model of economic stagnation – a case study of the argentine economy», Economic journal, 78, 312, diciembre de 1968].

Olivera no fue profesor mío, pero obviamente que era la figura en la UBA.

Completás tus estudios en la UCLA. ¿Por qué? 

Yo no sentía tanta necesidad de irme a estudiar afuera. Al menos no sentía la presión que sienten hoy los pibes, para completar su formación en el exterior.

Además, estaba trabajando en la CEPAL. Un año después de haberme recibido tuve la suerte de conseguir trabajo en la oficina que la CEPAL tiene en Buenos Aires, lo cual era como tocar el cielo con las manos. Particularmente por la gente que había ahí.

Alberto Fracchia, por ejemplo.

El gran maestro, pero también estaban [Alfredo Eric] Calcagno, [Ricardo] Cibotti, circulaba [Oscar] Varsavsky, y el joven [Juan Vital] Sourrouille y Roberto Frenkel estaban dando vueltas. Se aprendía mucho.

Hablame de Fracchia. 

Fue una persona muy especial. Tenía la economía argentina en la punta de los dedos. Había llegado a entenderla construyendo y analizando información estadística. El método fracchiano de “leer datos” era espectacular. Órdenes de magnitud y relaciones entre variables, siempre a la vista, y si después de haber chequeado que no había error en la info saltaba algo atípico, materia para reflexión. Y, por supuesto, respeto absoluto por los hechos. Te hacía laburar como un perro, pero laburaba más que nadie. Un ejercicio  curioso era charlar con Fracchia de teoría. Me ocurría especialmente cuando venía en los recesos de UCLA y me tocaba pasar el examen: ¿qué aprendió? No te aceptaba ninguna vuelta, había que contársela derecho al grano, y después venían las preguntas de qué pasa si esto o lo otro, y cómo servía todo para el análisis concreto. A menudo cuando escribo algo me encuentro preguntando qué diría Fracchia de esto.

Volvamos a tus estudios en el exterior.

Tuve una pequeña chance de ir a estudiar física, pero no me entusiasmó. Además me estaba casando. En aquel entonces ocurrieron 2 cosas; una, empecé a sentir que necesitaba bastante más formación; y la otra, que me estaba quedando sin trabajo en la CEPAL, porque le habían cortado el financiamiento.

¿Por qué UCLA?

En aquella época no era como ahora, que los estudiantes están totalmente mentalizados sobre los pelos y señales de cómo se hace para aplicar para cursar un doctorado. Yo realmente no sabía nada. Un día Carlos [Federico] Díaz Alejandro pasó por la CEPAL, y me decían: “preguntale por la universidad Yale”. Pero nunca me lo tomé demasiado en serio.

Estábamos en un momento de alta inflación en Argentina, y me crucé con un artículo de Joseph Ramos sobre Chile, que se había publicado en Desarrollo económico, asociado con un curso que se había dictado en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), uno de los lugares donde un tiempo oscuro se seguía reflexionando. Ahí se hacía referencia a 2 economistas: [Robert Wayne] Clower [«The keynesian counterrevolution: a theoretical appraisal», en: Hahn, F. H. y Breching, F.: Theory of interest rates, Macmillan, 1965] y Axel [Stig Bengt] Leijonhufvud. Alguien me recomendó el libro escrito por este último [On keynesian economics and the economics of Keynes, Oxford university press, 1968] y al leerlo dije: “ésta es la macro que me interesa”.

Entonces pregunté: ¿dónde enseñan estos tipos? En Los Angeles. Mandé una aplicación a la UCLA, así de simple. Obviamente que también rendí el famoso examen del GRE. Un día me llegó un telegrama que decía: “véngase”.

¿Y la plata?

La invitación incluía la beca. Pero todo de inconsciente, de casualidad. Digo, me aceptó la única universidad a la que apliqué.

Allí comenzaste, con Leijonhufvud, una vinculación profesional y personal, que llega hasta nuestros días. El de Axel es un caso muy interesante, porque el libro que acabás de mencionar mereció comentarios bibliográficos laudatorios, por parte de Joan Violet Robinson y de Milton Friedman, lo cual debe ser un caso único en el mundo.

