Nuestras universidades públicas

Para la sorpresa de muchos el tema universitario se ha transformado en uno de los más álgidos de la campaña electoral. Hasta ahora el debate no sólo ha sido apasionado, sino que también curioso. La izquierda defiende una política socialmente regresiva – educación universitaria gratis para todos –, mientras que la derecha apoya una solución progresista, al argumentar que los jóvenes de familias pudientes no deben beneficiarse de enormes transferencias fiscales.

Entre tanta discusión enardecida se ha perdido de vista una de las propuestas más importantes y creativas que ha surgido en mucho tiempo: Michelle Bachelet anunció que durante su futuro gobierno iniciaría las gestiones para fundar dos nuevas universidades públicas en provincias.
Esta importante idea de la candidata de la Nueva Mayoría debiera generar una reflexión profunda sobre qué tipo de sistema universitario queremos, sobre las formas en las que las instituciones de educación superior contribuirán al progreso y al desarrollo nacional, y sobre las diferencias entre universidades públicas y privadas. Pero, desafortunadamente, nada de eso ha sucedido.

¿Qué es una universidad pública?
En Chile existen varias universidades públicas. Pero en la realidad poco o nada las diferencias de muchas universidades privadas, incluyendo de las manejadas por la Iglesia Católica. Todas las instituciones pertenecientes al llamado CRUCH – una especie de monopolio educativo, que ejerce su poder sin mayores cortapisas — funcionan con un criterio similar, se relacionan con la sociedad en forma parecida, tienen programas de estudios igualmente anticuados, y cobran aranceles equivalentes.

La verdad es que Chile tiene un sistema donde las universidades públicas se manejan como privadas, y donde muchas universidades privadas – las llamadas tradicionales y algunas otras – se auto otorgan la etiqueta de funcionar en el ámbito de “lo público”.

La propuesta de Bachelet debiera hacernos pensar en algunas cuestiones básicas: ¿Qué rol debieran tener las universidades públicas? ¿Cómo debieran diferenciarse de las privadas? ¿Cómo debieran de ser manejadas? ¿Cómo hacer para que nuestro sistema universitario finalmente despegue y transite hacia el siglo 21? Claro, todas estas son preguntas difíciles, con matices complejos y aristas filudas.

Las universidades públicas no sólo son de propiedad del Estado; las universidades públicas se deben a la sociedad. Deben ser instituciones que, junto con otorgar una formación de calidad, impulsen el bien común. Deben ser lugares de encuentro entre distintos grupos sociales, instituciones que faciliten la movilidad social, que fomenten la tolerancia, el pensamiento crítico, y la inclusividad.  Más aún, en las universidades públicas las labores de extensión debieran ser particularmente importantes: los miembros de la comunidad universitaria debieran difundir la cultura y el saber en los colegios y en los barrios; las universidades públicas debieran estar íntimamente conectadas con el resto de la sociedad. Las universidades públicas debieran tener editoriales de prestigio, grupos de teatros itinerantes, dar cursos de extensión en las zonas pobres, tener museos, y abrir sus bibliotecas al público en general. Y, desde luego, los aranceles de las universidades públicas no debieran ser tan elevados como los de las instituciones privadas.

Nada – o casi nada — de lo anterior sucede en Chile. Y es precisamente por eso que la propuesta de Michelle Bachelet es tan importante. No sólo es una buena idea en sí misma, sino que además nos da la oportunidad de repensar el rol de la educación superior en nuestro país..

Soñando en California
De acuerdo con el prestigioso ranking del Times de Londres, cuatro de las quince mejores universidades del mundo se encuentran en California. Dos de ellas son privadas – el California Institute of Technology, en el número 1, y Stanford (3) –, y dos son públicas: la Universidad de California en Berkeley (lugar 10), y mi propia UCLA en la posición 13. Vale decir, un estado con tan sólo 38 millones de habitantes (mucho menos del uno por ciento de la población mundial) acapara más del 25% de las mejores universidades del globo entero.

Estas cuatro universidades tienen varias características en común. Lo más importante es que comparten una devoción por la calidad y por la investigación académica que rompe las fronteras; a las cuatro las consume un fervor por las ideas nuevas y originales, y una obsesión por formar a buenos ciudadanos. Son universidades que acaparan premios Nobel, que obtienen miles de millones de dólares en fondos consursables, que fomentan y defienden la libertad académica,que promueven la tolerancia y el “ser diferente”.

