Más allá del default: ¿vuelve a florecer el nacionalismo en la Argentina?

¿Por qué el nacionalismo es tan fuerte en la Argentina? Esto preguntó hace unos días un experimentado periodista europeo con un extenso conocimiento sobre América Latina. Respondí que no estaba muy seguro de que la Argentina fuera más nacionalista que otros países de la región o del mundo – no hay un estudio comparado sistemático al respecto en base a métricas consistentes que nos permitan comparar ese fenómeno. Argumenté también que el nacionalismo es probablemente un sentimiento latente que se expresa con mayor nitidez en coyunturas especiales, donde aparecen actores políticos, estatales y no estatales, que tienen la capacidad para vigorizar ese sentimiento y coordinar la energía política así generada.


Por ejemplo durante una crisis económica, como ocurre en algunos países de Europa en la actualidad, suelen haber reacciones xenófobas y un incremento de las tendencias aislacionistas, que incluso se expresan en el apoyo a fuerzas políticas extremas, en general de derecha (como hemos visto recientemente en Francia y el Reino Unido). Asimismo, también es común detectar un reverdecimiento de los valores y símbolos del nacionalismo en ocasión de fenómenos culturalmente masivos y cautivantes como un mundial de fútbol – lo vivimos hace pocas semanas durante el Mundial en Brasil. Naturalmente, situaciones de tensión diplomática o comercial entre países suelen disparar reacciones nacionalistas, que pueden profundizarse e incluso volverse permanentes en casos de conflictos bélicos. El mutua e histórica encono entre Bolivia y Chile es un claro ejemplo. Con menos profundidad, en los últimos años hemos visto escalar un peculiar conflicto entre Uruguay y la Argentina por la instalación de plantas procesadoras de pasta de papel en Fray Bentos.

 

Sin duda, la cuestión del nacionalismo constituye un fenómeno cultural y simbólico complejo y con connotaciones cautivantes (ver por ejemplo http://www.nationalismproject.org). En particular, vale la pena recordar a propósito del próximo referéndum en Escocia para definir su eventual independencia, el argumento de Eric Hobsbawn sobre las tradiciones culturales y los símbolos nacionales, en el sentido de que son “inventados” (Eric Hobsbawm & Terence Ranger, (ed.).The Invention of Tradition. Cambridge University Press, 1983). En su gran libro Nations and Nationalism Since 1780: Programme, Myth, Reality (Cambridge University Press, 1992), Hobsbawm propone un análisis histórico muy comprehensivo donde queda de manifiesto que el nacionalismo tuvo siempre un componente de programa político que incluyó un fuerte componente cuasi mitológico y con connotaciones intangibles aunque determinantes. Benedict Anderson denominó a este fenómeno “comunidades imaginadas” (Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Verso, 1991).

 

Volviendo al caso argentino actual, ¿es este contexto post default una de esas coyunturas críticas en las que se condensa la tradición nacionalista por el impulso de actores políticos y hasta la manipulación de aparatos del Estado? ¿Podrá esto influir en el desarrollo del proceso electoral que está a punto de comenzar, de cara a las elecciones presidenciales del 2015?
Fuentes del gobierno reconocen que están intentando conformar una amplia base de apoyo en la sociedad con un argumento un tan simplista y falaz como probablemente efectivo: Argentina es víctima del capitalismo salvaje, representado por los fondos buitres protegidos por el sistema judicial, incluyendo al Juez Griesa y Daniel Pollack. El gobierno demostró voluntad y capacidad de pago, y lo va a seguir haciendo. Si los bonistas que entraron a los canjes de 2005 y 2010 no reciben su dinero, no es por culpa del país sino de un fallo absurdo que bloquea los recursos oportunamente girados. Nos sancionan por promover políticas económicas no ortodoxas. Por desafiar al FMI y al Consenso de Washington. Nos quieren poner de ejemplo para que nadie se anime a ser distintos. Perdimos el juicio y fuimos forzados a esta situación por hacer las cosas bien. No hay default: hay una conspiración anti argentina.

