¿Hacia una gradual «normalización» de la política argentina?

Esta semana se presentará  formalmente el Frente Amplio UNEN (FAU), que busca replicar a nivel nacional las experiencias exitosas del Frente Amplio Progresista en Santa Fe y en menor medida de UNEN en la Capital Federal, y que potencialmente puede ser un protagonista muy importante no sólo de las elecciones presidenciales del 2015 sino, mirando el mediano plazo, también de la política argentina.

En efecto, tomando en cuenta las últimas elecciones legislativas, y asumiendo que las respectivas fuerzas o candidatos no habrán de perder atractivo al presentarse como parte de un proyecto colectivo con competitividad y alcance nacional, el FAU podría lograr aproximadamente entre un 20 y un 25% de los votos en una primera vuelta. A su vez, si continuase la fragmentación del peronismo dadas las candidaturas de Daniel Scioli y de Sergio Massa, el FAU puede con ese umbral aspirar a pelear por la presidencia en una eventual segunda vuelta.

Si esto no ocurriese y la segunda vuelta fuera entre Scioli y Massa, de todas formas con ese volumen de votos el FAU constituiría una fuerza sumamente relevante en el Congreso y en todas las legislaturas provinciales. Más aún, podría aspirar a gobernar al menos seis provincias y no menos de un tercio de los municipios.

Esto implicaría una suerte de comienzo de recomposición o rebalanceo del sistema político argentino, que había quedado absolutamente desequilibrado desde la crisis del 2001, debido a la implosión de la Unión Cívica Radical.

Conformado por esa fuerza, el Partido Socialista, la Coalición Cívica-ARI, el GEN, Proyecto Sur (Pino Solanas), el Movimiento Libres del Sur, el Frente Cívico y Social (Córdoba) y el pequeño partido UNEN, esta nueva coalición puede contribuir entonces a normalizar un sistema político dominado hasta ahora, sobre todo desde 1989 a la fecha, por distintas variantes del peronismo.

Por otra parte, existen muchas especulaciones e incluso incipientes negociaciones tendientes a coordinar algún tipo de estrategia entre el FAU y el PRO de Mauricio Macri a los efectos de sumar votos de centro y de ese modo incrementar significativamente el potencial político y electoral del «no peronismo».

Esto está generando muchas controversias dentro del naciente frente, sobre todo entre los sectores más identificados con la tradición «progresista» (como es el caso del socialismo, Libres del Sur y Proyecto Sur; también en el radicalismo de la Provincia de Buenos Aires).

De todas maneras, más allá de la idea de ampliar esta coalición para incluir a otras fuerzas ideológicamente menos afines, existe una fuerte desconfianza, apatía o incluso pesimismo en muchos observadores y en un segmento no menor de la opinión pública respecto de la sustentabilidad del FAU. En este sentido, todavía pesa el estrepitoso fracaso de la Alianza, la coalición integrada por la UCR y el FREPASO que llevó al poder a la fórmula Fernando De la Rúa – Chacho Álvarez en 1999.

Otros argumentan que el sistema presidencialista y la cultura política imperantes en la Argentina resultan especialmente inadecuados para facilitar esta clase de coaliciones. La hiper concentración de autoridad en el Poder Ejecutivo en efecto genera un pronunciado desbalance de recursos en el ejercicio del poder. También, y en una suerte de mecánica simbiótica, el personalismo y la tradición caudillista que potencia el presidencialismo profundizan el escepticismo respecto de la conformación y perdurabilidad de formas más cooperativas, modernas, asociativas y articuladas de ejercer el poder como las que supone una coalición gobernante exitosa.

Dada la trascendencia de este fenómeno emergente, me propongo contribuir a estos debates con una serie de artículos que focalizan en distintos aspectos de su constitución del FAU y de su eventual impacto en la vida política nacional. Es necesario que pase algún tiempo para entender la reacción de la opinión pública. Sin embargo, hay un conjunto de antecedentes históricos que resulta fundamental tener en cuenta para comprender la importancia de esta naciente experiencia. En este artículo me propongo definir el contexto histórico del cual emerge el FAU.