Pero también hay entre ellas grandes diferencias. Una nada despreciable tiene que ver con el arancel anual: tanto en el California Institute of Technology como en Stanford la matrícula es de 39 mil dólares al año. A esto hay que sumarle otros gastos – incluyendo el de vivir en los dormitorios – lo que aumenta el costo a cerca de 60 mil dólares por año. Desde luego, los estudiantes con necesidades financieras reciben becas y préstamos.
En Berkeley y UCLA, en contraste, la matrícula es de 13 mil dólares por año. Vale decir, quienes van a estas magníficas universidades públicas deben pagar (si no obtienen beca) tan sólo un tercio de lo que pagarían en universidades privadas igualmente buenas. Más aún, los estudiantes de familias modestas obtienen ayuda financiera de hasta 10 mil dólares por año.

Claro, un menor costo de matrícula se traduce en que en Berkeley y UCLA las clases tengan típicamente un mayor número de alumnos que en las privadas. Además, las computadoras son un poco más antiguas en Berkeley que en Cal Tech (un año, contra seis meses), y el gimnasio de UCLA tiene menos máquinas que el de Stanford.  Pero la calidad de la educación es, en lo esencial, equivalente. Son cuatro universidades absolutamente de primera línea. 

Pero lo atractivo del sistema de educación superior pública en California no está restringido a sus grandes universidades. El sistema es abierto, inclusivo y democrático, y consta de tres estamentos: el primero está constituido por las trece universidades del prestigioso University of California System, entre las que se encuentran Berkeley y UCLA. El segundo estamento, con instituciones de gran calidad, pero menos prestigiosas que las primeras, es el California State University System, con 39 campuses a lo largo del estado. Es tercer grupo está formado por los California Community Colleges, que imparten cursos cortos, dan formación técnica, y preparan a estudiantes que más adelante se pueden transferir a los otros dos sistemas. Los aranceles van desde los 13 mil dólares en el primer estamento, hasta los 2 mil dólares por año en los Community Colleges; en las Cal State la matrícula es de 6 mil dólares.

Todo joven en California – sin ninguna excepción — tiene asegurado el ingreso a alguna institución del sistema. Sin embargo, en qué universidad o college podrá matricularse dependerá de su desempeño en la escuela secundaria. De acuerdo con el Plan Maestro de Educación Superior, aquellos que se gradúan en el 12.5% superior de cada colegio o liceo pueden ir a una universidad del primer estamento (a cuál de ellas dependerá de sus resultados en las pruebas de ingreso). Los que se gradúan en el tercio superior tienen entrada asegurada a una de las California State Univerisities. El resto entra, si así lo quiere, a los Community Colleges donde seguirán programas cortos, de hasta dos años.

Pero lo interesante no termina ahí: el sistema es perfectamente fluido, y los estudiantes con buen desempeño en sus universidades o colleges originales pueden transferirse a otras dentro del sistema. Cuando lo hacen, todos los créditos aprobados – sin ninguna excepción – son reconocidos. Así, no es raro que un 20% de los alumnos que se gradúan de UCLA o Berkeley hayan iniciado sus carreras en otras instituciones de menor prestigio, y con un menor costo de matrícula.

Muchos jóvenes de familias acomodadas deciden no ir a una dea las universidades del sistema y optan por instituciones privadas, ya sea en el mismo estado o en otros lugres de la Unión. 

El sistema universitario público de California no sólo es de una excelente calidad – el mejor del mundo –, sino que además es democrático y accesible. Pero el que sea democrático no significa que sea populista. Al respecto, dos características son importantes: Primero, a pesar de ser mucho más barata que las universidades privadas, la educación universitaria en California no es gratis para nadie. Aún las familias más modestas deben solventar un porcentaje de la matrícula. Segundo, el ingreso está determinado por mérito académico. Sólo los mejores alumnos pueden acceder a los establecimientos de mayor prestigio – Berkeley y UCLA. Pero lo interesante es que al medir el mérito dentro de cada liceo o colegio, no se está penalizando a los jóvenes que provienen de zonas más pobres.

Pensar en grande
Chile se encuentra ante un punto de inflexión. O damos el gran salto adelante y nos unimos a los países modernos, abiertos, y tolerantes, o nos quedaremos marcando el paso en la Segunda División. Qué vaya a suceder depende de nosotros mismos, y lo que hagamos con las universidades será un componente trascendental en el proceso. Es por eso que es importante valorar la propuesta de Bachelete de crear dos nuevas universidades públicas. Pero también es importante que aprovechemos la iniciativa para reflexionar con seriedad y altura sobre qué sistema queremos. Miremos a nuestro alrededor y veamos qué podemos aprender de otras experiencias. El Plan Maestro de California – adoptado por la legislatura en 1960 – ha sido enormemente exitoso. Entre otras cosas permitió el surgimiento del Valle de la Silicon Valley y la revolución tecnológica.. Analicémoslo y tomemos lo mejor de él. Vale la pena.