Lo esencial es invisible a los ojos

@sberensztein

El avance inexorable de calendario electoral pone de manifiesto que, en la política argentina, cada uno hace lo que puede, con lo que tiene a mano. El objetivo, en un marco de creciente incertidumbre, es sobrevivir. En un puñado de días (en ocasiones, en apenas unas horas) el gobierno pasa del estupor a la euforia para chocar nuevamente con la dura realidad. Los líderes de la oposición tampoco logran aprovechar la situación en un contexto que debería favorecerlos (y mucho): se profundiza la fragmentación del sistema político y esto amenaza con facilitar el terreno a los que más miden, aunque sea en términos relativos. Esto incluye al oficialismo, que intentará, como en todo ciclo electoral, que sus votantes bailen la vieja y nunca bien ponderada melodía del consumo. Aunque la gran fiesta de antaño ya no sea factible, porque faltan los dólares para pagar las importaciones, sigue vigente el recurso de focalizar en los sectores más leales. Al menos, en los más proclives a votar por la continuidad. No se trata de apuntar a “todos y todas”, sino de enfatizar la polarización y que los “nosotros” superen a los “ellos”. Seguramente seremos testigos, una vez más, de un festival de clientelismo, recurrentes anuncios de obras públicas, inauguraciones de tramos parciales de caminos y puentes que no conducen a ningún lado, etc.

Tres grandes núcleos conflictivos determinan la dinámica política actual. Cada uno, con lógicas y características propias, pero totalmente interrelacionadas. En primer lugar, no sólo está en juego la sucesión presidencial, sino la de las principales provincias del país. En efecto, en el ciclo electoral 2015 cambiarán los titulares de los poderes ejecutivos de los principales distritos, incluyendo CABA y las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Chaco, Entre Ríos, La Rioja, Mendoza, Misiones, Neuquén, San Juan, Santa Fe, Tierra del Fuego y Tucumán. El mapa político de diciembre será totalmente diferente al que tuvimos en la última década. Cualquiera sea el resultado de las elecciones, nos dirigimos hacia un nuevo equilibrio de poder, mucho más plural y dinámico, mucho menos uniforme, también mucho menos K. Además, en un sistema dominado por los liderazgos ejecutivos, y dada la licuación de partidos, ideologías e identidades tradicionales, es obvio que las personas hacen la diferencia.

Esa Argentina más diversa y heterogénea deberá encontrar, o tal vez inventar, alguna fórmula que garantice la gobernabilidad. Salimos de la última gran crisis gracias a la recomposición del liderazgo presidencial. Este mecanismo, tan elemental y tóxico para la democracia, luce agotado debido a los excesos, los errores y esa desmesura tan K de híper centralizar la autoridad. Si surge de este proceso electoral una coalición amplia que incluya distintos actores políticos que reflejen la multiplicidad de voces que es en realidad la Argentina, quedará siempre la duda de si podrá garantizar la estabilidad política. Si, por el contrario, el próximo presidente gana con su nombre y su programa, y si logra sumar a buena parte del peronismo, tal vez se despejen las dudas respecto de la gobernabilidad de la nueva administración, pero quedarán muchos sectores sin representación y correremos el riesgo de volver al personalismo extremo y centralizador.

En segundo lugar, se rompió el delicado y poco transparente equilibrio hasta hace poco existente en el área dura del aparato estatal: una zona gris, fundamental, compleja y necesariamente conflictiva. Allí confluyen, en tensionada convivencia, los servicios de inteligencia, la justicia federal, las fuerzas de seguridad y un segmento siempre vidrioso y poco edificante de actores políticos. Basado en reglas formales, pero más en las informales, ese dispositivo se encuentra destartalado y produce a diario hechos de envergadura que conmocionan al conjunto de la sociedad. Esto ocurrió luego de evidentes abusos derivados del inédito protagonismo que tuvo el matrimonio Kirchner en la vida política nacional, incluyendo la red de negocios e influencias que se desarrolló en torno a ellos. La amenaza escala a tal punto que nadie puede garantizar hoy que Nisman haya sido la última víctima de esta nueva guerra sucia en la que entró la Argentina como consecuencia de la desidia, la ambición, la irresponsabilidad y la prepotencia de sus gobernantes.

Por lo general, en temporadas de elecciones fuimos testigos de operaciones horribles para perjudicar a eventuales adversarios, elaboradas en los sótanos más sórdidos del poder y con la aquiescencia presidencial. ¿Qué puede ocurrir en una elección como ésta, en la que los enemigos ya no son sólo los que buscan desplazar del poder a esta dinastía patagónica, sino fundamentalmente los mismos espías que hasta hace poquito se ocupaban de tramitar sus asuntos más sensibles? ¿Cómo reaccionará el aparato de contra inteligencia interior que CFK ordenó montar, al margen de la ley, dentro de las Fuerzas Armadas? La guerra de las carpetas, las escuchas, los videos y el ojo por ojo de las vendettas judiciales apenas comienza. Las novedades son que el victimario de siempre ahora se siente (y en algún sentido es) víctima y que sus degradantes usos y costumbres se han reorientado, como un boomerang, en su contra.

En tercer lugar, se están acumulando un conjunto creciente de distorsiones económicas que incentivan la puja distributiva en un contexto de estanflación, restricción externa‎, atraso cambiario y nula creación de empleo. Como afirma Luis Secco: “la macro urde su venganza”. Es probable que este gobierno zafe de un ajuste caótico y le tire por la cabeza al que viene la necesidad de estabilizar la economía. Sin embargo, si Cristina quiere quedarse con un pedazo importante de poder para resistir desde el Congreso los embates que, sin duda, se multiplicarán a partir de diciembre, deberá intentar, con lo poco que tiene, incrementar sus chances de maximizar las bancas para imponer legisladores leales. Si el peronismo la deja, claro (no como en Mendoza, la gran obra póstuma del insustituible Chueco Mazzón). Esto implica más populismo, más gasto público, más derroche, más inflación. Daniel Artana calcula que el próximo gobierno heredará un déficit fiscal de 7% del PBI. Es decir, la estrategia electoral oficialista le costará al contribuyente otros diez mil millones de dólares. Pensar que algunos se alarman por el alto costo de las campañas y se ruborizan, o se hacen los distraídos, cuando se indaga sobre el origen de esos fondos.

Estas tres dimensiones en las que puede analizarse el escenario político nacional están, como es obvio, íntimamente relacionadas. Lo que pase en las elecciones depende de los candidatos y sus propuestas, pero sobre todo del entorno económico y de las eventuales derivaciones del gran desmadre en el que se encuentran los servicios de inteligencia y la consecuente viralización de causas judiciales, incluyendo naturalmente la denuncia y la muerte de Alberto Nisman. En los próximos meses viviremos momentos de extraordinario dramatismo y tensión. En las decisiones de algunos pocos (los que están, los que son) se juega el futuro cercano de la Argentina. A muchos esto no nos genera demasiado optimismo.

(*) Una versión previa de esta nota fue publicada el día 8/3/2015 en el periódico Perfil.