La Ilusión Keynesiana

keynescolourEn esta entrada brindamos a nuestros lectores la traducción de una nota publicada por David Levine en su blog titulada la La Ilusion Keynesiana así como  la reacción de Brad DeLong a la misma en su blog, aquí y la posterior respuesta de David Levine. Este debate está en el centro de muchas discusiones de política económica en Argentina y nos parece relevante ofrecérselo en español a nuestros lectores.

La Ilusión Keynesiana

  1. Introducción

La filosofía del keynesianismo posee un intenso atractivo. La cura para una economía enferma y en crisis es que el gobierno gaste más dinero, sin razón alguna para preocuparse por cómo lo pagará. Dicho así, la medicina keynesiana no sólo cura nuestros males sino que incluso sabe bien. La austeridad es un terrible error. La Gran Recesión podría haberse evitado si sólo el gobierno hubiese gastado más. Habría sido infinitamente peor de no ser por el estímulo que efectivamente tuvo lugar. Esta idea es repetida por personas cuyas opiniones respeto: el jurista Richard Posner, el bloggero Kevin Drum – y muchos otros. Y todos sabemos que la teoría subyacente es aquella de John Maynard Keynes.

Permítanme brindar la explicación de la teoría keynesiana de Richard Posner, publicada en su artículo de la Nueva República en el que relata cómo se convirtió en un keynesiano.

Los ingresos que se gastan en consumo, en contraste con los ingresos que se ahorran, se convierten en ingresos para el vendedor del bien de consumo. Cuando compro una botella de vino, el costo para mí equivale al ingreso para el vendedor, y lo que él a su vez gasta de ese ingreso será el ingreso de otra persona, y así sucesivamente. Así que la inversión activa que produjo el ingreso con el que me he comprado el vino habrá tenido una reacción en cadena, lo que Keynes llama un efecto ‘multiplicador’. Para Keynes, en otras palabras, es el consumo y no la frugalidad lo que promueve el crecimiento económico.

De aquí la conclusión de que el gobierno debe estimular la demanda en tiempos de crisis, ya que cada dólar que gasta aumentará la actividad económica no por un dólar, sino por un dólar multiplicado por el correspondiente multiplicador, de manera que el gasto, en efecto, se paga por sí mismo.

Hay dos partes en este razonamiento: la historia del multiplicador y la conclusión sobre el gasto público. El primero parece ser una cuestión de sentido común: todos sabemos que si una ciudad construye un enorme estadio deportivo los vendedores de hamburguesas locales se beneficiarán por el aumento de las ventas y a su vez van a comprar más de otros bienes o servicios, tales como cortes de pelo y tatuajes, beneficiando a los peluqueros y a los tatuadores. Esto parece sustentar la primera parte de la historia. El apoyo a la segunda parte – y la evidencia dominante dentro de la profesión económica por décadas – fue la Gran Depresión y, sobre todo, el final de la Gran Depresión. Hoy resulta difícil llegar a comprender lo terrible que fue la Gran Depresión – cuán alto fue el número de personas de clase media próspera que se vieron reducidos a mendigos que apenas podían alimentar a sus familias. Hablamos como si la «Gran Recesión» de alguna manera fuera comparable – pero no se le acerca, ni siquiera en los Estados Unidos. ¿Y cómo fue que la Gran Depresión llegó a su fin? Con la Segunda Guerra Mundial – justamente como  Keynes parecía recomendar: con un gobierno dedicado al gasto masivo financiado con préstamos y emisión de dinero – y voila – la Gran Depresión se convirtió en la gran prosperidad.

El tema es que la receta keynesiana – gastar mucho y no preocuparse por las facturas que vendrán – suena un poco demasiado buena para ser realidad, casi como una máquina de movimiento perpetuo. En este punto, quiero hacer referencia a un dibujo de MC Escher que ilustra un canal con agua que fluye hacia abajo y alrededor de varias esquinas hasta que llega a una cascada que activa una noria, entonces fluye alrededor del canal de descenso de vuelta hasta la cima.

M.C. Escher

Este es un ejemplo de una máquina de movimiento perpetuo, que – obviamente – sabemos que es imposible. ¿Cómo lo sabemos? Si medimos cuidadosamente los ángulos y hacemos los cálculos correspondientes, descubriremos – por supuesto – que el agua fluye cuesta arriba. Y podríamos preguntarnos si la razón por la que Keynes es tan popular entre aquellos que no se dedican a las matemáticas es porque no pueden medir los ángulos con cuidado. Deberíamos someter las ideas, un tanto vagas, de Keynes a mediciones más estrictas.

