De pobres a pobrecitos

Hace dos siglos más del 80% de la población mundial era pobre (vivía con menos de un dólar al día). Si bien en los siguientes cien años hubo avances sostenidos en la reducción de ese indicador, en todo caso los años cincuenta del siglo pasado nos pillaron con cerca de la mitad de la población mundial viviendo en la pobreza.

A partir de ahí el descenso de ésta se aceleró y hoy en día la estadística global coquetea con cifras de un dígito. En Colombia también se han vivido cambios en esa dirección. Por ejemplo, la pobreza (medida con NBI) ha caído sistemáticamente desde mediados de los años setenta al pasar de porcentajes poblacionales cercanos al 70%  a menos de 20%. Un cambio estruendoso logrado en poco más de un cuarto de siglo.

Sin importar la métrica que usemos, sin importar si nos hubiera gustado una velocidad diferente, sin importar si fue a pesar o gracias a nuestros gobernantes la pobreza ha caído a cifras que nuestros padres difícilmente hubieran podido imaginar. Un brindis por ese logro.

Pero en Colombia a la par con la reducción de la pobreza, de la consolidación de la clase media, ha ido aumentando para desgracia nuestra el grupo de los pobrecitos. Hace carrera la noción de que somos un país de víctimas. Nos regodeamos contándolas, discutiendo las acepciones del sustantivo. Creemos cada vez más que merecemos una eterna condescendencia. Que deben mirarnos con pesar.

Está muy bien tener memoria histórica; resulta imprescindible que haya esfuerzos por establecer la verdad de los hechos; como sociedad debemos debatir qué tipo de reparaciones merecen—si basta con ayudarles a encontrar la verdad, si queremos hacer una vaca para resarcirlas, si los culpables de sus males deben disculparse, si estos últimos deben o no pudrirse en una cárcel.

Pero eso es muy distinto a tener una eterna mirada pidiendo caridad, a una auto-condescendencia sin fin. Ahora que entramos en periodos de campaña electoral ¡abucheos para los que exaltan la mirada gacha y la mano extendida como respuesta a los malos tiempos! Abucheos para los que hacen campaña abogando por una sociedad flagelante, apaleada, víctima. Pitos para los que con sus actitudes y propuestas nos quieren hacer transitar el camino que lleva de la sociedad de pobres a la de pobrecitos. Yo a ese bus no me quiero subir. (El ataque a las torres gemelas es un buen ejemplo de cómo una sociedad o una ciudad en este caso, puede balancear el respeto a las víctimas con levantar la cabeza).

De paso, la moraleja también aplica para el Movimiento de los Eros—cacaoteros, arroceros, cafeteros, paperos, etc.—que han encontrado en la auto condescendencia vociferante una fuente infalible para que el Estado les abra la billetera del resto de colombianos.

Ambos temas deben ser centrales en los debates que vendrán en unos meses: ¿queremos un gobierno que nos ayude a levantar la cabeza o a agacharla? ¿Queremos un gobierno que destine recursos a bienes públicos o a tajadas periódicas a los Eros de turno que lloran porque sus negocios no van tan bien como querrían?

 

Publicado en La Silla Vacía el 15 de Julio de 2013

Seguir a @mahofste