Es un tipo bastante notable, no me resulta fácil ser objetivo porque en mi vida profesional reconozco 2 maestros, él y Fracchia. Es una persona muy reflexiva, es probable que haya escrito menos de lo que podría haber escrito, porque continuamente se hace preguntas, duda, y razona 3 veces cada cosa. Y además lo hace sin matemática, lo cual es muy interesante. Esto también para mí fue un aprendizaje, porque dada mi formación para mí la matemática es de gran ayuda. Axel es capaz de razonar con rigor, sin utilizar matemáticas.

La otra característica que tiene es que el suyo es un razonamiento “matizado”, lo cual es muy importante en economía. Hay que hacer afirmaciones pero también plantear el contorno correspondiente. Explicitar las condiciones en las cuales se piensa que la afirmación es válida, las excepciones que pueden existir, los prerrequisitos, las implicancias en las cuales uno cree más, y aquellas en las que cree menos, etc. Axel es muy consciente de todo esto.

Para los argentinos que vivimos todo lo que ocurrió desde mediados-fines de la década de 1970, con el salto de la tasa de inflación, el Rodrigazo, lo que vino después, etc., el segundo libro de Leijonhufvud, Information and coordination (Oxford University Press, 1981), se ocupa de temas que a nosotros nos vienen a la cabeza de manera casi automática.

Yo me saco el sombrero delante de economistas del Primer Mundo, que se tienen que imaginar cuestiones que nosotros, si estamos atentos, “las vemos caminar por la calle”.

Por eso creo que le interesó el tipo de historia que yo le podía proporcionar, como los grandes ciclos argentinos o cómo opera una economía en alta inflación. Entonces él estaba empezando a escribir sobre inflación. Las anécdotas que le conté, las experiencias exóticas en algún sentido junto a la manera de ver la realidad, iba muy en la línea de lo que estaba pensando.

¿Qué otros profesores te impactaron, en la UCLA?

UCLA era “otro mundo”. Era un circo.

Supongo que no como el que rodeaba a John Maynard Keynes, integrado por Richard Ferdinand Kahn, James Edward Meade, Joan Violet y Edward Austin Gossag  Robinson y Piero Sraffa.

Te cuento. Leijonhufvud y Clower tenían un seminario informal, donde al terminar las reuniones se seguía discutiendo mientras se comía comida china. Clower, dentro del circo, era una suerte de “inspirado”. Se hablaba de todo, por ejemplo, del sistema monetario dentro de cincuenta años. Con moneda exclusivamente electrónica. Nos inducía a pensar en esos temas y en esos términos.

En UCLA convivían personas que tenían cosmovisiones muy distintas. Axel no tiene la misma concepción de la economía que [Harold] Demsetz, quien también estaba ahí. Como también estaba [Armen Albert] Alchian. Para estos últimos “el mercado lo arregla”, mientras que para Axel era “el mercado falla”.

¿Vos como alumno, tenías la “camiseta” de algunos y no te hablabas con los alumnos que se habían puesto la otra camiseta?

No tanto, no, aunque la camiseta de aquella CEPAL no me la quité para nada. Por eso digo que el mix funcionaba allá de una manera muy curiosa. Había respeto mutuo entre ellos, sabiendo que las diferencias no eran menores. En macro, por ejemplo. Vos veías 3 o 4 macros distintas, y había que rebuscárselas. Había una macro “friedmaniana”, estilo duro, a cargo de Michael Darby, Había otro profesor, Earl Thompson, que hacía su macro propia, bien sui generis; estaba Axel y además lo que venía de afuera a la [James] Tobin o [Robert Emerson] Lucas y compañía. Pero en general no se perdía la perspectiva de que la discusión no era metodológica o ideológica per se sino que se trataba de entender fenómenos reales.

Otra persona que me impactó fue Jack Hirschleifer. Dictaba un curso dentro de la secuencia micro, pero esencialmente se concentraba en teoría del capital, en un momento donde todo el mundo hablaba de la “controversia del capital”, planteada entre Cambridge-Massachusetts y Cambridge-Inglaterra. El tenía una onda muy fisheriana [por Irving Fisher], pero explicó la controversia de manera muy simple y entonces uno se preguntaba: “ah, ¿era esto?”. Le estoy grandemente agradecido por cómo develó el misterio.