Otra cosa que podríamos hacer con el diagrama de Escher es tratar de construir la máquina – en cuyo caso vamos a descubrir que es imposible. En lo que refiere a la teoría de Keynes, ya vamos a llegar a eso también.

  1. La teoría de Keynes, en la medida en que haya una

Quiero someter la historia de Keynes bajo cierto escrutinio, poder medir los ángulos con detenimiento. Podría hacer esto utilizando complicados cálculos – y si quisiera ser absolutamente realista haría exactamente eso – pero es su razonamiento lo que busco descifrar y puedo medirlo con un simple ejemplo que es preciso, pero evita cualquier cálculo matemático, es la precisión lo que importa.

Pensemos aquí en una economía completa, poblada por personas reales que producen y consumen cosas. Nombremos a cuatro de ellos: un vendedor de celulares, un vendedor de hamburguesas (o hamburguesero), un peluquero y un tatuador. Digamos que el hamburguesero sólo quiere un celular, el peluquero sólo quiere una hamburguesa, el tatuador sólo quiere un corte de pelo y el fabricante de teléfonos sólo quiere un tatuaje – formando, en efecto, un círculo. Vamos a suponer que cada uno puede producir un celular, una hamburguesa, un corte de pelo o un tatuaje y que cada uno valora la unidad de lo que quieren comprar más que la unidad de lo que pueden vender. Es decir, el peluquero felizmente haría un corte de pelo si puede conseguir una hamburguesa a cambio y así sucesivamente. Lo que sucede es lo suficientemente claro: el chico del celular fabrica uno, lo intercambia al tatuador por un tatuaje, quien le da el celular al peluquero a cambio de un corte de pelo, quien luego lo intercambia al hamburguesero por una hamburguesa. Todos están empleados, todos consiguen lo que quieren y todos son felices.

Ahora, supongamos que el vendedor de celulares de repente decide que no le gustan los tatuajes lo suficiente como para molestarse en construir un equipo. El círculo se rompe y se desata una catástrofe total. Todo el mundo está desempleado. La demanda es insuficiente. No hay suficiente nivel de consumo – ninguno, de hecho. Nótese cómo funciona esta situación: una persona, el estúpido chico de los celulares que está causando el problema por no querer comprar un tatuaje,  es «voluntariamente desempleado» – él es perezoso y no quiere trabajar. Los otros tres son «desempleados involuntarios», todos están dispuestos a trabajar a cambio de una paga. El hamburguesero está dispuesto a preparar hamburguesas si es que así puede conseguir un celular, el peluquero cortaría el pelo para conseguir una hamburguesa y el tatuador haría un tatuaje si pudiese conseguir un corte de pelo y, sin embargo, todos están desempleados.

Pasemos ahora al multiplicador. Supongamos que, en lugar de construir un estadio deportivo, el gobierno le da un celular al vendedor de celulares, quien al no darle uso alguno para sí mismo, lo venderá a cambio de un tatuaje. El tatuador utilizará los fondos para comprar un corte de pelo, y así sucesivamente hasta recorrer todo el círculo. Pleno empleo. Sólo colóquese un teléfono y se consigue un corte de pelo, un tatuaje y una hamburguesa. Ese es el multiplicador, que es justo lo que observamos cuando el gobierno construye un estadio deportivo. Nada misterioso aquí.

Pero… esto es lo que un economista llamaría teoría del equilibrio competitivo estándar – lo que significa que nada es gratis, y en verdad es mejor preguntar: ¿cómo consiguió el gobierno el celular que le dió al vendedor? Esto nos recuerda a un viejo chiste de economistas:

Un físico, un químico y economista están varados en una isla, sin nada que comer. Una lata de sopa asoma en una orilla. El físico dice: «Abramos la lata golpeándola con una piedra » El químico dice: «Prendamos una fogata y calentemos la lata primero.» El economista dice: «Supongamos que tenemos un abrelatas …».

¿Es la base del keynesianismo el asumir que el gobierno tiene un teléfono para regalar? Bueno, tal vez no. Tal vez el gobierno debería seguir el consejo de Keynes e imprimir algo de dinero y dárselo al chico de los celulares. Entonces el chico de los celulares puede comprar un tatuaje, y el tatuador se puede comprar un corte de pelo y el peluquero se puede comprar una hamburguesa, y el hamburguesero – ooops … él no puede comprar un celular, porque no hay ninguno. Hay dos posibilidades. Una es que el hamburguesero se dé cuenta de que no debe vender la hamburguesa porque no puede comprar lo que quiere con el ingreso de la venta y volvemos al punto donde empezamos, con todo el mundo desocupado. O tal vez no se da cuenta de eso y termina cargando con el muerto. Hay un nombre para ese tipo de esquema: se llama un esquema Ponzi y a veces funciona, las personas cometen errores,  y a veces no. Decir que nuestro plan es que el hamburguesero se comporte como un tonto y esté dispuesto a cargar con el muerto, dejaría entrever una política económica bastante precaria.

