El año de vivir improvisadamente

Cuando pienso en el año que se acaba de ir, pienso en la improvisación con la que se han impulsado las reformas. También pienso en la pobreza del debate y en la falta de propuestas alternativas. La situación es sorprendente y preocupante a la vez.

Porque la verdad es esta: las grandes reformas presentadas por el gobierno en el 2014 -la tributaria (ya aprobada), la educacional (en sus últimos trámites en el Congreso) y la laboral (recién anunciada)- han estado pobremente diseñadas. Decir que son unos mamarrachos sería exagerar, pero no por mucho.

Al final, esta situación nos va a costar caro. La incertidumbre continuará durante meses -quizás años-, la confusión seguirá cundiendo entre padres y apoderados, y más temprano que tarde habrá que “reformar a las reformas”, hacerles cambios de todo tipo, cambios profundos que desanden el camino mal andado, y modificaciones que simplifiquen los procesos y destraben la economía del lastre reformista.

La responsabilidad es compartida. Para empezar, el gobierno no ha hecho bien su trabajo. Eran, precisamente, los funcionarios de la administración los que debieran haberse preocupado porque las reformas fueran técnicamente solventes. Esto no ha sucedido, y como consecuencia hoy tenemos un nuevo sistema tributario con dos regímenes que ni siquiera los más connotados especialistas entienden en forma cabal. Además, es una reforma que no va a recaudar lo que se buscaba. Ya hay consenso en que es urgente reformar la flamante reforma. El de Alberto Arenas será el régimen tributario de más corta vida en la historia de la república.

Pero eso no es todo: nadie está contento con la reforma educacional; ni siquiera Nicolás. Cuando en los años venideros veamos sus pobres resultados, nadie querrá aceptar la paternidad de la criatura, y los unos les echarán la culpa a los otros.

La responsabilidad de la derecha
La oposición tiene un grado de responsabilidad importante en lo que ha sucedido.
Los partidos de derecha -o “centroderecha”, como les gusta llamarse a sí mismos-  han sido incapaces de hacer la labor que deben cumplir en un sistema democrático. No han presentado propuestas alternativas que sean viables y eficientes, basadas en una visión de largo plazo que capture la imaginación de los votantes. Los partidos de derecha tampoco han ofrecido críticas concretas y coherentes que desnuden las falencias de las reformas del gobierno.

Tampoco, y esto es quizás lo más sorprendente, han presentado una defensa persuasiva de los increíbles logros del “modelo” neoliberal en Chile, modelo que le permitió al país DESPEGAR, y transformarse en el único país de la región que ha cerrado en forma importante la brecha con los EE.UU. y Canadá.

En vez de argumentos profundos y sólidos que cuestionen los caminos elegidos por la administración de Michelle Bachelet, la derecha se ha dedicado a repetir clichés pasados de moda, frases difíciles de digerir o entender, frases prefabricadas que muchas veces suenan como defensas a intereses corporativos. En vez de elaborar una gran historia que abarque nuestro pasado y nuestro futuro, y que trace una ruta hacia la modernidad, la derecha se ha quedado en pequeñeces y ha tomado posiciones indefensibles, como su apoyo a Cristián Labbé, el ex paracaidista y alcalde.

Las críticas recientes de la oposición a la propuesta de reforma laboral ejemplifican, con claridad, la pobreza de sus argumentos. Se centran, en forma casi exclusiva, en la siguiente frase: “Es una reforma pro sindical, no una reforma pro empleo. Está hecha al gusto de la CUT”.

Si bien esta aseveración es correcta, ella fracasa estrepitosamente desde el punto de vista comunicacional. Para la población, apoyar a los sindicatos no es visto como algo negativo, especialmente en un ambiente donde los abusos empresariales son percibidos como generalizados y recurrentes. La mayoría de la gente tampoco entiende que los sindicatos frenen la creación del empleo. En el mundo del ciudadano promedio, sindicatos y buenos empleos tienden a ir de la mano. Para ser efectivas, las críticas al proyecto gubernamental tienen que ir por otro lado. Es necesario contar una historia más sofisticada, hablar de productividad y tecnología, del sesgo actual en contra de las mujeres -sesgo que la propuesta del gobierno no corrige-, de la necesidad de reinventarse laboralmente cada cierto número de años, de la capacitación, de acortar la jornada laboral para estar a tono con los países modernos, y del peligro de involucrar al gobierno en las negociaciones (alarga los conflictos más de lo necesario).