El aprendizaje era genérico y bastante menos técnico de lo que es ahora. Aquello era más aprendizaje que entrenamiento. Hoy, por el contrario, el entrenamiento es crucial. Hay que hacer los ejercicios, los deberes, y después hablamos un poquito de lo que podés pensar por vos mismo. Allá te lanzaban al mundo circundante, y te preguntaban qué pensabas.

Yo llegué a UCLA desde la CEPAL, de manera que mantuve discusiones con Alchian. “No hay desempleo involuntario”. “¿Cómo que no hay desempleo involuntario?” “Si alguien no está dispuesto a cortar el paso de mi jardín, por $ 0,50 la hora, si no trabaja es porque no quiere”. “No me va a decir que si hubiera montones de gente haciendo cola para aceptar trabajitos así no habría de todos modos un problema económico grave”. Y así.

A propósito: se conocen las ideas generales de la CEPAL, pero vos trabajaste en la oficina de Buenos Aires de la CEPAL. ¿Qué pasaba allí?

Cuando yo estudié en Buenos Aires, más allá de los cursos formales, lo que “estaba en el aire” era el estructuralismo, el modelo de marchas y contramarchas, etc. Miro para atrás y admiro mucho a la generación que lo desarrolló. Básicamente, porque fueron capaces de hacer economía general en la Argentina y desde la Argentina. Es decir, analizar los problemas argentinos desde una lógica general. Siempre mantuve un diálogo con esa literatura, que también me generó preguntas e inquietudes. Parte de lo que traté de hacer en mi tesis fue especificar y elaborar nociones del stop-go para atender esas preguntas.

Sobre esto quiero subrayar un punto. Para esa gente la realidad no era un “adorno”. Lo que yo rescato de colegas como Francisco García Olano, Adolfo Canitrot, Alieto Guadagni, Carlos Díaz Alejandro, Guido Di Tella, es que ubicaban a la realidad en el centro de sus preocupaciones.

A mí esto me quedó como una orientación en el trabajo de análisis. Me refiero al hecho de que, dentro de ciertas lógicas que pueden ser más o menos generales, hay pautas de funcionamiento que dependen de la estructura económica. El viejo tema de la devaluación contractiva, los efectos distributivos de los términos del intercambio, dependen del tipo de economía que se esté analizando. A partir de allí hay que buscar el instrumento más útil para analizar.

Esto se vivía mucho en la CEPAL. Pensar el desarrollo y la macro, a partir de las características específicas de la economía de cada país, sabiendo que no hay que hacer una “economía” para cada economía.

Antes de pasar a la porción más académica de tu carrera, quiero que relates tu participación en el plan Austral, lanzado a mediados de junio de 1985, en particular la denominada tabla de desagio o escala de conversión. Contá la “cocina” del evento: ¿te llamaron, vos te acercaste?

Fue una especie de concurrencia. Está, por un lado, la preocupación “abstracta” de la CEPAL. En aquel momento Enrique Iglesias era el secretario ejecutivo de la institución, y pasaba mucho por Buenos Aires, era amigo de Fracchia, etc. En algún momento de 1984 me dijo: “pensate algo sobre inflación”, generando el primero de los 3 ensayos [«Tres ensayos sobre inflación y políticas de estabilización», CEPAL, documento de trabajo, 18, febrero de 1986].

En medio de esta actividad el equipo económico me llamó para “charlar”. Charlamos tipo seminario, el contexto en el cual yo me sentía más cómodo. ¿Shock-gradualismo; política de ingresos-políticas monetaria y fiscal? En algún momento surgió el tema de que si se implementa una desinflación rápida, va a quedar una historia con los contratos firmados con anterioridad, las tasas de interés reales, etc. Recordé que con Axel habíamos hablado de este temita, se los comenté, como idea en el aire”. Y se dio que les pareció interesante.

