It is not the economy, stupid.

Protestas en TaksimEn el viaje que nos traía a Estambul para que Juanpa primero asistiera a una conferencia y luego visitara el Banco Central de Turquía, me contaba cuán interesante era la situación económica turca, “lo bien que lo están haciendo”, que a la tasa a la que venían creciendo en los últimos 12 años estaban entrando por la puerta grande en el club de países que en un par de décadas se transforman en un milagro económico … Por eso, cuando a la tarde del día siguiente a nuestra llegada nos encontramos con una pequeña y desperdigada manifestación en la gran avenida peatonal, la Istikblal, que arranca en Taksim, pensé que era una más, de las de siempre: algún que otro grupo de los cuales siempre agarraba los volantes con la esperanza de poder descifrar quiénes eran o qué querían.  

Parecía un día como cualquier otro y seguimos remontando la avenida en dirección a la plaza, entre una multitud que paseaba entremezclada con algunos grupitos exaltados que cantaban consignas. Hasta que de golpe se hizo un vacío: enfrente, a una cuadra de distancia, la policía con sus escudos transparentes brillando al sol; de nuestro lado, muchachos con mascaras anti gas lacrimógeno, y un par encapuchados. Eran 10 o 12, en primera línea, que gritaban y lanzaban piedras hacia los uniformados mientras los negocios bajaban sus cortinas de metal a toda velocidad. Los cánticos eran enfervorizados pero –es necesario destacarlo- aislados. Cuando pregunté qué pasaba a los que estaban cerca me contestaron con gestos que no sabían, pero no parecían preocupados en lo más mínimo y se reían. Al final, alguien que balbuceaba inglés y tenía mascara anti gas al cuello, me dijo: “They are defending park, you know, Taksim Square. Goverment wants mall, people want trees”. No tuve tiempo de repreguntar: la policía tomó posición, apuntó con tranquilidad y disparó gas lacrimógeno. Nos desbandamos a toda velocidad por las calles laterales, y Juanpa se negó a volver a la zona. Nos volvimos al hotel (estábamos alojados del lado asiático), en ferry, por el Bósforo que al atardecer se vuelve dorado, sin darle mayor importancia al asunto.

La manifestación que vi al día siguiente en Kadikoy, del lado asiático, ya era otra cosa: durante horas marcharon autos y personas hacia un punto que no logré saber cuál era. Tampoco sé qué cantaban pero todas las banderas (y había miles) eran la nacional, algunas con el retrato de Ataturk. Estaba en un barrio como Recoleta, así que vi una marcha paqueta y mayoritariamente juvenil. Me quedé con una imagen  esquematizada y sin duda injusta, pero que para mí resume ese día: racimos de chicas espléndidas, con anteojos de sol caros, saliendo por el techo corredizo de unos autazos que parecían avanzar a fuerza de bocinazos desaforados para gritar consignas y sacar fotos; señores de edad media, elegantes y con zapatos lustradísimos, con la bandera atada al cuello cual capa, y cardúmenes enteros de jóvenes portando grandes banderas rojas que brillaban al sol … Todo muy paquete, pero también muy enardecido, muy exaltado, y multitudinario. A la noche vimos en los canales internacionales de la tele las imágenes que dieron la vuelta al mundo: en Taksim había habido un enfrentamiento brutal entre la policía y los manifestantes.

Como Juanpa vino a visitar el Banco Central de Turquía por dos semanas más, después de terminada la Conferencia, alquilamos un depto en una zona muy popular y estratégicamente bien ubicada. Estamos a unas 12 cuadras de Taksim, así que mientras Juanpa se va a la oficina, yo parto con la cámara, a registrar lo que veo. Cada día aparecen más banderas, más consignas, más carteles, más cantos y se junta más gente. Desde hace ya casi una semana el parque está ocupado de manera permanente y hoy parece un camping atestado, con las carpas en fila, unas al lado de la otra, tocándose. Los vendedores ambulantes habituales volvieron enseguida y se multiplican sin parar.  “La mano invisible” ofrece té caliente, bollería y fruta a la mañana, y según van pasando las horas, aparecen los kebabs, los sándwiches de pescado, los mejillones rellenos de arroz…Y siempre, la maravilla de las sandías, tan rojas como las banderas.