Lo peor de todo esto es que desde a lo menos seis meses antes de las elecciones estaba claro que la ganadora iba a ser Michelle Bachelet. Y sus intenciones políticas estaban claramente expuestas en su programa de gobierno. La derecha, sus líderes, dirigentes e intelectuales tuvieron, entonces, tiempo de sobra para prepararse, para generar nuevas ideas y un programa efectivo de defensa del “modelo”. Pero no lo hicieron. Paradójicamente, han sido personajes ligados a la izquierda moderada quienes han ofrecido una apología coherente del modelo chileno. Personas como Oscar Guillermo Garretón, Ernesto Tironi, J.J. Brunner. Y, claro, también ha habido analistas independientes que han esgrimido argumentos sólidos -Klaus Schmidt-Hebbel, Andrés Benítez y LEONIDAS Montes, por nombrar sólo a algunos-, pero ninguno de ellos está asociado a los partidos de oposición o a las organizaciones gremiales.

Frivolidad e improvisación
Sin duda que el peor momento del año 2014 fue el viaje del ministro de Educación y un equipo de parlamentarios a Finlandia. Fue anunciado como un “viaje de estudios” para aprender de primera mano cómo diseñar un sistema educativo exitoso. ¿En una semana? ¡Por favor!

Este viaje no sólo refleja la improvisación con la que se han hecho las cosas, sino que también la frivolidad con la que se ha procedido.

La primera pregunta que nadie respondió es: ¿Por qué Finlandia? Porque resulta que el país nórdico no es el de mayor puntaje en la respetada prueba Pisa de la Ocde, prueba por la que se guían la mayoría de los expertos del mundo para evaluar sistemas educacionales y proponer políticas correctivas. En matemática, Finlandia ni siquiera se encuentra entre los 10 países con mejores puntajes (en lectura y ciencias sí está entre los primeros 10 países, pero en ninguna de las asignaturas obtiene el primer lugar).

Además, y objetivamente, ¿qué podemos aprender de un país muy pequeño -con una población que es un tercio de la chilena-, sumamente homogéneo, afectado durante medio siglo por las realidades de la Guerra Fría, y con un ingreso per cápita dos veces el chileno?

Si de viajar se trataba, mucho más lógico hubiera sido ir a Turquía. Un país de clase media (como Chile), con una situación geográfica diversa y un ingreso per cápita algo menor que el chileno. Porque resulta que -a pesar de que nadie nunca lo ha dicho en Chile- Turquía tiene un sistema educativo de mejor calidad que el chileno. Así es, tal como usted lo lee: en matemática, Turquía aventaja a Chile en cinco lugares, en lectura lo supera en tres posiciones, y en ciencias los turcos nos aventajan en dos lugares. Un país con un ingreso 20% más bajo que el nuestro se las ha arreglado para superarnos en todas las dimensiones del sistema educativo -las mejores escuelas turcas logran mejores puntajes que los colegios de elite chilenos-.

Pero Ankara no tiene el glamour de Helsinki, y decir que queremos aprender de los turcos no suena igual que aseverar que los nórdicos son nuestro ejemplo. Al final, las cosas fueron como fueron y el viaje fue a Finlandia. Una frivolidad y una verdadera pérdida de tiempo.

Rayos de luz
Dentro de un año decepcionante y complicado hubo, también, algunos rayos de luz. Para empezar, la Selección Nacional jugó bien en el Mundial de Brasil y tuvo una representación más que adecuada. Nuestros jugadores fueron adecuadamente valorados, y hoy en día Alexis y Vidal, Medel y Edú Vargas, Bravo e Isla nos representan con dignidad y nos llenan de orgullo.

Pero para mí, la mayor sorpresa de 2014 fue constatar un revivir del ambiente cultural en Chile, un dinamismo sano y excitante de la industria editorial y de las letras. La editorial Ediciones UDP, dirigida por el columnista de este diario Matías Rivas, se ha transformado en un referente en toda Hispanoamérica. Desde los años de gloria de la Editorial Universitaria  años que, por alguna razón, yo asocio con el ucraniano-español Mauricio Amster que no veíamos algo así en Chile. Un catálogo de calidad que combina nuevos autores con clásicos y plumas consagradas, libros impresos con un enorme cuidado, títulos que no responden a caprichos comerciales, una colección de poesía bellísima, y tanto más. Un éxito y un orgullo.

También ha habido un auge deslumbrante de editoriales pequeñas e independientes. Editoriales que no persiguen la ganancia fácil ni el bestseller, y que están dispuestas a apostar por lo original y profundo, arriesgando así su propia estabilidad financieras. Dentro de un cúmulo de buenas casas se yergue, con enorme fuerza, la Editorial Hueders, con sus libros bien producidos y cuidadosamente elegidos.

En contraste con el mundo de la política nacional, aquí no hay improvisaciones. Tan sólo trabajo duro y devoción por la excelencia y la calidad.

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