Hay algo más que podemos intentar: podríamos obligar al chico de los celulares a construir el teléfono entonces bien podría venderlo y conseguir el tatuaje, y el mundo estaría bien – para todos menos para el chico de los celulares que se ve obligado a construir un equipo que prefiere no construir. Ahora, en cierto sentido eso podría valer la pena, después de todo ayudamos a tres personas – el tatuador, el peluquero, y el hamburguesero – a expensas de uno, el chico de los celulares. Pero entonces, minimamente, no pretendamos que algo es gratis – seamos honestos y admitamos que estamos perjudicando al chico de los celulares para ayudar a todos los demás. Esto no parece ser de lo que Keynes o los keynesianos están hablando – aun cuando obligar a la gente a trabajar contra su voluntad suena como una política económica verdaderamente maravillosa…

Volviendo al ejemplo de la Segunda Guerra Mundial, lo descrito anteriormente es exactamente lo que hizo el gobierno: no sólo gastó enormes cantidades de dinero que pidió prestado o emitió, sino que también alistó forzosamente soldados en el ejército y obligó a muchas empresas a producir y hacer cosas que realmente preferirían no haber hecho. Y, ciertamente, mientras que la actividad económica puede haber remontado ampliamente durante y después de la guerra – es dudoso que los conscriptos que murieron en la guerra se beneficiaran mucho de esto. Así que la gran prueba para el keynesianismo se desvanece cuando la escudriñamos un poco más de cerca, y lo sucedido parece concordar bastante bien con la muy simple y muy clásica teoría económica.

Vamos a hablar un poco más sobre cómo el gobierno podría obtener un celular – nuestro ejemplo perfecto de anti-austeridad en este momento es Grecia. ¿Y si Alemania le da un celular a Grecia? Eso sería genial – si el chico de los celulares consigue uno, estamos de vuelta en pleno empleo, gracias al multiplicador y todo eso… Pero: ¿qué pasaría si Alemania se encontrase en la misma situación que Grecia, con excepción de que a su chico de los celulares le gusta fabricarlos? Si le sacamos el teléfono al chico de los celulares alemán entonces Alemania se derrumba en el desempleo, ya que el multiplicador funciona igual de bien cuando se aplica de manera inversa. Lo mismo sucede con los estadios deportivos: es genial para los negocios cercanos, pero el dinero de esas nuevas operaciones comerciales proviene de algún lugar, provocando que todos los negocios que solían contar con esos ingresos se vean ahora perjudicados. En nuestro ejemplo todo se compensa – podemos tener empleo en Alemania o en Grecia, pero no en ambos – y ya que es el chico alemán quien está dispuesto a construir el celular no es muy complicado deducir qué es lo que va a suceder.

Pero Keynes (y Posner) están muy preocupados por la inversión y el ahorro. ¿Y qué si la razón por la cual el chico de los celulares dejó de producir los teléfonos y de comprar tatuajes fue porque quería utilizar su tiempo en crear la «próxima gran cosa» que conducirá a la paz y la prosperidad del mundo dentro de unos años? Podríamos solucionar el problema del desempleo obligandolo a producir teléfonos pero luego, por supuesto, la “próxima gran cosa” nunca sucederá. No hay inversión ni I+D sin ahorros – por lo que se debe tener cuidado con la teoría que sostiene que el camino a un mayor crecimiento es un menor ahorro.

Así que ahí lo tienen: si tomamos la teoría de Keynes y medimos los ángulos meticulosamente descubrimos que no se puede hacer una máquina de movimiento perpetuo.

  1. ¿Se puede construir una?

Eso es todo teoría, y estoy seguro de que usted es una persona más práctica. A diferencia de Keynes, puedo producir una teoría precisa que explica los hechos vinculados a la construcción de estadios deportivos, multiplicadores y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ¿es posible que mi teoría sea errónea y que realmente se pueda construir máquinas de movimiento perpetuo? Bueno, se ha intentado… Cito a Richard Nixon, quien en respuesta a la recesión iniciada en 1969 pronunció, en 1971, «Ahora soy un keynesiano en materia económica». Como consecuencia, la economía de Estados Unidos cayó en una década de «estanflación», con alto desempleo y alta inflación, algo que la teoría keynesiana no podía explicar (se supone que la inflación cura el desempleo), y algo que los economistas keynesianos pasaron incontables horas y publicaciones profesionales tratando de explicar, con tan poco éxito que, exceptuando a unos pocos recalcitrantes, el resto de la profesión abandonó la teoría con razones suficientes. Tratamos de construir la máquina de movimiento perpetuo, y no funcionó.

