Máximo Disfrute

Esta nota fue publicada originalmente el día 05-04-2015 en el periódico Perfil.
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Gracias a la calesita y a los autos chocadores, a la montaña rusa y al tren fantasma, y también a aquel Matterhorn volátil y a la postre mortal (popularmente conocido como “samba”), que precipitó su ocaso indeclinable y final, el Italpark fue, hasta comienzos de los 90, una gran escuela de formación política y su mascota se llamaba Máximo Disfrute. Los chicos de La Cámpora conocen bien a otro Máximo, convertido en un cuadro ejemplar, líder indiscutido y súbito candidato a casi todo para continuar la saga familiar y, de paso, conseguir los necesarios fueros parlamentarios.

Dijo de él Oscar Parrilli: “Estudia, lee y tiene una inteligencia muy especial”. El chiste chicanero, obvio y despiadado recorrió velozmente los corredores del poder: “Lo sabe sólo él porque es el jefe de los espías”. Es cierto que sorprendió a muchos el 13 de septiembre pasado, en su debut como orador ante el cuidado escenario del estadio de Argentinos. También estuvo muy articulado esta semana en el más que amigable reportaje que le confirió a Víctor Hugo. Prefiere moverse en entornos armoniosos, casi omnióticos. ¿Estará listo para el debate parlamentario, el intercambio de ideas, la sana deliberación democrática? Si Keiko Fujimori se perfila de nuevo como una candidata con efectivas posibilidades, ¿por qué no el dedicado primogénito K? En esta etapa final del gobierno de Cristina pierde nitidez la idea del proyecto unipersonal y se afirma el concepto de pyme familiar. De eso Máximo sabe mucho, gracias a su exitosa experiencia como empresario patagónico.El operativo instalación funcionó como un relojito: de Aníbal a Hebe, del Cuervo a Mariotto, todos contribuyeron a ensalzar la figura del joven estadista autodidacta. Hasta Pablo Moyano, con su redundante referencia a la PlayStation. El cuadro lo completaron Scioli, notablemente cómodo y feliz con su nuevo ethos ultra K (al menos hasta el 9 de agosto, después veremos), y Macri, en particular si Máximo le hace el inestimable favor de hablar mal de él (parece coordinado). Algo de distancia puso Massa, que prefirió focalizar en el impuesto a las ganancias, en la semana de un paro tan contundente como inocuo. La candidatura de Cristina también marcha viento en popa. En la Casa Rosada se entusiasman imaginándola como la jefa de un nutrido y homogéneo bloque de setenta y pico de diputados. Por eso, el objetivo central es ahora vigilar la integración de las listas de candidatos en las provincias. Y castigar a los que se retoben. Que no ocurra lo de Mendoza, donde sin que sople el Zonda el pejotismo local, entero y desafiante, se encamina a una victoria contundente en las PASO del próximo 19 de abril contra su principal adversario: los ya no tan jóvenes para la liberación. Curiosidades de la década ganada: Cristina termina tan simbióticamente dependiente del viejo PJ como cuando en 2003 su marido aceptaba, obediente, las decisiones de Eduardo Duhalde.

Por eso está listo el muleto, la doble candidatura, el fabuloso Parlasur. “En Brasil nadie habla de ese organismo”, aclaró esta semana un conocido intelectual paulista. Tal vez por ahora: si sigue el escándalo del Petrolão, la clase política brasileña estará, en breve, tan o más entusiasmada que sus idealistas colegas locales en los futuros debates que harán vibrar al Mercosur en la apacible y gentil Montevideo. Por lo menos en la Argentina constituye un negocio redondo: la inmunidad comienza desde el instante en que se oficializa la precandidatura (el 20 de junio próximo, cincuenta días antes de las PASO). En caso de resultar electo, el beneficiario se asegura protección por cuatro años. Queda descartada la hipótesis de un eventual desafuero dado que el cuerpo recién estará oficialmente conformado en 2020. Luego, el presidente del Parlasur debe informar de la solicitud de de-safuero al Plenario y derivarla a una comisión especial que, naturalmente, aún no existe. Cristina puede haber fracasado en su extraviado intento de convertirse en “eterna” y en su vocación de “ir por todo”. Pero debemos reconocer que, en el oficialismo, se tomaron bien en serio la necesidad de planificar una rigurosa estrategia de retirada. Lo bien que hacen.

80/20. Mirada en perspectiva, más allá de las calesitas, las montañas rusas y los trenes fantasma de todos los días, en los últimos comicios presidenciales la dinámica electoral argentina se descubre notablemente estable: los tres candidatos más importantes tienden a acaparar alrededor del 80% de los votos, y el resto se fragmenta en una multiplicidad de expresiones, donde siempre se destaca la izquierda más radicalizada, que crece de a milímetros, de forma muy acompasada. Eso se verificó en 2007, cuando entre CFK, Lilita y Lavagna obtuvieron el 85% de los sufragios. Algo parecido pasó en 2011 con Cristina, Binner y Alfonsín, sumando casi 82%. Ahora estamos frente a un escenario preelectoral bastante similar, con Macri, Scioli y Massa predominando desde fines de 2013.

La gran diferencia es que la distancia ideológica entre ellos como líderes es mínima, mientras que en los casos anteriores había matices más significativos. La sociedad argentina está buscando un cambio en las formas y en los contenidos de las políticas, un nuevo estilo de liderazgo caracterizado por la moderación y la propensión al diálogo. Otro rasgo contrastante resulta del hecho de que en las dos últimas elecciones presidenciales el oficialismo ganó con mucha comodidad, mientras que en ésta, al menos hasta ahora, no existe un dominio claro por parte de ninguno de los tres contendientes. Más aun, se han alternado en el último año y pico a la cabeza de los sondeos existentes. Finalmente, otra diferencia significativa es que se trata de una troika con vocación ejecutiva y discurso de gestión. Han desempeñado o tienen cargos parlamentarios, pero ponen énfasis en su capacidad para resolver problemas y en generar tranquilidad en términos de gobernabilidad.

Quienes sueñan con Máximo candidato a presidente, como el presuroso e incauto Juan Cabandié, deberían reflexionar respecto de estas macrotendencias, al margen de los muy mediocres niveles de popularidad e imagen positiva que tiene el jefe ídem de La Cámpora en la opinión pública, incluyendo curiosa y ostensiblemente la provincia de Santa Cruz y hasta su ciudad capital, Río Gallegos. Debería alcanzarle para ser diputado. Pero confirma el apotegma de Legui: nadie es profeta en su tierra.