Los partidos políticos y las asociaciones civiles se instalaron al comienzo en algunas zonas y ahí se quedaron. Ahora tienen mesas con panfletos, luz eléctrica,  grandes estandartes que los identifican. Todo el espacio se fue llenando de colores: los verdes exhiben fotos de plantas impresas caseramente  en cuerdas de tender la ropa que colgaron entre dos árboles; los gays y lesbianas se identifican claramente por sus carteles lilas con letras de todos colores; hay unos amarillos que todavía no sé quiénes son; los anarquistas tienen, naturalmente, banderas negras en las que me desconcierta ver a veces la cara del Ché. Y luego hay un océano en el que se confunden todos los partidos de izquierda más clásicos, que son rojos, del mismo rojo que la bandera nacional que es omnipresente, como cuando un país gana la copa del mundo de fútbol. El clima es de una alegría contagiosa. Se arman grandes rondas de personas que bailan, tomadas por los hombros, alrededor de un tamboril y una flauta. La gente se abraza con efusión, todo el mundo sonríe. Si esto es una revolución, es la más amable de la que yo he oído hablar nunca.

Hace tres días atrás, estaba sacando fotos a la mañana y me invadió un fastidio creciente, inexplicable entre tanta bonhomía, tanta guitarreada, y de pronto me di cuenta: esto es una kermés –pensé-, y la zurda extremista que vive en mí inmediatamente juzgó: ¡esto un desastre! Así que partí en búsqueda de mis camaradas, a ver si con ellos podía conversar. “¿Dónde está el PC?”, pregunté a uno que ofrecía gratuitamente rosquitas de pan con sésamo.  “¿Cuál de ellos?”,  me contestó con una sonrisa…y los dos nos reímos por el chiste. Señaló un sector del parque y allí los encontré, o mejor dicho: encontré a una rama del PC. Esperaba encontrarme con algún viejo, como yo, pero eran todos muy pero muy jóvenes, y apenas si hablaban inglés, pero teníamos todo el tiempo del mundo y ganas de entendernos. Cuando dije que era argentina, en vez de exclamar “Messi!”, dijeron “¡Partido Obrero!, we belong to the same international organization”.  Y entonces, cuidadosamente, con temor a ofender, les pregunté si no temían que la protesta, al transformarse en esa celebración, no perdiera capacidad de acción. Me animé y quise saber si ellos no lamentaban que la policía ya no los confrontara y que entonces por falta de revulsión esto siguiera así, como una kermés, un Woodstock improvisado, emocionante, pero poco estratégico. Me miraban desconcertados, hasta que se convencieron que sí, eso era exactamente lo que preguntaba y entonces uno, que me miraba con ojos de pestañas incomensurables y era el que hablaba mejor inglés, confesó que sí, que era un “carnaval” y que la única esperanza de politizar la situación era que los sindicatos se plegaran con una huelga. Les pregunté si los sindicatos tenían motivos económicos para plegarse y sonrieron diciendo que no, que la cosa está muy bien, que el país está creciendo mucho, que  no falta trabajo.