Para aquellos de ustedes que, sensatamente, están interesados ​​en los hechos, tengan en cuenta que el principio fundamental del keynesianismo es que la clave del crecimiento es evitar el ahorro. El país que ha tenido el crecimiento más espectacular en la historia del mundo ha sido China durante las últimas décadas. ¿Se sorprendería al saber que la tasa de ahorro en China durante estas décadas ha sido de casi el 50% , probablemente  también la más alta en la historia del mundo?

  1. M. C. Escher versus J. M. Keynes

La comparación entre Escher y Keynes no es especialmente justa para Escher, quien dibujó un simple y elegante dispositivo no con la idea de que nadie trataría de construir uno, sino como una ilusión inteligente. Por el contrario, la teoría de Keynes no es ni simple ni elegante – la Teoría General es un tipo de dispositivo de Rube Goldberg con muchas ruedas giratorias, pequeños puentes, pesos que suben y bajan mediante cuerdas y, si se examina cuidadosamente, muchas de las partes no tienen ninguna conexión entre sí.

Simple Alarm Clock

Dispositivo Rube Goldberg

Quienes tengan algún conocimiento de Keynes pueden objetar a mi discusión del multiplicador – a pesar de que predice todos los hechos sobre los que Keynes habla – alegando que no es lo que Keynes tenía en mente. En concreto, Keynes analiza la posibilidad de que, incluso si el chico de los celulares está dispuesto a producir un teléfono, puede que no haya ninguna operación comercial en absoluto, dado que el tatuador no está dispuesto a aceptar un celular como pago por un tatuaje por temor a que el peluquero no vaya a aceptar el celular y así sucesivamente. Esta falla de coordinación en la que nadie comercia porque se cree que nadie más lo hará tiene (obviamente) diferentes implicaciones políticas más que las  de un vendedor de celulares que no desea producir un teléfono. Por desgracia, no está claro lo que el gobierno puede hacer al respecto: incluso si le dan al chico de los celulares un celular gratuito o lo obligan a producir uno, esto no parece resolver el problema.

Aquí está la cuestión: la posibilidad de una falla de coordinación básicamente no tiene nada que ver con el multiplicador. Es cierto que si hay una operación comercial puramente bilateral (el chico de los celulares quiere un tatuaje, y el tatuador quiere un teléfono) es poco probable que haya inconvenientes, ya que ambas partes pueden reunirse y resolver el asunto. Pero tan pronto como hay más de dos agentes necesarios para la operación, aumenta la posibilidad de una falla de coordinación. Por otra parte, aunque Keynes habla de fallas de coordinación, no creo que sea un concepto particularmente «keynesiano». Por un lado, no forma parte de la mayoría de los considerados «modelos keynesianos». Por el otro, forma parte de prácticamente todos los modelos modernos en los que hay dinero involucrado, a pesar de que solo unos pocos serían considerados «keynesianos». Sin duda, es cierto que si el dinero no tiene valor intrínseco y es utilizado para el intercambio, existe la posibilidad de que el comercio  se desmorone al no haber confianza en el valor de la moneda. Pero: si ese es el caso, es poco probable que el gobierno resuelva el problema mediante la impresión de más dinero que nadie quiere.

Keynes también se refiere al rol desempeñado por las expectativas en las fallas de coordinación – el optimismo y el pesimismo. Por ejemplo: la gente pesimista no tiene expectativas respecto del valor del dinero, por lo que no comercian resultando así en una profecía autocumplida. Por lo tanto, existe la posibilidad de que el gobierno arregle la situación (si hay de hecho algo que arreglar) convenciendo a la gente para que sea optimista. Eso sería maravilloso, pero desafortunadamente la evidencia sugiere que no funciona. FDR dio grandes discursos proclamando que «No hay nada que temer más que al miedo mismo»,  levantando el espíritu de muchos pero sin hacer nada por poner fin a la Gran Depresión. O tomemos la actual crisis en Grecia: a partir de la elección del gobierno de Syrzia el optimismo, según lo medido por las encuestas, se fue por las nubes. Si Keynes estaba en lo correcto esperaríamos que la actividad económica crezca, que la gente recupere sus trabajos y comiencen a pagar sus impuestos, que el mercado de valores griego despegue, y así sucesivamente. Nada podría estar más lejos de la realidad: la actividad económica sigue anémica, la gente sigue desempleada, pocas personas pagan impuestos y todos están tratando de sacar su dinero del país.