En próximas entregas discutiré si es en efecto incompatible el sistema presidencialista con coaliciones amplias y plurales. Mi argumento es que si bien en teoría el sistema parlamentario genera más incentivos para la cooperación entre partidos diversos, la experiencia reciente sobre todo en la región es que es totalmente compatible el presidencialismo y las coaliciones (tanto electorales cómo de gobierno, si es que estas no coinciden). En la siguiente entrada, analizaré las fortalezas y debilidades del FAU en materia electoral, al menos en esta etapa inicial/fundacional. La cuarta entrega debatirá los pros y contras de un eventual acuerdo con el PRO y otras fuerzas políticas provinciales o distritales. Y finalmente analizaré datos de opinión pública basados en un sondeo que oportunamente hará Poliarquía Consultores.

Los principales antecedentes históricos del FAU

El sistema de partidos argentino profundizó su tradicional disfuncionalidad con la crisis del 2001 debido a la notable fragmentación y debilitamiento que desde entonces sufrió la Unión Cívica Radical (UCR). Prácticamente desapareció en un distrito fundamental cómo la Ciudad de Buenos Aires. Algo similar ocurrió en la Provincia de Buenos Aires. Ambos distritos constituyen casi el 50% del electorado del pais.

Paralelamente, sufrió la fuga de dirigentes importantes que siguieron su camino con suerte diversa y que ahora están dispuestos a integrar el FAU, pero que nunca regresaron formalmente al partido (cómo Elisa Carrió y Margarita Stolbtizer). Otros prefirieron sumarse a la experiencia kirchnerista (el denominado Radicalismo K), aunque el conflicto con el campo y la posterior ruptura con Julio Cobos precipitó un parcial retorno de algunos dirigentes. Otros quedaron fuera de la órbita del pan radicalismo, para asociarse al macrismo (como en su momento Ricardo López Murphy, o hasta ahora Hernan Lombardi y Daniel Angelici) o integrar más recientemente el Frente Renovador de Sergio Massa (al igual que dos figuras bonaerenses jóvenes y de mucho potencial como José Eseverri y Adrián Pérez).

Lo cierto que la disgregación del radicalismo tuvo un efecto sumamente deletereo en la vida política nacional, a pesar de que fue capaz de incorporar o ofrecerle protagonismo a figuras de influencia y prestigio como Javier González Fraga y Facundo Manes.

Sin embargo, hasta aquella dramática  coyuntura crítica de comienzos de siglo, en efecto el radicalismo integraba junto con el Partido Justicialista un bipartidismo imperfecto que si bien no había culminado el proceso de consolidación democrática, al menos había logrado cumplir exitosamente con la regla de la alternancia en el ejercicio de poder en el marco de la transición iniciada en 1983.

La imperfección de ese bipartidismo surgía fundamentalmente del carácter dominante que tenia el peronismo, sumado a la existencia de una variedad de pequeñas fuerzas nacionales y provinciales que habían ganado terreno en el contexto del natural desgaste que producen las transiciones a la democracia en las fuerzas que las protagonizan. Algunas de estas fuerzas terminaron absorbidas por el kirchnerismo. Otras se han integrado al PRO o se han acercado al Frente Renovador de Massa. Pero el FAU puede constituir también una alternativa interesante para algunas de esas fuerzas si es que, como suponemos, logra consolidar su potencial electoral.

Es por eso que conviene revisar el recorrido de estas fuerzas que buscaron romper con la lógica del bipartidismo. Se trata de formaciones de origen y desarrollo muy diverso. Algunas reconocen raigambre histórica (cómo el caso de la democracia progresista). Otras habían surgido de contingencias institucionales particulares (la exclusión del peronismo, como la democracia cristiana o el Movimiento Popular Neuquino) y/o habían sufrido una pérdida de influencia a pesar de éxitos puntuales (como el desarrollismo), aunque ejercían una relevante influencia en términos de ideas

Existían también expresiones típicas del faccionalismo y la tendencia a la fragmentación que siempre caracterizó a la política argentina (y que constituye precisamente uno de los atributos fundamentales que justifican la utilización del concepto de disfuncional para definirla). Este fue el caso del Partido Intransigente y del propio desarrollismo, que en ambos casos surgieron de cismas dentro de la UCR.

