El sesgo anti-laboral de los impuestos

¿Paga mayores impuestos el trabajo o el capital? Aunque esta es una pregunta central por razones distributivas y de eficiencia, rara vez se investiga.

Las cargas tributarias del trabajo y el capital dependen, por supuesto, de las tasas nominales (o estatutarias) de los impuestos a la nómina y las de los impuestos a la renta de empresas e individuos. Pero dependen también, e incluso más, de la capacidad que tenga el gobierno para cobrar los impuestos.

Si se consideran solamente las tasas nominales de los impuestos, en América Latina hay un sesgo en contra del trabajo que resulta muy semejante al de los países desarrollados (véase el cuadro 1). La excepción más notable es Chile, donde la tasa combinada de impuestos a la nómina y a los ingresos de las personas es más del triple que la tasas de impuestos a las ganancias de las empresas. Pero si se excluye a Chile, estos sesgos nominales en contra del trabajo no son muy diferentes a los que se observan en los países anglosajones, que se caracterizan dentro del mundo desarrollado por gravar relativamente poco al trabajo.

Sin embargo, cuando se consideran los impuestos efectivamente pagados por el trabajo y el capital se hace evidente que en América Latina hay sesgos notorios en contra del trabajo, que se apartan de la norma en los países desarrollados. Nuestra medida del sesgo es sencillamente la relación entre la tasa efectiva de los impuestos pagados por el trabajo asalariado y la tasa efectiva de los impuestos pagados por las rentas de capital de todo tipo. Paradójicamente el sesgo en contra del trabajo resulta no tanto de que los trabajadores paguen muchos impuestos, sino de que los capitalistas pagan muy poco. Veamos.

Fuente: Lora, Eduardo y Johanna Fajardo. 2012. «El Sesgo Anti-Laboral de los Impuestos». BID: Resumen de Política 177. Los datos para América son para 2005, los de los países desarrollados son de 2001.

1Tasa nominal de impuestos a la nómina más tasa máxima del impuesto a los ingresos laborales (netos de impuestos a la nómina)
2Los promedios se refieren solamente a los ocho países del cuadro. No existe información para calcular las tasas efectivas de otros países.

3Todos los promedios para los países desarrollados son para 21 países. Los países que se presentan son una selección.

En promedio, los latinoamericanos tienen una tasa efectiva total de tributación al trabajo de 20,6%, en 2005, frente a 36,2%, en 2001, en los países desarrollados. Sin embargo, entre los latinoamericanos hay tres grupos de países. Brasil, que constituye una categoría en sí mismo, tiene una tasa efectiva de tributación total al trabajo semejante al promedio de los países europeos; Colombia, Chile y Venezuela tienen tasas más semejantes a los de los países desarrollados no europeos; y México, Guatemala, Honduras y Bolivia tienen tasas de menos de 20%, que son significativamente inferiores a las de todos los países desarrollados (incluso aquellos no incluidos en el cuadro).

Considérese ahora la tributación efectiva al capital. En promedio, la tasa de tributación efectiva al capital en América Latina es apenas de 13,7%, muy por debajo del promedio de 29,6% de los países desarrollados. Entre los ocho países latinoamericanos considerados en este análisis, solamente Brasil tiene una tasa efectiva de tributación al capital superior al 20%. Dentro de la región, las menores tasas efectivas son las de Bolivia y Guatemala, ambas inferiores al 10%. Entre los países desarrollados, las menores tasas de tributación efectiva al capital se encuentran en Alemania, Grecia e Irlanda (estos dos no incluidos en el cuadro), que están alrededor del 15%.

Cuando se analiza la tributación efectiva se encuentra que en la mayoría de países, tanto latinoamericanos como desarrollados hay sesgos en contra de los ingresos laborales, en el sentido de que las tasas efectivas de los impuestos al trabajo (directos y a la nómina) son mayores que las tasas efectivas de los impuestos al capital. Entre los países desarrollados, sólo Japón (no incluido en el cuadro) y los anglosajones tienen sesgos contra el capital, lo que sólo se observa en el caso de Honduras entre los países latinoamericanos analizados. Los mayores sesgos efectivos en contra del trabajo entre los países latinoamericanos se dan en Venezuela, Guatemala, Colombia y Brasil, semejantes a los más altos entre los países desarrollados. México, Chile y Bolivia tienen sesgos medianos, semejantes al promedio de los países desarrollados.

El sesgo antilaboral de los impuestos depende mucho (inversamente) de la capacidad institucional de los gobiernos. Esto se debe a que es más fácil cobrarle impuestos al trabajo que al capital. Un simple análisis econométrico indica que una mejora de la efectividad del gobierno equivalente a una desviación estándar (en las medidas de Kaufmann, Kraay y Mastruzzi, 2010) eleva en siete puntos porcentuales la tasa efectiva de tributación del capital, pero en solo tres puntos la tasa efectiva de tributación del trabajo (controlando en ambos casos por las tasas estatutarias de los impuestos a los ingresos laborales, y a la renta de las empresas, respectivamente). Esto es consistente con el hecho de que países con débiles capacidades tributarias dependen en la práctica más de los impuestos al trabajo, especialmente los que gravan lo nómina, cuya recaudación no exige mayor sofisticación administrativa.

La debilidad institucional puede tener efectos nocivos permanentes en contra del trabajo. Colombia es el mejor ejemplo: en la década del cincuenta se crearon las cajas de compensación, financiadas con un impuesto a la nómina de 4%, pero administradas privadamente. De esta manera no solo se resolvía el problema de la recaudación, sino también el de la provisión de ciertos servicios sociales a los trabajadores. Seis décadas después, aunque tal solución resulta anacrónica e innecesaria para las capacidades institucionales del país, es imposible de desmontar porque las cajas son muy poderosas y no existen pruebas (a favor ni en contra) de si lo que hacen vale la pena. De esta manera Colombia tiene actualmente un sesgo antilaboral semejante a los países europeos, con un sistema de seguridad social público en la quiebra.

 

Nota: el autor está vinculado al BID pero se expresa a título personal.

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