Teoría General de Keynes es un libro largo, y cualquier libro con muchas anécdotas e ideas está obligado a estar en lo cierto en algunas ocasiones. Pero sea lo que sea, no es ni una teoría ni es general y, ya sea como una guía para la investigación económica o para políticas prácticas, es esencialmente inútil.

  1. Conclusión

El punto es que Keynes es tan fascinante y tentador como el dibujo de Escher – y tiene la misma escasez de sentido práctico. Los economistas han trabajado durante décadas tratando de darle sentido a la teoría de Keynes y utilizarla para explicar los hechos relacionados a las depresiones, recesiones, crisis, desempleo, etcétera. No podemos decir que este sea el caso de una profesión conservadora que desestimó a Keynes y se negó a tomarlo en serio, o que la profesión económica nunca le dio una oportunidad justa. Todo lo contrario: algunas de las mentes más brillantes de la profesión, convencidas de la verdad absoluta de las ideas de Keynes, pasaron décadas tratando de hacer que esas ideas funcionen. Ellos y nosotros hemos fallado.

Sé acerca de Keynes y del keynesianismo. Tengo la edad suficiente para haber recibido una formación ortodoxa en teoría keynesiana, tanto siendo estudiante de grado como de postgrado. Mi padre, un Doctor en Economía cuyo tutor de tésis fue el gran keynesiano ganador del Premio Nobel James Tobin, se proclamaba a sí mismo keynesiano casi como si esto fuese un credo religioso. En mi juventud mi padre y yo escribimos un trabajo empírico utilizando un modelo keynesiano. Estudié con los keynesianos, tomé clases con Bob Solow, un keynesiano declarado, fui asistente de investigación para Stan Fischer realizando trabajo empírico basado en un modelo keynesiano. Uno de mis mentores fue Axel Leijonhufvud, cuya gran y famosa obra fue un libro titulado Sobre la Economía keynesiana y la Economía de Keynes. En mi época de estudiante teníamos que aprender la historia del pensamiento económico, he leído la Teoría General de Keynes y algunas obras menores de Keynes e incluso obtuve una puntuación perfecta en un examen. Participé (como testigo en su mayoría)  en un largo debate entre Leijonhufvud y otro gran keynesiano, Don Patinkin, sobre lo que Keynes quiso decir y lo que efectivamente dijo. El conocimiento del keynesianismo y los modelos keynesianos es aún más profundo para los grandes ganadores del Premio Nobel que fueron pioneros en la macroeconomía moderna – una macroeconomía con personas que compran y venden cosas, que ahorran e invierten – Robert Lucas, Edward Prescott, y Thomas Sargent, entre otros. Ellos también crecieron con la teoría keynesiana como la ortodoxia, incluso más que yo. Y rechazamos al keynesianismo porque no funciona, no debido a algún criterio estético de que la teoría no es lo suficientemente elegante.

La obra Keynes consta de divertidas anécdotas e historias engañosas. El keynesianismo, según gente como Paul Krugman y Brad DeLong, es una teoría que no distingue entre gente racional o irracional, una teoría de gráficos que en gran medida surgen del aire, una serie de predicciones irremediablemente erróneas, junto con la vana esperanza de que pueden funcionar con solo torcer las curvas de los gráficos en la dirección correcta. Hemos desarrollado teorías mucho mejores, teorías que explican numerosos hechos, teorías que ofrecen una orientación razonable para el diseño de políticas, teorías que funcionan razonablemente bien, teorías que no son una ilusión. Las versiones actuales de estas teorías no se asemejan en nada a las teorías caricaturescas sobre gente irremediablemente racional e idéntica entre sí. Las teorías actuales no son perfectas pero, a diferencia de la teoría keynesiana de máquinas de movimiento perpetuo, explican muchas cosas y tienen un gran componente de verdad en ellas. Un macroeconomista al leer a Krugman y DeLong se siente como un médico a quien el cirujano general le dice que la manera de curar el cáncer es usando sanguijuelas para extraer sangre.

Hay que tener cuidado con los políticos que dicen «nunca se nos advirtió», cuando la verdad es «hemos ignorado sus advertencias», e igual cuidado con los economistas que sostienen promesas vacías de máquinas de movimiento perpetuo. Y, cuando se trata de préstamos hechos por el gobierno, recuerde que si bien en el largo plazo todos estaremos muertos, probablemente nuestros hijos no lo estarán.