Pero también siempre hubo en la Argentina una miríada de pequeñas fuerzas de izquierda (del nacionalismo al trotskismo más extremo, pasando por variantes socialdemócratas, pro soviéticas, maoistas y guevaristas/violentas). Estos grupúsculos fueron irrelevantes desde el punto de vista electoral, pero lo contrario ocurrió en su papel de espacios de socialización política y de formación de nuevos liderazgos, particularmente en ámbitos estudiantiles, sobre todo universitarios.

Finalmente, dada la predominancia del bipartidismo y las críticas que generaba en vastos ámbitos políticos y culturales, incluyendo el sector privado, hubo siempre en la Argentina fuerzas que se definieron a si mismas cómo superadoras del bipartidismo y que en distintos momentos alcanzaron cierta trascendencia electoral, al menos en distritos mas modernos (principalmente la ciudad de Buenos Aires).

Este fue por ejemplo el caso de la Unión de Centro Democrático (Ucede) en la década de 1980 (que terminó absorbida por el menemismo) o del Frente para un País Solidario (Frepaso), que se desintegró con el fracaso de la Alianza y terminó mayormente incorporado al kirchnerismo.

El socialismo constituye una variante singular de este fenómeno. Fue parte del Frepaso y basó su prestigio en la administración de la ciudad de Rosario y en la tradicional honestidad de sus dirigentes. El socialismo nunca alcanzó una presencia territorial significativa sobre todo en distritos periféricos del interior y/o donde predominan los mecanismos clientelares (como en los suburbios empobrecidos de las grandes urbes), una dificultad de larga duración y que, vale la pena enfatizarlo, es común a todas las terceras fuerzas.

La más reciente expresión de estas terceras fuerzas es el PRO, que reproduce las fortalezas y debilidades de todas las anteriores y que puede potencialmente integrar un acuerdo electoral con el FAU.

Es que tanto la UCR como las otras expresiones partidarias que conforman el FAU carecen de buenos candidatos presidenciales. Por eso, deben priorizar la consolidación de su estructura en todo el país y eventualmente considerar ampliar su política de alianzas.

Así, Hermes Binner y Julio Cobos tienen pisos y techos electorales mucho más bajos que Scioli, Massa y Macri. Ernesto Sanz tiene aún escaso nivel de conocimiento. Y Carrió no ha logrado hasta ahora transformar su prestigio y reputación en votos. Esto tampoco es un fenómeno nuevo, En el 2007 el radicalismo intentó subsanar este déficit con el acuerdo con Roberto Lavagna. Pero buena parte del voto radical acompañó a Lilita Carrió, que de todas formas quedó muy lejos de Cristina Kirchner, ganadora en primera vuelta.

En el 2011, la candidatura de Ricardo Alfonsin compitió por el voto anti K con Hermes Binner y no pudo ofrecer una alternativa competitiva, a pesar del acuerdo con Francisco de Narvaez en la provincia de Buenos Aires.

Estas dos elecciones ponen de manifiesto que la fragmentación no sólo restó potencial a las respectivas candidaturas, sino que generó una competencia que ha claramente simplificado el triunfo del candidato peronista.

Curiosamente, en esta elección la situación puede revertirse. Si el FAU logra consolidar una estructura territorial sólida y presenta candidaturas competitivas en los principales distritos (incluyendo la provincia de Buenos Aires), puede incrementar muchísimo su competitividad y al menos competir en la segunda vuelta por la presidencia de la nación. Esta posibilidad se potenciaría significativamente si se concretase el acuerdo con el PRO. Por el contrario, la división del peronismo (inédita hasta el momento) le quitaría competitividad en distritos claves y podría definitivamente comprometer su triunfo.