En el contexto del plan Austral, fue una idea muy importante. Más allá de que tu mamá fue citada muchas veces en aquella época, porque en un plazo fijo la fecha de vencimiento está claramente especificada, pero en muchas facturas no; lo cual dio lugar a “picardías”.

La lógica de la tabla de desagio es, frente a un hecho inesperado, mantener el resultado real que pensaron las partes que firmaron el contrato, en el momento en que lo firmaron. Lo que pasa es que hizo explícito lo que en la inflación era implícito, la ventaja de demorar pagos fijados en términos nominales.

Cuando le pregunté a Leijonhufvud a quién se le había ocurrido la idea, me dijo que a vos.

El tratamiento de los contratos en una desinflación abrupta era algo sobre lo cual Axel había estado pensando, y estaba en discusión en el seminario informal que te comentaba.  Lo que él llamaba el blueback, por oposición al greenback. Desinflás en bluebacks, y corregís los pagos originalmente definidos en greenbacks a través de una tabla que conecta –a lo largo del tiempo- los valores de las dos monedas. Lo habíamos hablado como una posibilidad teórica; después hubo que adaptarlo y llevarlo a la práctica.

Hablemos del Heymann profesor. Tus presentaciones en congresos, en la Academia Nacional de Ciencias Económicas, son jugosísimas pero algo desordenadas. ¿Cómo sos, como profesor?

Tocado sobre el orden. En clase, como supongo que a vos también te ocurre, me permito más libertades que antes. Uno puede pensar en una clase precisa, específica, armada, con un principio, un medio y un final, conclusión, tome nota, etc. Está perfectamente bien. La alternativa pasa por tomar un tema con una cierta lógica, e ir hasta donde el tema te lleve. Prefiero esta última alternativa, debo decir que porque resulta más divertida.

Todavía, en general, me divierto dictando clases, pero sobre todo porque la exposición se va armando un poco sobre la marcha, a menudo como reacción a preguntas o comentarios.  La interacción tiene gracia, genera nuevas ideas o preguntas, y transmite que el análisis es un producto que se va elaborando, aunque entiendo perfectamente que algunos prefieran una presentación firmemente estructurada. Cuestión de encontrar el balance.

En economía, implícita o explícitamente, uno habla simultáneamente en 2 registros distintos. Axel tiene una frase que siempre me gustó, que es la siguiente: “hay una cosa que es lo que vos decís, y otra cosa es aquello de lo que hablás”. A menudo uno se refiere a un modelo explícito, pero luego tiene que hacerse cargo de lo que habla: el contexto al que se refiere el modelo, las condiciones bajo las cuales lo que estás diciendo es válido, los límites que uno le pone al esquema, etc. Esto es más cualitativo, más discutido, más charlado, pero muy importante.

En la formación del estudiante, una buena universidad combina ambos tipos de profesores. Y uno, como alumno, tiene que sacarle el jugo a cada uno de ellos o, como decía mi abuela materna, “a los locos hay que correrlos para el lado que disparan”. 

Dicté algunas clases en la UCLA. Me acuerdo de un estudiante chino, de China continental, de los primeros que salían a estudiar al exterior. A la segunda clase vino a mi oficina, pidiéndole que le adelantara el tema y la bibliografía de las próximas 5 clases [risas]. Respondí en general. Luego de la tercera clase me reclamó que no había hablado de lo que le había dicho. A raíz de lo cual, en cada clase tenía que recordar lo que le había dicho al señor. Hay gente que, como alumno, necesita el material mucho más estructurado.

Porque resulta más cómodo. Antes mencionaste a Valsecchi. Presentaciones muy prolijas, como las de Alfredo Juan Canavese. 

El ejemplo actual es Enrique Kawamura. Sus pizarrones son increíbles. Me pasa con Enrique como con Alfredo en las cosas que hemos escrito en conjunto, cuando lo veo exponiendo el trabajo, veo la monografía de una manera que no la había visto antes. Prolijo, específico, claro, preciso.

Muchas veces lo que ocurre con profesores desordenados, es que uno con el tiempo los valora. A mí me ocurrió con Albert Otto Hirschman.  

