Matices de la opinión pública respecto de la actual situación económica

Analizando el tenor de los artículos que se publican últimamente sobre la Argentina, tanto en la prensa local como en la internacional, un observador objetivo e informado podría concluir que el país se encuentra atravesando una de sus típicas crisis económicas, políticas y sociales. La misma sensación surge tomando en cuenta los comentarios de los principales analistas, líderes políticos y sociales, miembros de la comunidad diplomática y otros formadores de opinión. Más aún, algunos referentes del oficialismo también reconocen, en privado pero incluso ahora también en público, que la situación económica se ha venido en efecto deteriorando de manera significativa, y que incluso existen riesgos en términos de gobernabilidad y estabilidad de la actual administración.

Sin embargo, una observación detenida de las principales tendencias de la opinión pública permite obtener una visión más matizada. Sin duda hay múltiples síntomas de preocupación y un conjunto de expectativas claramente desfavorables respecto del rumbo que está tomando sobre todo la situación económica, aunque también otros asuntos fundamentales en la calidad de vida de la población, como la cuestión de la seguridad. Sobre todo, se han incrementado el pesimismo en general y en particular la percepción de que la inflación se ha disparado. No obstante ello, todavía predomina un sorprendentemente alto nivel de satisfacción respecto del ingreso percibido en la actualidad. Hay incertidumbre en relación con lo que puede ocurrir en el corto y mediano plazo, y también una creciente sensación de que el ingreso se ha deteriorado respecto del pasado reciente. Pero una notable mayoría de la población expresa que el ingreso actual es bueno o regular. En efecto, sólo una minoría de aproximadamente 11% se queja abiertamente de lo que está ganando. Más aún, este segmento de la población ha registrado una singular estabilidad a lo largo de los últimos siete años (que es el período en el cuál Poliarquía Consultores ha realizado los sondeos que se toman aquí como fuente principal). Es decir, no se han evidenciado cambios significativos en los últimos meses, en el que se aceleró la dinámica de crisis cambiaria e inflacionaria, con su consecuente impacto en el nivel de actividad.

En esta entrada, voy a presentar los datos de opinión pública que ponen de manifiesto estos matices. De forma tentativa, voy a sugerir algunas hipótesis respecto de por qué no se registra un nivel de insatisfacción mayor en la población (así como de por qué no hay, al menos todavía, comportamientos políticos y sociales más reactivos y coordinados que expresen el malestar de la sociedad).

Los datos de opinión pública

Casi dos tercios de la población del país consideran que la situación general es buena o regular. El pesimismo se ha venido incrementando últimamente, aunque con cierta volatilidad y con un registro mucho menos extremo del que imperaba luego del conflicto con el campo y en el contexto de la crisis financiera internacional (2008-2009).

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El ICC de la UTDT sugiere una tendencia similar.

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Pero los indicadores de inflación experimentaron un deterioro importante en el contexto de los aumentos registrados en los últimos tiempos.

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Aumentó mucho la probabilidad asignada de que ocurra una crisis “a la Argentina”, pero sigue habiendo un porcentaje relevante de la población que opina lo contrario.

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Tal vez uno de los motivos por el cual aún hay un porcentaje relevante de la sociedad argentina que no considera que la situación económica sea en efecto tan compleja sea la percepción sobre los ingresos percibidos en la actualidad. El gráfico siguiente permite analizar en detalle esta cuestión.

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Sólo algo más del 11% de los consultados considera negativo el ingreso actual (la línea roja del gráfico de la izquierda). El resto cree que su ingreso es bueno o regular, en proporciones similares. Es significativo, de todas formas, que la dinámica de esta percepción sea mucho más negativa: nótese a la derecha del slide anterior la diferencia entre el ingreso actual y el percibido en el pasado reciente (arriba a la derecha), así como en relación al que habrá de percibirse en el futuro de corto y mediano plazo (abajo a la derecha). Este último dato es el más preocupante: el guarismo actual (se trata del promedio móvil del último trimestre) es similar al que se registraba en plena crisis del 2001/2002.

Con todo, la opinión respecto de la capacidad de ahorro no se ha modificado mucho últimamente.

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Y lo mismo ocurre con los principales indicadores respecto de la evolución del empleo.

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Estos datos nos permiten concluir que, si bien hay síntomas preocupantes en la opinión pública, todavía no existe una percepción generalizada de crisis en la mayoría de la población. Lo contrario ocurre en los segmentos más informados de la sociedad, así como entre los observadores internacionales. En función de lo que suceda en los próximos meses en términos de actividad y evolución de las principales variables (inflación, tipo de cambio, desempleo en particular), estas tendencias pueden modificarse. Pero hasta ahora al menos, a pesar de los crecientes niveles de desconfianza y pesimismo, el agua no parece haber llegado al río.

