Catch 22: Velasco vs. Girardi

Publicado por El Dínamo, 29 de junio de 2012

La paradoja del “catch 22” explicada por Joseph Heller (1961),   alude a situaciones sin salida favorable para nadie. Observemos la actual crisis de representación de los partidos políticos chilenos. Prácticamente la totalidad de los partidos en Chile están dirigidos por ciertos grupos de poder que—matices más o menos—mantienen relaciones “clientelares” con sus propios electores y respecto del entorno estatal y del mundo privado. Sus sistemas de control democrático interno son débiles,  las normas que regulan el conflicto de interés no existen,  y el financiamiento de los partidos depende de mecenas que usualmente ganan cuotas de poder al financiar estas tiendas políticas.

Así,  no hay partido político en Chile que no se estructure en torno a facciones internas que luchan por el control del poder. No hay partido político que pueda financiar sus actividades en ausencia del interés del sector privado (empresarios) ,  o de los recursos indirectos que permite la administración estatal (provisión de cargos, etc.) .  Las facciones internamente compiten por poder y,  al hacerlo,  buscan financiar sus actividades para mantener o aumentarlo. Como su financiamiento no está asegurado,  recurrirán o al Estado o a los empresarios para viabilizar sus opciones políticas.

Si queremos transformar esto la reforma política requiere dos pasos básicos: (a) darle autonomía a los partidos para financiar sus actividades de modo que no tengan que depender de las prebendas del Estado o del sector privado;  y (b) establecer procesos democráticos internos transparentes en cada tienda política. Financiar la política en forma autónoma y democratizar internamente los partidos resulta obvio y esencial.

¿Cuál es el problema? Lo primero es que resulta sumamente impopular proponer el financiamiento permanente de los partidos. De este modo,  se produce la primera paradoja y es que las reformas que finalmente se implementan van haciendo a los partidos cada vez más dependientes de los recursos privados y públicos para sobrevivir. ¿O acaso Ud. aceptaría que parte de sus impuestos se destinaran a financiar la actividad permanente de partidos crecientemente cuestionados? Requerimos partidos sólidos,  financiados, autónomos de grupos de interés;  pero no estamos dispuestos a financiarlos.

En segundo lugar,   cualquier intento reformador de las tiendas políticas pasa por reconocer y eliminar las negativas prácticas de clientelismo político. Los empresarios deberían dejar de presionar indebidamente a los partidos;  las tiendas políticas deberían dejar de utilizar el estado para compensar por las lealtades electorales;  los partidos deberían evitar promover relaciones clientelares con la ciudadanía. Sin embargo,  el costo de esta acción colectiva es tan alto que nadie está dispuesto a dar el primer paso. La segunda paradoja alude a que las reformas políticas promueven cualquier cosa menos esta central necesidad de promover una democratización profunda de las tiendas partidarias.

El mejor ejemplo es la reforma al binominal. Se la identifica como la “madre de todas las batallas” por su impacto en la calidad de la representación. No me cabe duda que mejoraría mucho la calidad de esa representación. Sin embargo,  si mantenemos las dos condiciones anteriores iguales—financiamiento y democracia interna—me temo que el problema de la representación persistirá.

El debate Velasco/Girardi y la seguidilla de declaraciones posteriores debiesen obligarnos a plantear un asunto más fundamental sobre el rol y tipo de partidos políticos necesarios para una democracia. El efecto de las declaraciones de Velasco se parece mucho a este dilema del “Catch 22”.

Para la opinión pública la denuncia confirmaría las malas prácticas de la política,  desacreditando aún más a los partidos. Como Velasco es pre-candidato,  su denuncia es interpretada desde los beneficios personales para obtener mayor popularidad. Como criticar a los partidos atrae votos por estos días,  entonces los incentivos se colocan en asumir una postura díscola frente al actual sistema político.

El efecto,  entonces,  es mayor desconfianza social hacia los partidos;  mayor descrédito de la actividad política;  y menores opciones de reforma al producirse divisiones en la élite sobre el camino a seguir.

La guerrilla de declaraciones termina por nublar la mente y ninguna de las cosas relevantes de la reforma política es debatida. La denuncia sirve para vislumbrar lo mal que estamos,  provocando mayor alienación respecto del sistema que se quiere cambiar. Catch 22: un problema que no admite soluciones favorables para ningún actor. Ciertamente,  lamentable.