Creo en la importancia de mezclar cosas más o menos formalizadas con discusiones más informales. Un alumno un día me pidió si podía escribir en el pizarrón de izquierda a derecha. Eso ya revela que uno se pasó de rosca en la informalidad. Ultimamente me cuido más.

La interacción con los físicos es un tema interesante. Habrás escuchado que, desde el punto de vista metodológico, al análisis económico convencional se lo critica por haberse inspirado en la física, y no en la biología o en la meteorología. Resultando un análisis económico mecanicista. 

Tal vez no se tenga una visión exacta de la física. La física no es una disciplina deductiva, no es [Kenneth Joseph] Arrow- [Gerard] Debreu. Arrow-Debreu es una estructura formal.

Es bourbaquismo.

Exacto. En cambio, para un físico la matemática es un instrumento, útil para hablar de ciertos fenómenos. Esa lógica, a su modo, le compete a cualquier disciplina que se ocupa de hechos del mundo.

La física tampoco es sólo la mecánica, la mecánica clásica. Una de las cosas que más me ha divertido en los últimos años, es la interacción con los físicos. Mucho brainstorming (tirar muchas ideas sobre la mesa).

Hoy en día, cuando se habla de sistemas complejos, se habla de aproximaciones que tienen que ver con la física, transiciones de fase abruptas, fenómenos de contagio, locales a globales. Pero también alude a cuestiones biológicas, es muy difícil hacer una distinción tajante. Cada disciplina tiene su especificidad, pero eso no quiere decir que no existan oportunidades importantes para interacciones útiles.

En física hay cosas que disparan preguntas, porque plantean cuestiones muy críticas cuando uno piensa en economía. Hace unos cuantos años Philip Warren Anderson, quien en 1977 mereció el premio Nobel en física, escribió una monografía titulada “Más es diferente”. En el fondo lo que dice es que un electroncito es un electroncito, pero muchas particulitas forman una mesa. Y si a un montón de partículas las organizás de determinadas maneras y las ponés en una cabeza lo que obtenés es un cerebro. Y cuando interactúa una cantidad de agentes dotados de ese dispositivo tenés una sociedad. Muchas de estas cosas, puestas a trabajar, son una sociedad.

Una de las preguntas que se plantea es cómo hace un sistema donde interactúan un montón de elementos, llamalos personas, partículas, animales, etc., para generar un resultado colectivo. Es un problema social, digamos, que a su modo también se plantea en el mundo natural. La cuestión del comportamiento colectivo en el fondo es la cuestión de la macroeconomía. Estamos delante de un campo incipiente, donde hay mucho para pensar.

En la conferencia que pronunciaste, cuando te incorporaste a la ANCE, hiciste un punto muy importante. El responsable de una política económica tiene que estar muy atento al primer momento en el cual un plan económico deja de ser viable. Criticar en el momento en que estalla la crisis es fácil, la cuestión es cuándo se comete el primer pecado.

En general el primer pecado lo cometés cuando creés que no tenés problema a la vista. Las crisis, en general, ocurren porque quienes tienen a su cargo las decisiones creían que el mundo era  mejor de lo que en realidad era. Y a menudo eso se da porque siguen la “buena teoría” vigente en ese momento. Las crisis tienen esa cosa paradójica, donde la teoría económica relevante implica tratar de representar situaciones donde la teoría vigente falla. Lo cual tiene que ver con procesos de aprendizaje en curso. Por eso, crisis con expectativas racionales no va, no pueden ser.

En algún sentido, cuando se piensa en términos de sostenibilidad macroeconómica, se está pensando en la validez de las expectativas de la gente que opera en los mercados. El analista trata de evaluar dichas expectativas, es decir, evaluar el modelo que tiene en la cabeza el decisor.

A mí me preocupa la frecuencia con la cual economistas bien entrenados, cuando llegan a la función pública ignoran lo que explicamos en los cursos introductorios de economía. La política puede complicar la cosa, pero no siempre hay que partir de la base de que desde el punto de vista técnico el esquema era correcto. Consiguientemente, tenemos que ser exigentes con los responsables de una política económica, para al menos no volver a repetir errores.