 

De este modo, el gobierno estaría buscando una suerte de “malvinización” de la actual coyuntura. Es decir, influir en la opinión pública con una galvanización extrema de la sociedad, donde no haya lugar para el disenso ante el riesgo de ser acusado de “traición a la patria”, o por lo menos de “complicidad” con los fondos buitres. Charlando con algunos líderes políticos, incluso dos de los tres candidatos a presidente mejor posicionados en los sondeos, surgió este concepto de forma taxativa: es muy difícil encontrar el registro justo para opinar sobre este caso acotando los riesgos de que las declaraciones sean tergiversadas o sacadas de contexto. Resuena aquí la máxima del gran Luca Prodan: “mejor no hablar de ciertas cosas”.

 

Hay algunos indicios preliminares que sugieren que la administración de CFK está logrando al menos una parte de sus objetivos. En efecto, algunas encuestas recientes muestran que subió el apoyo a la forma en la cual el gobierno está negociando con los holdouts. Más aún, también se vienen recuperando la aprobación de la gestión de Cristina y la confianza en el gobierno (http://www.utdt.edu/ver_contenido.php?id_contenido=1439&id_item_menu=2964).

 

En este marco, surgen un conjunto de interrogantes significativos: ¿se trata de un fenómeno permanente o transitorio? ¿Qué ocurrirá cuando la sociedad advierta el impacto negativo de este nuevo default? ¿Cuánto duró el momentum nacionalista en 1982?

 

Todos los fenómenos de opinión pública son transitorios, lo que no es fácil es determinar ex ante el ritmo de los cambios de tendencias, así como las causas o los hechos que podrían motivarlos. Es evidente que si este nuevo default agudiza la actual recesión, el gobierno pagará un alto costo político que podría impactar en la dinámica electoral. Sin embargo, no queda claro la magnitud del eventual impacto negativo de esta nueva crisis de la deuda, en buena medida porque aún no sabemos cómo terminará esta saga. Asimismo, aún cuando la recesión se profundice, y sin descartar efectos inmediatos en términos de expectativas y ajustes en el mercado financiero (incluyendo el tipo de cambio blue o marginal), es probable que el conjunto de la sociedad advierta recién dentro de un trimestre o tal vez dos los síntomas concretos de la profundización de la crisis.

 

Sin embargo, vale la pena recordar que, en ocasión del conflicto de Malvinas, el clímax de apoyo a la dictadura militar, en particular al General Galtieri, resultó un hecho totalmente episódico. Luego del conflicto, Argentina fortaleció su vínculo afectivo y simbólico con la cuestión de las Islas Malvinas, pero se derrumbó definitivamente el apoyo a los militares, quienes poco tiempo después abandonaron el poder, y para siempre. Esto sin duda constituye una voz de alarma para el gobierno, dada la mala praxis que ha caracterizado su accionar en muchas áreas de política pública, y fundamentalmente en el conflicto con los holdouts: a la corta o a la larga, la sociedad advierte los errores de los gobiernos y diferencia a los protagonistas circunstanciales de las cuestiones de fondo. Aplicando la experiencia de Malvinas a este caso, podría entonces especularse con que la sociedad seguiría pensando que el fallo del Juez Griesa es erróneo y que los fondos buitres son repugnantes, pero concluiría que CFK y Kicillof fallaron flagrantemente en defender el interés nacional. Los actores políticos pasan, los valores y los símbolos quedan. Cuidado entonces con Malvinizar: si esta operación resultara exitosa, CFK y su equipo pronto mirarán la realidad política argentina desde sus cuarteles de invierno.

 

Incentivar el sentimiento nacionalista puede ser una táctica exitosa en el corto plazo: algún rédito político finito puede generar. Sin embargo, las consecuencias y los costos de los errores de diseño e implementación de política pública son imposibles de evitar.