Al otro lado del Cuerno de Oro, está Sultanahmet, la ciudad antigua llena de mezquitas maravillosas y de negocios de todo tipo. La vida allí es como siempre, no hay traza alguna de la revuelta. El Gran Bazar hierve de vendedores y compradores. El dueño de una tienda, que hablaba bastante bien inglés, me compartía su punto de vista: “Estos chicos se oponen al gobierno en nombre de la libertad y la tolerancia, ¿pero sabe usted que hasta el año pasado nuestras mujeres no podían entrar a la universidad si usaban chador, ni tampoco trabajar para el estado Turco? Este es un país en el que la mayoría de la población es musulmana, las mujeres religiosas se cubren el pelo en señal de modestia; ¿le parece democrático que por eso las castiguen dejándolas fuera de la posibilidad de una educación superior?” Y siguió: “Dicen que el gobierno quiere prohibir el alcohol, cuando lo que se está impulsando es que se establezca una zona de exclusión para la venta del alcohol cerca de las escuelas y las mezquitas… ¿Le parece una medida tan rara?”. Entonces le pregunté cómo andaban las cosas, que qué tal el negocio. “Muy bien, la cosa va muy bien”, sonrió y agregó con malicia: “Estamos creciendo mucho, vivimos muchísimo mejor y es gracias a este gobierno que tanto critican. Pero –agregó- estos chicos de Taksim son muy jóvenes, no tienen recuerdos de la vida en Estambul hace 20 años atrás: en el mejor de los casos se acordarán de sus primeros juguetes”.  Y resumía: “De un lado están los buenos otomanos que trabajamos duro y del otro están estos chicos, que son como artistas, no saben como se van a ganar la vida y ahora están de fiesta creyendo que van a cambiar el mundo. Y el mundo, se cambia trabajando duro”.

Anoche en Taksim decenas de miles de personas se apiñaban entre el humo de los kebabs cocinándose a las brasas, el redoble de tamboriles, y los discursos vociferados desde varios rincones distintos. Sobre el estrado donde han ido subiendo todo tipo de oradores, tocaba una banda de música popular moderna. En medio del tumulto, tropezando sobre los escombros que quedaron de la interrumpida y gigantesca obra que iba a transformar el parque, me llama la atención que el trato interpersonal es absolutamente encantador, manso y sonriente. Los ojos fosforescen en la oscuridad. Delante de las carpas, se alinean los zapatos de sus ocupantes, sin embargo nadie los pisa. Pasa una columna llevando una gran bandera del Fenarbaçe (uno de los dos principales equipos de fútbol), y los demás los miran divertidos y les sacan fotos. Adentro de lo que queda de los ómnibus que se quemaron el primer día de enfrentamientos, la gente se sienta para tomar cerveza y conversar, mientras arriba del techo revolean enormes banderas rojas que no llego a distinguir si son de alguna izquierda o es la nacional nomás. Todo el mundo le saca fotos a todo el mundo.

Y la verdad es que no sé. Ya no sé qué es lo que estoy presenciando. Al comienzo parecía un sobresalto popular. Todo indicaba que una parte de la sociedad civil quería señalarle al gobierno que estaba marcando la cancha, esa que Ataturk había definido con la apuesta por la laicidad, modernidad y europeización a comienzos del siglo 20. Luego la cosa mutó hasta parecer un movimiento amplio por los derechos civiles en general y me conmovieron especialmente las asociaciones homosexuales que parecían estrenar una visibilidad que se les notaba les tiraba un poquito de sisa, por falta de costumbre.  Aparecieron iniciativas espontaneas que se hicieron cargo de  cosas puntuales: recolectar la basura, administrar el acceso a los baños públicos del parque, dejar libre los pasos, instalar puestos sanitarios … Y cada vez que les preguntaba me contestaban lo mismo, con orgullo: “No, aquí nadie está organizando nada, nosotros decidimos hacerlo, nada más”.

En menos de una semana, esa ola opositora inicial se fragmentó en infinidad de sub-grupos, y si bien es cierto que no parecen competir entre ellos, y no hay ni sombra de animosidad, no puedo dejar de preguntarme qué va a pasar… Hoy domingo había un enorme escenario arriba del cual tocaba una obviamente famosísima banda de rock, como si dijera Los Redondos, por ejemplo, y me parecía estar en una mezcla del día del estudiante, con el festejo por la copa del mundo.

Al principio de la semana me sentía el testigo accidental de un momento que podía cambiar la historia de Turquía, hoy no estoy tan segura. ¿Será solamente porque no entiendo las consignas y los mensajes?

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