La primera pregunta siempre debe ser: ¿qué ocurre si estoy equivocado? En el famoso capítulo 12 de La teoría general, que es una maravilla, John Maynard Keynes destaca que tenemos que tomar decisiones referidas a plazos sobre los cuales nuestro conocimiento de lo que puede llegar a pasar es difuso, incierto, problemático.

Tanto a nivel individual, como en el la política económica, la cuestión es qué “válvulas de seguridad” existen.

Has trabajado mucho los denominados “problemas de coordinación”. No siendo un experto en el tema, de afuera se me aparece como la teoría de los juegos: una fenomenal herramienta para entender el problema, pero con pocas implicancias prácticas.

La cuestión central es cómo hace una gran cantidad de agentes, para operar de manera que el resultado sea colectivamente consistente. Problema que de ninguna manera es trivial, y está vigente y viene de lejos: no es otra cosa que los alcances y limitaciones de la mano invisible. La cuestión está en entender cómo son los comportamientos efectivos de la gente, cuando toma decisiones en contextos de incertidumbre, y cómo y cuándo pueden originarse incompatibilidades que resulten en crisis.

Por ahora esto está planteado simplemente como una demanda. Tuvimos 4 décadas de expectativas racionales, una hipótesis que si no hubiera existido habría que haberla inventado, pero la macro le queda grande a ese esquema.

Pasaste de una exageración, la de las expectativas estacionarias, a la exageración contraria.

Así es. Si alguien nos pide que le proyectemos el PBI del año que viene, y luego nos pregunta que le contemos de dónde sacamos la proyección, uno puede decir “tomé el PBI del año pasado y lo mandé para adelante”. No te van a creer. También uno puede decir “yo tomé lo que pensaba el año pasado, vi cuánto me equivoqué y multipliqué el error por 0,2, y lo mandé para adelante”.

Del otro lado uno puede decir: “yo tengo el modelo estocástico que determina el valor de las variables del sistema y te los canto”, en cuyo caso nos van a preguntar: ¿de dónde sacás esto?

Nuestro problema, como analistas, es tratar de empezar a entender, en concreto, cómo opera el agente económico, y a partir de allí hacer una evaluación. Lo cual no es trivial, requiere estudios concretos, y desde allí comenzar a trabajar. No se trata de despreciar lo que sirve en macro, pero tenemos por delante mucho trabajo.

Luego de la crisis internacional de 2007, algunos colegas recomiendan tirar el análisis económico a la basura, mientras que para otros no hay que tocar nada.

Si tenemos un problema con la crisis, tenemos que pensar cómo son los elementos esenciales de la crisis que te llevan a hacer teoría. En primer lugar, no hay crisis sin falla de expectativas. En otros términos, nadie quiebra con previsión perfecta. En segundo lugar, es cierto que puede haber shocks aleatorios, pero la argumentación no puede ser que esto ocurre sobre la base de un modelo conocido, con un shock exógeno.

Luego de que se desata una crisis, aparecen muchos seminarios técnicos sobre “Lecciones del episodio tal y tal”, todos lo tomamos con toda naturalidad, incluso aquellos colegas que trabajan en base a las expectativas racionales. Pero, ¿de qué lecciones vas a hablar, dentro de las expectativas racionales, en un modelo donde no hay nada para aprender? Por eso hablo de un absurdo lógico.

La macroeconomía convencional, por consiguiente, requiere ciertas revisiones importantes. Algunas porciones van a perdurar. Nadie “cree” literalmente en IS-LM, pero cuando llega el momento de los papeles uno lo utiliza como instrumento.

La cuestión está en comenzar a pensar la forma en la cual nosotros en los hechos aprendemos en un entorno que se modifica en función de las decisiones que nosotros tomamos, en función de esas percepciones. Joe Stiglitz pregunta: “al final el stock de capital está, las habilidades laborales de los seres humanos continúan, físicamente el sistema económico sigue intacto y sin embargo no funciona. ¿Por qué?”.

