Acabar el conflicto en Colombia: una elección racional

Colombia está inmersa en un proceso electoral para elegir el nuevo presidente que gobernará el país de 2014 a 2018. La campaña ha estado marcada por las recriminaciones, la pugnacidad y la pobreza en el debate electoral. Continuar o terminar el proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que se inició en 2012, es el único desacuerdo profundo entre los candidatos. Algunos apoyan el proceso de negociación y otros dicen apoyarlo, pero en realidad están abogando por la rendición sin condiciones de la guerrilla.  Rendición que se podrá presentar tal vez en unas cuantas décadas que estarán marcadas por un dolor y costos similares a los que el país ha enfrentado hasta ahora.

Es sorprendente que aún en Colombia discutamos si acabar con la guerra es la decisión correcta. Cesar el conflicto debería ser la única alternativa. Estudios académicos de la literatura económica demuestran sin lugar a equívocos los altos costos que el país ha pagado por persistir en la guerra. Discuto sólo una muestra de esta evidencia contundente.

La violencia y la incertidumbre que genera el conflicto armado reducen la producción económica. Las firmas y los productores agropecuarios producen menos por los mayores costos que implica producir en medio de la guerra; evitan dedicarse a actividades rentables, pero de alto riesgo, debido a la percepción de vivir en un horizonte de tiempo más corto; reducen sus inversiones y las concentran en activos fáciles de monetizar; y en casos extremos prefieren mantener su capital líquido para poder disponer de él en alguna emergencia. Los efectos de esto no son despreciables. Un estudio de Edgar Villa, Manuel Moscoso y Jorge Restrepo muestra que hoy debido al conflicto el PIB departamental en Colombia demora 18.5 años en duplicarse. Sin el conflicto, demoraría en duplicarse 8.5 años, es decir nos ahorraríamos 10 años (una generación). Felipe Pinilla estima que el conflicto causa una reducción anual en el PIB agropecuario del 3.1%, PIB cuyo crecimiento promedio desde 2001 ha sido 2.4%. Ambas cifras son elocuentes y no necesitan mucha explicación.

Los costos sobre las víctimas directas del conflicto armado son también sustanciales. La migración forzada consecuencia del conflicto armado produce pérdidas de capital sustancial. Estudios que he realizado para Colombia encuentran que la población desplazada perdió 2.1 millones de hectáreas debido al despojo ilegal y abandono de tierras, cifra 3.4 veces más alta que los programas de Reforma Agraria que emprendió el gobierno entre 1993 y 2002. El conflicto ha sido entonces más efectivo para redistribuir tierras que el propio Estado. La pérdida de activos, la dificultad para competir en mercados laborales urbanos y carecer de mecanismos de manejo de riesgo, entre otros, sume a los hogares desplazados en trampas de pobreza. Como resultado de esta dinámica, un 95% de los hogares desplazados en 2005 estaban por debajo de la línea de pobreza y un 75% debajo de la línea de pobreza extrema.

Las consecuencias negativas del conflicto para la población no se restringen a las víctimas directas. La población que reside en medio de la guerra enfrenta también costos que reducen su capacidad presente y futura de generar ingresos. Sólo me concentraré en dos que afectan a los niños, quienes aún no pueden decidir si quieren continuar la guerra: la asistencia escolar y la salud. Fabio Sánchez y Catherine Rodríguez encuentran que el conflicto reduce la asistencia y la calidad educativa. El conflicto reduce en 8.8% los años de educación promedio en el país. Este efecto aumenta a 17% para los niños de 16 y 17 años de edad. Los impactos sobre la educación no desaparecen con el tiempo. Un estudio que estamos haciendo con Leopoldo Fergusson y Juan Felipe Riaño encuentra que los niños de La Violencia (1948 y 1953) enfrentaron impactos de igual magnitud y dicho impacto ha perdurado a lo largo de su  vida. Adriana Camacho demuestra que el estrés generado por el conflicto armado ocasiona un menor peso al nacer, lo cual redunda en el largo plazo en un menor desarrollo cognitivo y menores salarios. Los niños que residen en regiones con explosión de minas antipersonales nacen con un peso al nacer 8.7 gramos menor.

Así podría continuar con una lista extensa del legado de dolor y costos económicos que resulta de nuestra guerra interna. Pero, considero que esta es evidencia suficiente e inequívoca de los costos de la guerra. Continuar el conflicto no es una opción racional.

Cincuenta años de guerra ha dejado un país plagado de odios y dividido, con un porcentaje aterradoramente alto de la población que clama por persistir en la guerra. Quienes descartan la salida negociada del conflicto parecieran no percibir los costos reales que genera el conflicto. Sin embargo, la poca evidencia que presenté en los párrafos anteriores no da espacio para muchas dudas: ¿Se deben sacrificar los beneficios evidentes para el país de cesar la guerra por alimentar el odio de unos cuantos? Los muchos que no estamos dispuestos a continuar con esta violencia que pareciera no tener fin debemos exigir el fin  la guerra y dar los argumentos para imaginarnos los beneficios de un país en paz.