Hipótesis tentativas

A continuación sugeriré un conjunto de hipótesis respecto de por qué aún no hay en la opinión pública una comprensión más realista respecto de la preocupante situación económica que atraviesa la Argentina. Asimismo, estos factores contribuyen a entender por qué no se han registrado reacciones coordinadas frente a la actual dinámica inflacionaria. Puede que esto cambie en el futuro cercano, sobre todo a partir de marzo cuando comiencen las negociaciones colectivas. Pero para muchos observadores es curioso que los argentinos, con tanta experiencia respecto de la inflación, sigan soportando incrementos de precios tan notables como los que se vienen dando últimamente. Lo que sigue son simplemente hipótesis tentativas.

  1. El tamaño del Estado (40% del PBI), sobre todo en cuanto al papel del empleo público, y (algunas) políticas de ingreso que focalizan en segmentos vulnerables de la sociedad constituyen un mecanismo complejo que amortigua, al menos parcialmente y hasta ahora, la dinámica inflacionaria y la evolución del ciclo económico. Los subsidios al transporte, la alimentación y en menor medida al consumo de energía también tienen un impacto similar.
  2. El ahorro de la mayoría de los argentinos está dolarizado, y de ese modo no sufre las consecuencias de la inflación y las correcciones del tipo de cambio. En parte ese ahorro se canaliza al exterior o queda en el país aunque fuera del sistema financiero, ya sea acumulando billetes en cajas de seguridad o en los hogares, comprando propiedades (cuyo valor en dólares tiende a ser bastante estable) o bien reteniendo cosechas de granos en los silo bolsas. De cualquier manera, estos mecanismos de ahorro protegen en mayor o menor medida a las clases medias altas y medias de los desajustes fiscales y financieros generados por la actual administración.
  3. En la última década, el valor de la tierra productiva, tanto en la zona núcleo como en las periféricas, aumentó muy significativamente. Se trata de un fenómeno global relacionado con el súper ciclo de los bienes primarios, pero que en la Argentina ha tenido un impacto muy especial por abarcar distintas provincias y regiones, extendiendo la frontera productiva. También hubo cambios tecnológicos (siembra directa, nuevos agroquímicos y semillas, así como pasturas que soportan climas extremos) que pusieron en valor tierras hasta hace poco ociosas. Todavía no se ha realizado un estudio exhaustivo del impacto patrimonial que ha tenido este fenómeno, pero no debe desestimarse el efecto riqueza que ha generado no sólo en los sectores directamente beneficiados, sino en el casi 30% de la PEA vinculada al sector agroindustrial.
  4. Hasta el año pasado los salarios reales, tanto del sector público como del privado, se ajustaron un poco por encima de la inflación, por lo cual la experiencia reciente de la población económicamente activa respecto de la inflación no ha sido tan traumática como la de las generaciones anteriores que experimentamos en carne propia los ciclos inflacionarios de los años 70 y 80. Nótese que por cuestiones demográficas, casi el 70% de la PEA se incorporó al mercado de trabajo luego de 1990.
  5. Lo anterior explicaría por qué los trabajadores aún toleran altos niveles inflacionarios. Pero hay también un factor complementario que explica por qué los dirigentes sindicales tienen incentivos para moderar sus reclamos. En efecto, ellos están preocupados no sólo por los salarios sino sobre todo por el empleo. Si aumenta el desempleo, su capacidad de acción colectiva queda reducida – representan menos gente. En un juego de suma cero, los desempleados pueden recurrir a otras organizaciones sociales (como los grupos piqueteros), que han establecido fuertes y efectivos lazos con el gobierno nacional, y son en consecuencia una fuente potencial y contingente de ingresos. Tan importante como lo anterior, el sindicalismo aún administra un tercio del sistema de salud mediante las denominadas obras sociales. Se trata de un mecanismo solidario por el cual los trabajadores activos financian con sus contribuciones a sus pares y a los trabajadores pasivos. Si el empleo cae, la sostenibilidad de las obras sociales quedaría seriamente comprometida. Como es obvio, estas organizaciones constituyen un importante recurso organizativo y financiero para la dirigencia sindical. Es decir, su influencia política depende, en gran medida, de que el sistema de obras sociales sea financieramente sano.