El Corazón Moral de la Economía

Publicado originalmente, en una versión en inglés, en Economix (The New York Times) por Edward L. Glaeser el 25-01-2011.

En general los economistas presentamos una imagen pública fría que parece enfatizar el aspecto monetario y la racionalidad sobre la retórica entusiasta de la argumentación moral. Sin embargo, al parecer tecnócratas preocupados sólo por aquellos fenómenos esenciales,  permitimos ser retratados como personas que no tienen un sentido del bien y del mal.

En una artículo  anterior, Edward Glaeser escribió sobre el  rol de la ética en la economía, motivando a los economistas a revelar los conflictos de intereses mediante el uso de recursos institucionales adecuados. Esta entrada sigue el mismo espíritu, pero con un foco más amplio: La queja de que la economía es una disciplina sin un núcleo moral.

La economía moderna comenzó con Adam Smith y la Escuela Escocesa, un movimiento caracterizado por el debate ético de pensadores como David Hume, Francis Hutcheson y Lord Kames. El propio Smith, quien siguió a su maestro Hutcheson en la cátedra de filosofía moral en la Universidad de Glasgow, escribió «La teoría de los sentimientos morales«, la cual incluía ideas tales como «sentir mucho por los demás y poco por nosotros mismos, lo cual frena nuestro egoísmo, y permitirse disfrutar de nuestros afectos benevolentes, constituyen la perfección de la naturaleza humana”.

Al pasar de los sentimientos morales a  la economía política, Smith desplazó su atención sobre  la perfección de la naturaleza privada a la mejora de los sistemas públicos. La mayoría de los escritos económicos desde entonces han evitado las cuestiones morales y se han focalizado en mejorar las instituciones y las políticas públicas.

Sin embargo, ese cambio no significa que no exista un profundo principio moral ‒la creencia en el valor de la libertad humana‒ en el centro de nuestra disciplina. Más aún, algunos economistas  reflejaron esa convicción explícitamente.

En el siglo 18, Smith escribió: «Todo hombre es, sin duda, por naturaleza, recomendado primero y principalmente para su cuidado; y como él se encuentra mejor preparado para cuidar de sí mismo que cualquier otra persona, es conveniente y justo que así sea.»

En el siglo 19, John Stuart Mill afirmó: «La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra manera, siempre y cuando no intentemos privar a otros de la suya, ni impedir sus esfuerzos para obtenerla.»

En el siglo pasado, Milton Friedman argumentó: «La libertad es una flor rara y delicada» y «una sociedad que prioriza la igualdad  ‒en el sentido de igualdad de resultados‒ respecto a la libertad terminará sin igualdad y sin libertad.»

Debido a que la enseñanza en Economía es tan matemática y formal, es fácil pasar por alto que empezamos haciendo un enorme salto, que es básicamente moral, no matemático. Ilustremos esto.

Los profesores de cursos de teoría económica en primer año de la facultad por lo general comienzan sus clases motivando una discusión acerca del supuesto de que los individuos son capaces de ordenar sus preferencias. Luego, proponen una medida  ‒un mecanismo de clasificación conocido como función de utilidad‒ que representa las preferencias de las personas. Por ejemplo, si hay 1.000 opciones, se podría definir una función de utilidad que asigne un valor de 1000 a la opción más preferida, un valor de 999 a la segunda opción más preferida, y así sucesivamente. Esta «función de utilidad» no tiene nada que ver con la felicidad o la autosatisfacción; es sólo una conveniencia matemática para el ranking de opciones de las personas. Pero luego, nos dirigimos al bienestar, y ahí es justamente cuando hacemos nuestro gran salto.

Las mejoras en el bienestar se producen cuando hay mejoras en la utilidad, lo cual sucede  únicamente cuando un individuo obtiene una opción que no estaba disponible anteriormente. Nosotros típicamente mostramos que el bienestar de una persona se ha incrementado cuando esa persona tiene un mayor conjunto de elecciones. Cuando hacemos este supuesto, muy discutido por algunas personas ‒especialmente los psicólogos‒, estamos asumiendo básicamente que el objetivo fundamental de las políticas públicas es aumentar la libertad de elección.

En este contexto, nuestros adversarios tienen todo el derecho de sostener que los economistas están idolatrando imprudentemente la libertad, sin embargo se equivocan al decir que navegamos sin moral.

La afición de los economistas por la libertad no implica un programa político en particular. Una afición por la libertad es perfectamente compatible con la redistribución, que también puede ser vista como un incremento en las opciones que enfrenta una persona a expensas de las elecciones de los otros, o con el Keynesianismo y su énfasis en el gasto público anti-cíclico.

Muchas regulaciones incluso pueden interpretarse  como fortalecimientos para la libertad, por ejemplo las regulaciones financieras al definir reglas de juego claras para todos los jugadores, otorgan a todos los inversores la libertad para invertir en acciones.

La creencia en la libertad, sin embargo, genera una predilección por la interacción humana y el comercio. Como escribió Friedman: «El hecho central más importante de un mercado libre es que no se lleva a cabo el intercambio a menos que ambas partes se beneficien.» Para muchos economistas, defender el libre comercio no sólo se relaciona con el producto bruto interno de un país, sino también con los valores fundamentales de la libertad y de la interdependencia humana.

Como Smith dijo: «Permitir el monopolio del mercado interno de productos de la industria nacional, en algún arte o fabricación en particular, implica en cierta medida dirigir la forma en que las personas privadas deben emplear sus capitales; y debe ser, en casi todos los casos, una regulación inútil o perjudicial.”

Los economistas suelen desconfiar de la exhortación moral ya que muchos ven el daño provocado por argumentos que descansan fuertemente en la pasión y pero poco en el sentido. Sin embargo, no crean que nuestra disciplina no tiene una columna vertebral moral por debajo de toda el álgebra.

Esa columna es una creencia fundamental en la libertad.