¿Cómo imagino yo un modelo macroeconómico dentro de, digamos, algunas décadas? No me lo imagino como lo que tenemos ahora, un “modelito papel y lápiz”. Lo imagino mucho más como un modelo de simulación, con agentes en la pantalla. Algo más cerca de un videojuego, con muchos agentes interactuando, cada uno viendo ciertos aspectos del mundo, y razonando a partir de eso, con algún tipo de heurística y aprendizaje, en base a procesos de decisión prácticos, para averiguar cómo eso colectivamente funciona.

A los muchachos y a las chicas que hoy estudian economía, ¿qué les decís?

Bienvenidos, en primer lugar. No me arrepiento de haber estudiado economía, y creo (espero) que les va a pasar lo mismo. Les diría: no se fijen demasiado en “ubicar” al que habla en alguna clasificación según lenguaje analítico o “escuela”, piensen más bien en si lo que están escuchando tiene gollete; y prepárense para una carrera donde algunas cosas que van a aprender las van a utilizar toda la vida, y otras las van a tener que modificar. Mantengan la cabeza abierta.

Está siempre la cuestión del trade off (conflicto) entre exploración y explotación. El caso del tipo que se plantea: “me quedo acá porque estoy más o menos bien, o me muevo para buscar algo mejor”. Es una disyuntiva, si no te movés te vas a quedar en lo conocido, pero si te movés a lo loco nunca vas a quedar en un lugar por bueno que sea. Es importante desarrollar el criterio de mantener lo que funciona (más o menos)  y buscar lo que puede andar mejor, sabiendo que puede haber conflicto entre ellas. Pero cualquiera que hoy inicie la carrera tiene que saber que va a tener que explorar más allá de lo que aprenda en la universidad.

Milton Friedman observó que los alumnos de economía, en el primer año preguntan por la pobreza, la distribución del ingreso, etc., y en el último año por las condiciones de segundo orden, sentenciando: “algo estamos haciendo mal”.

Lo que te decía antes, el profesor que habla de las condiciones de segundo orden tiene que hablar de lo que está detrás de la herramienta. Consideraciones sociales, personales, etc. Una crisis le cambia la vida a la gente.

El ejemplo más claro es la Gran Crisis de la década de 1930.

Así es. Tenemos que tener la capacidad de abstraer, pero también de volver a la cosa vívida. En este momento me estoy acordando del obituario que Keynes escribió en 1924, cuando falleció Alfred Marshall, explicando por qué los principios económicos básicos son relativamente sencillos, pero no es fácil ser un buen economista aplicado [reproducido como apéndice, a continuación]. Tenía razón, el economista tiene que ir y volver al y del pizarrón, a la formulita pero también a imaginarte cómo eso se relaciona con algo que afecta la vida cotidiana de las personas. Esto es lo que hace a la economía ser tan apasionante.

Daniel, muchas gracias.

A vos.

APENDICE

«El estudio de la economía parece no requerir ningunas dotes especializadas de un orden desacostumbradamente superior. ¿No es, intelectualmente considerada, una materia verdaderamente fácil, comparada con las ramas superiores de la filosofía y de la ciencia pura? Sin embargo, los economistas, no ya buenos, sino sólo competentes, son auténticos mirlos blancos. ¿Una materia fácil, en la que pocos destacan? Esta paradoja quizás puede explicarse por el hecho de que el gran economista debe poseer una rara combinación de dotes. Tiene que llegar a mucho en diversas direcciones, y debe combinar facultades naturales que no siempre se encuentran reunidas en un mismo individuo. Debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo (en cierto grado). Debe comprender los símbolos y hablar con palabras corrientes. Debe contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo del pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con vista al futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones debe quedar por completo fuera de su consideración. Debe ser simultáneamente desinteresado y utilitario; tan fuera de la realidad y tan incorruptible como un artista, y sin embargo, en algunas ocasiones, tan cerca de la tierra como el político» (Keynes, 1924).

Keynes, J. M. (1924): «Alfred Marshall», Economic journal, setiembre. Reproducido en Essays in biography, Macmillan, 1933.

 

Esta nota fue publicada originalmente en Revista de Economía y Estadística, Vol LI (Nº 1) 2013 y  se reproduce en Foco Ecoónimo con autorización de los Editores en Jefe.