No te rías de mi, Argentina

La expropiación de YPF responde a la fría lógica de la supervivencia política, sobre todo en regímenes populistas: priorizar objetivos de cortísimo plazo para acumular poder independientemente de las consecuencias de mediano y largo plazo. Los políticos argentinos no inventaron esta conocida concepción para tomar decisiones, pero no es fácil encontrar otro país con similar ingreso per cápita y stock de capital humano en el que las elites se caractericen efectivamente por desarrollar de manera sistemática y durante tanto tiempo conductas depredadoras.

El cuadro de situación adquiere aún mayor dramatismo cuando se advierte el notable avance que en los últimos 20 años se ha producido en la región. Al margen de los casos tempranos de países que avanzaron en el proceso de reformas bajo regímenes autoritarios (v.g., Chile desde 1973 y México desde la crisis de 1982), otros como Brasil, Colombia, Perú y Uruguay han logrado consensuar y mantener en el tiempo en el contexto de transiciones a la democracia un conjunto básico de políticas económicas que les han permitido un progreso económico y social sin precedentes. En verdad,  incluso en Chile y México se advierte mucha más continuidad que cambio: los complejos (y todavía en muchos sentidos inconclusos) procesos de democratización no sólo no incluyeron una revisión de la orientación económica, sino que por el contrario hubo una profundización de las políticas pro mercado.

Es cierto que no estamos ante un escenario sin matices, ni mucho menos. Los desafíos pendientes en toda la región son enormes. En algunos casos, por atrasos estructurales (v.g., debilidad del Estado para brindar bienes públicos esenciales). En otros, por la dificultad de seguir avanzando en el proceso de reformas (v.g., las regulaciones tributarias en México y Brasil, las laborales en Uruguay). Finalmente, hay problemas relativamente «nuevos» que requieren enormes esfuerzos y recursos (v.g., las redes de crimen internacional, en particular las vinculadas al narcotráfico). También es preciso reconocer que hemos sido testigos de algunas notables decisiones con contornos confiscatorios, y no solamente en países como Venezuela y sus aliados del ALBA.  En efecto, Brasil prefirió apropiarse de las nuevas y cuantiosas reservas de gas y petróleo encontradas por Petrobras en sus costas, ignorando los derechos de los accionistas minoritarios. (A propósito, será por eso que los políticos argentinos, incluso los de la oposición, afirman que su modelo ideal para YPF es precisamente Petrobras?)

De todas formas, es incuestionable que las últimas dos décadas han sido en efecto muy positivas para la región. Y el aprendizaje de lo que por lo menos no hay que hacer, sobre todo en materia fiscal, monetaria, comercial y de relación con los mercados financieros globales, constituye un umbral promisorio para seguir avanzando en la senda de desarrollo.

Tal vez el caso más representativo sea Perú. Alan García, que en su primer mandato fue un precursor de lo que luego hicieron Hugo Chávez y sus seguidores, en su segunda gestión demostró una notable capacidad de autocrítica y pragmatismo. Incluso Ollanta Humala, que emergió originalmente como un candidato extra sistémico, ganó finalmente las elecciones con una propuesta de corte reformista y hasta ahora ha respetado en líneas generales aquellos consensos fundamentales.

Pues bien, exactamente lo contrario ocurre en la Argentina, donde el mismo partido (y muchos de los mismos políticos) que implementaron las reformas pro mercado en la década de 1990, son los que las han venido revirtiendo una por una desde 2003 a la fecha para intentar reconstruir, a contramano de la historia, un modelo estatista e híper intervencionista en el que las elites políticas pretenden dominar con discrecionalidad  a las fuerzas del mercado, con el supuesto objetivo de promover la equidad y licuar la influencia de las “corporaciones” (actores privados con una supuesta exagerada influencia por su posición “dominante”, aunque no pueda definirse como monopólica u oligopólica) .

Tampoco es nuevo que en la Argentina haya inestabilidad de políticas públicas, cambios en las reglas, ignorancia de mecanismos regulatorios teóricamente vigentes, o incluso decisiones políticas contrarias a la letra y/o el espíritu de la Constitución.  Esta es la característica más persistente del desarrollo político contemporáneo del país, sobre todo desde 1930 a esta parte. Desentrañar la complejidad de este fenómeno y sobre todo los caminos para revertirlo requiere un debate amplio, profundo, sereno y con perspectivas disciplinarias plurales y complementarias, que está todavía pendiente y que necesitaría de un compromiso generoso de las principales instituciones académicas y de los intelectuales más creativos que han reflexionado sobre la Argentina.  No debería tratarse solamente de un intercambio de ideas, sino que es fundamental incluir a (e influir con efectividad en) quienes toman las decisiones, así como diseminar  las conclusiones para facilitar el acceso a la opinión pública en general.

Mientras esta empresa colectiva y sin dudas enormemente ambiciosa siga pendiente, deberemos prepararnos para convivir con mucho más de lo mismo: la tendencia a la radicalización del populismo parece imparable, no sólo por la ausencia de una oposición efectiva, sino por que el costo de cualquier reversión o incluso revisión parcial de la orientación actual es visto por el gobierno como superior a las consecuencias de profundizar el denominado “modelo”. La pregunta es cuál es el próximo paso – pero no hay dudas de que habrá nuevas medidas del tipo confiscaciones de YPFs y AFJPs, cambios Cartas Orgánicas del Banco Central, etc.

Seguirán por bastante tiempo la retórica nacionalista y populista, así como las referencias ampulosas a la Patria y la Soberanía.  Seguirá Un País al margen de ley (Carlos Nino, 1987) creyendo que puede ignorar los derechos de propiedad y el principio de continuidad de los actos del Estado, riéndosele en la cara a los ingenuos que creyeron en la validez de los contratos y en la palabra pública. Sin advertir que, mirada en perspectiva, la Argentina se haya convertido en su decadencia secular y persistente en el hazmerreir del mundo civilizado.